EL OTRO GIACOMETTI NO TE PIERDAS A...
La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”, confesaba Pablo Picasso. Intento convocar a las musas, incluso por whatsapp, y nada. Página en blanco… Releo un mensaje de redacción sobre el encargo de esta columna: “¿qué te parece hablar de consolas y aparadores? Quizás haya artistas que los intervienen y le buscamos esa cara arty al contenedor puro y duro. Whynot?”. No le veo futuro… Sigo en blanco.
¿Qué haría Picasso en estos casos? ¿Parada marcial ante el óleo armado con pinceles y paleta? ¿Se encendería un “piti”? De todas formas, yo no fumo. Sigo con Pablo… En su museo de París, estos días se puede redescubrir al maestro a través de la primera de sus esposas, Olga, la rusa. Al principio, él la retrata grandiosa con mantilla o con delicadeza abrazando a su hijo y doce años –y una amante– después, como un monstruo de boca voraz. Fue su época más productiva. La exposición es magnífica.
El Museo Picasso se reinauguró hace dos años después de cinco cerrado por obras. El Hôtel Salé –su sede– luce su mejor cara. Y solo se gastaron 56 millones –33 más de lo previsto–. En mi última visita al museo del malagueño universal, me enamoré de Giacometti. No me refiero a Alberto, al que todo el mundo conoce, sino a su hermano pequeño, Diego. En el antiguo palacio del siglo XVII se exhiben 50 piezas de mobiliario creadas por Diego Giacometti para la inauguración del centro en 1985. Incluye diferentes modelos de lámparas, bancos, sillas y mesas –por no decir, consolas– de bronce. ¡Eureka! ¡Tengo mis consolas! En ellas, y en las otras piezas, encontramos la simpleza de líneas del mobiliario griego que solo es quebrada por tulipanes y hojas o pequeños animales descansando sobre esas ficticias ramas metálicas. Diego Giacometti nunca se consideró artista pero sus piezas baten