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Hasta hace bien poco, Miami era la ciudad de Sonny Crockett, un lugar anclado en los 80 donde mafias y drogas convivían con ricos jubilados sobre un fondo de playas, palmeras y Artdecó. Miami parecía incapaz de recuperar el glamour. Hasta que desembarcaron unos serios suizos con ganas de llenarla de arte contemporáneo. En 2002 abría Art Basel Miami Beach, una surcusal -con entidad propia- de la original que se celebra en junio en la ciudad suiza de Basilea, la otra Feria con mayúscula. De repente la ciudad era sexy, cool, cosmopolita... Es “el efecto Basel”. Sin necesidad de gastar 100 millones construyendo un edificio icónico, esta feria era el salvavidas para regenerar la ciudad. Si Bilbao tuvo un Guggenheim, Miami tiene un Art Basel.

Como otras tantas ferias, aquí hay pasillos llenos de cubículos blancos y arte, mucho arte, y muchas tarjetas Platinum. Es la cita obligada donde dejarse ver (comprar es opcional). Si no participas, no existes. Artistas, galeristas, directores de museos, collectors,curators,artadvisors y esas nuevas profesiones que siempre se expresan en inglés, se trasladan desde latitudes más frías para pasar un invierno al sol. Para unos, es “la fiesta del arte”, para otros, una “feria de las vanidades”, los hay que la describen simplemente como “un maratón”. Durante la primera semana de diciembre, Miami recibirá 100.000 visitantes. El miércoles es el día para los coleccionistas. Observen la aglomeración a la espera de que abra el acceso VIP. Avisamos: ¡No hay descuentos! Nos esperan casi 50.000 m2 -5 hectáreas o 5 campos de fútbol- de propuestas. La técnica de compra más usada es ‘shootandpray’. Primero, dispara y confirma una adquisición y, luego, reza para que no sea excesivamente cara. Si no la usas, te quedas sin obras. Por aquí, un Bacon de quince millones de dólares, por allá, un Picasso de más de diez millones o un Damien Hirst de casi uno… Pero no todo son cifras millonarias, también encontramos obra de jóvenes artistas emergentes como Virginia de Medei-