EL EFECTO BASEL
ros desde cinco mil dólares. ¿Agotados? Pues hay más. Alrededor de Art Basel Miami Beach, y aprovechando su efecto llamada entre los más ricos del planeta -¡horror, no hay dónde aparcar el jet privado!-, han surgido ferias satélites que atraen nuevos públicos. Las hay para amantes del arte emergente (Aqua, Nada, Pulse, Untitled…), del diseño (Design Miami), del papel (Tinta), para los que buscan arte latinoamericano (Pinta) o africano (Prizm). Revisen la agenda, aún quedan los eventos privados en museos, galerías, casas de coleccionistas o marcas de lujo.
Demasiadas ferias, demasiadas cenas. Son días de atascos permanentes. De una punta a otra, desde el asiento trasero del coche -el chófer es imprescindible- podrás comprobar la oferta gastronómica, sin probar bocado, y escaparates de tiendas que no tendrás tiempo de pisar. La bebida oficiosa -hay que hidratarse- es el champagne. Casi siempre, eso sí, en copa de plástico aunque sea un Ruinant Blanc o un Dom Perignon de 2004. Miami ha aprovechado el arte para dar a conocer su nueva imagen. Hoy su oferta es una inteligente mezcla de ocio, compras y promoción inmobiliaria. Hay visionarios que, posiblemente, se llenaron los bolsillos pero que han transformado la ciudad. Craig Robins fue el impulsor del Design District, al sur. Otro promotor, Tony Goldman, es el creador del “ArtWalk”: más de 50 murales de grafitis que dan vida a una antigua zona degradada de almacenes. Hoy el precio por metro cuadrado en ambas zonas sube, y sube, y sube... Otros nombres serían Robert Wennett, impulsor del mítico 1111 Lincoln Road; o, Mera y Don Rubell que, en un antiguo almacén de la DEA -agencia contra la droga-, abrieron un museo con su colección particular. La feria ha traído a coleccionistas que van y vienen, pero también a un colectivo creativo, mayoritariamente joven, que se queda. Pero atención, Buenos Aires será la primera Art Basel City. Y en este caso sin feria pero con muchos eventos. Los suizos quieren sacar provecho -y facturación- al “efecto Basel”.