Un sofisticado ático milanés de los años 60, decorado por estudio Eligo.
Con diseños a medida, mueblesjoya y más ingenio que obras, el estudio milanés Eligo consiguió cumplir con creces las expectativas que los propietarios tenían en su nuevo ático con terraza.
Buscaba una casa antigua, con historia, en la que las marcas del paso del tiempo fueran claramente visibles. “Me había prometido a mi misma que nunca viviría en una casa moderna, con la fachada cubierta de cemento”, confesa Clara Ceccherini, fundadora de la agencia de comunicación Baboon. Esta promesa se desvaneció al entrar en este ático milanés de 270 metros cuadrados alojado en un edifcio de los 60. La luz natural que invadía su interior, la gran terraza y el potencial que tenía enamoraron a primera vista, tanto a ella como a su marido. Para terminar de adaptarlo a sus gustos y necesidades, y para conciliar la visión más artística de Clara y el pragmatismo de su esposo, contactaron con el joven estudio Eligo, a los que admiran por su capacidad para investigar en las raíces de la tradición italiana y aplicarla en sus proyectos con una visión única. Sin apenas derribar tabiques, los interioristas lograron realizar un cambio radical. La distribución permaneció casi intacta, solo abrieron determinadas estancias para lograr una comunicación más fuida entre ellas y que la luz campara a sus anchas. Pero no se trata de una vivienda abierta, ya que cada espacio mantiene su autonomía, conectándose visualmente con el resto, gracias a puertas de cristal y a divisores y muebles que el estudio realizó a medida, tan funcionales como decorativos. Ya desde la entrada podemos percibir su intervención. Donde antes había un recibidor, hoy encontramos unos paneles rotatorios que sirven como biombos y espacio expositivo para arte. En el pasillo, una seda pintada por Elena Carozzi sustituye el anterior tabique y acoge, por un lado, un frente de armarios, y por el otro, sirve como telón de fondo para una estantería diseñada ex profeso por Eligo y el carpintero Giacomo Moor. No son las únicas piezas-joya que encontramos. En el salón destaca un aparador realizado a mano en bronce, latón y madera por Valentina Giovando, el comedor lo componen la mesa Romeo, de Roberto Lazzeroni, y las sillas del propio estudio Eligo, que a su vez son los responsables de los apliques realizados con cristal de Murano. “Me gusta rodearme con piezas de artistas y diseñadores con los que suelo trabajar”, afrma la propietaria que también apela al lado sentimental, para justifcar la elección de los colores, que hizo “con el corazón y son un fel refejo de lo que nos gusta”. En la paleta cromática se mezcla el burdeos con el mostaza y el azul cielo de una manera muy equilibrada, gracias a su distribución y a los suelos de resina blanca. Para Clara, “el resultado es una buena síntesis de las expectativas de mi marido, más racionales y pragmáticas, con las mías, más abiertas a la mezcla y a la improvisación”.