DESDE LA TERRAZA PUEDEN VERSE DELFINES, FOCAS Y BALLENAS. UN ESCENARIO DE BELLEZA EN BRUTO
Corría el año 2005 cuando el empresario Mark Palmer y su mujer Jacqui regresaban a su Nueva Zelanda natal con la idea de montar una granja. Un soleado día de primavera, Mark y su hija Jasmine sobrevolaban en helicóptero la finca de Annandale, una de las mayores del país (con casi 2.000 hectáreas y 10 km de costa), en la península de Banks. Estaban pensando en comprarla y la cautivadora belleza de la bahía de Whitehead les llevó a tomar la decisión definitiva. “El mar brillaba y alrededor había unas formaciones rocosas impresionantes. De repente vimos una cueva escondida y pensamos que sería el sitio perfecto para crear un refugio privado que fuese romántico e intimista, pero sin alterar el entorno natural”, comenta Mark. Así nació Seascape, una cabaña deluxe que acumula ya varios premios de diseño. Sin ninguna idea preconcebida, salvo la de poder disfrutar de aquel paraje único, el propietario confió el proyecto a Andrew Patterson, uno de los arquitectos más reputados de Nueva Zelanda. Como explica Palmer, “su trabajo era muy innovador y estaba en sintonía con el concepto de armonía que yo quería transmitir, en el que la arquitectura sirve para enfatizar la experiencia más que para definirla”. Por eso, Patterson optó por crear una planta geométrica acristalada que ofrece una vista completa de toda la bahía. Maximizar el paisaje era el objetivo primordial de la construcción. Por eso se utilizaron unos paneles de cristal de gran tamaño, en combinación con muros de piedra procedente de la cantera de la granja de Annandale, a la que pertenece la vivienda. En busca del fuego. Una chimenea de vidrio, de Cameron Foggo, calienta la terraza. Mesita de cedro, modelo Dama, de Poliform.
Materiales autóctonos. Tanto el entrevigado del techo como los armarios de la cocina (situada al fondo y equipada con electrodomésticos de Bosch) se realizaron con maderas procedentes de los bosques del país. El sofá, mod. Matteo, de David Shaw, está tapizado en lana de Nueva Zelanda. Sobre él, destaca un cojín alargado de piel de anguila. La guirnalda que cuelga de la pared, hecha con conchas, es una creación de la artista local Emily Siddell.