ARTY.
Jesús Cano reflexiona sobre la literatura y el arte.
“Entre los muchos quebraderos de cabeza del novelista no es el menor el de escoger el momento en que ha de comenzar su novela. Es necesario, es de hecho inevitable, que entrecruce las vidas de sus ‘dramatis personae’ a una hora determinada”, escribe la autora Vita SackvilleWest al inicio de su novela Los Eduardianos (un escándalo en la época). Miembro colateral de Bloomsbury, fue amante de Woolf. De Virginia Woolf. En esta página tenemos tres protagonistas que enredamos. Son un jardinero, un ceramista y una diseñadora. Y a los tres, en un momento dado, les calificaremos como artistas. No se rasguen las vestiduras, todavía no.
Piet Oudolf ( Haarlem, Países Bajos, 1944), en una novela decimonónica, sería el jardinero. En estas líneas -y en la vida real- no puede escapar de su destino. No lo imaginen, eso sí, perfilando boj u ordenando parterres. Tiene 72 años. Podría pasar por un sexagenario sabio pero insiste en que sigue aprendiendo. Oudolf, paisajista holandés, es el patriarca de la jardinería contemporánea. El padre del “New perenne”, la revolución. Adiós a los arriates coloristas de pensamientos y geranios. “Bye, bye” a la estacionalidad. Bienvenida la espontaneidad. Eso sí, controlada. En la década de 1980 Oudolf y su esposa Anja compraron una casa en Hummelo, un pequeño pueblo en la parte oriental de los Países Bajos. Allí imaginó jardines tipo pradera cubiertos de vegetación perenne. Detrás, montó un invernadero. En su primer catálogo, había plantas que el público siempre había considerado salvajes pero que eran atractivas. Malas hierbas que se empezaron a vender. Su casa hoy es un santuario. Hay autobuses repletos de fieles todos los días para recorrer su jardín. También hay peregrinación para ver los prados que diseñó en la galería de arte Hauser & Wirth en Somerset. Y en Nueva York, es visita obligada el paseo por su vegetación en la High Line.
El diseño de jardines, como la arquitectura, no encaja cómodamente dentro de la definición de arte de una mayoría. Piet Oudolf encuentra esto un poco desconcertante. “En cierto modo, el diseño con plantas es la máxima expresión artística”, dice. “Porque el medio tiene, literalmente, vida propia”, explica. Y defiende que las plantas de temporada al final del año no son basura para limpiar. Siguen siendo hermosas secas. Edmund de Waal (Nottingham, 1964) se define como ceramista más que como escritor o artista. Y es cierto que empezó su trayectoria moldeando un cuenco a los cinco años pero, además, ha publicado libros de los que ha vendido más de 1,5 millones de copias en 30 idiomas y su obra se expone en el Rijksmuseum, el Victoria & Albert o la Tate Britain. En este relato, De Waal encarnaría en el papel de cura. O del deán de la Catedral de Canterbury -como su padre-. Pero el barro, como saben, se cruzó en su vida temprano. Estudió con maestros como Geoffrey Whiting y viajó a Japón. Tardó en ver la luz. Y la encontró en sencillas e imperfectas piezas blancas -vasos, platos, jarras…- que repite obsesivamente. Su éxito llegó cuando decidió reunir varias de ellas en bodegones. Eso que ahora los entendidos llaman instalaciones.
Escultura? Imaginen a Faye Toogood (Rutland, 1977) como una pionera rompiendo moldes como su admirada Barbara Hepworth. Otro papel donde encajaría es como una ama de llaves que moviliza un ejército para que la casa funcione. Solo que en la vida real, en su estudio -fundado en 2008-, las primeras doncellas son patronistas, arquitectos, diseñadores, gráficos… Es difícil definir a alguien que firma un taburete, presenta una colección de abrigos y hace instalaciones para Comme des Garçons, Hermès o Alexander Mcqueen. Difuminar los límites entre la moda, el arte y el diseño está entre sus empeños. En su silla Rolypoly encontramos una dosis de artdéco, una pizca de primitivismo y un toque de años setenta. Todo en una pieza. Por cierto, aprendió a mezclar referencias siendo estilista en la época dorada de The World of Interiors.
Nos recuerda Sackville-west que en una novela no hay principios ni finales intermedios. Hay un comienzo y hay un final. Como final abierto sugiere un matrimonio. Aquí no vamos a casar a nuestros protagonistas. Son Monstruos, con mayúscula, con motivos de sobra para amar (o seguir). Y sanseacabó (tenía ganas de usar este palabro).