CLUB PRIVADO
Ocurrió que aquella tarde lluviosa de otoño, con misteriosa discreción, me invitaron a asistir a una cena que iba a tener lugar en el Circolo dei Cavalieri di Roma. El sobre era de papel blanco y fuerte, al frente llevaba caligrafiado mi nombre con esmero. En su interior, me indicaban con claridad el lugar y la hora a la que se me esperaba, así como el atuendo concreto que debía vestir junto con un ruego a la puntualidad. La curiosidad me hizo sentir verdadera atracción por aquella cita. En otros tiempos, en la época en que las clases altas no se dejaban ver en público, los clubs privados eran sus exclusivos espacios para la sociabilidad.
El acceso a ellos era tan restringido que, tan solo los más influyentes aristócratas conseguían pertenecer o ser recibidos en estos clubs. Tradicionalmente situados en imponentes edificios dentro de los mejores barrios de las grandes capitales, su interior se decoraba con esmero atesorando valiosos muebles y obras de arte que conseguían una decoración verdaderamente singular y a la altura de sus distinguidos socios. La sofisticación reinaba en los diferentes salones que se sucedían en el interior del club. Algunos dedicados al ocio, como el salón de juegos o el comedor, otros dedicados al recogimiento intelectual como eran los despachos, salas de lectura o biblioteca. Los privilegiados socios, antaño del sexo masculino, hacían su vida en las dependencias del club… socializaban, negociaban o simplemente leían la prensa diaria mientras degustaban un negro café.
Los clubs como legendarios espacios privados y exclusivos para la sociabilidad, encuentran sus primeros precedentes en la Roma clásica, donde patricios y senadores se encontraban en las termas para debatir o negociar, en base para socializar. Con el desarrollo social y económico del siglo XIX, fueron surgiendo clubs privados de nuevo concepto, destinados a agrupar sociedades mercantiles o intelectuales más cercanas a la burguesía que a la nobleza pero, siempre manteniendo la esencia de la exclusividad. Los clubs tan privados y selectivos también han sido escenario de grandes celebraciones y fiestas, en las que sus elegantes salones habitualmente cerrados para uso exclusivo de los socios, se abrían ocasionalmente a invitados distinguidos y a bellas damas que asistían a mascaradas o bailes de sociedad. Estas formas y usos convirtieron el espacio del club privado en el marco apropiado para la vida social, el negocio o el encuentro, en definitiva, el escenario perfecto para el ocio discreto y exclusivo. Llegado el día y la hora, invitación en mano, vestido según lo indicado y cargado de grata curiosidad, me presenté en aquel club del que tanto había oído hablar y al que nunca había tenido acceso. Fundado siglos atrás por distinguidos miembros de la nobleza, en la actualidad para uso exclusivo de sus socios, guardaba la solemnidad y belleza de un espacio bien proyectado.
Me acompañaron por la escalera principal, perfectamente alfombrada, hasta llegar a un salón en el que me acomodé en un tradicional chester de cuero color tabaco. Había otros grupos de personas en la estancia que charlaban amigablemente de temas sin duda interesantes. No desperté su curiosidad, aunque me saludaron con cortesía. El espacio era imponente por la altura de sus techos, estucos y valiosas tarimas. Grandes pinturas antiguas de batallas navales colgaban de las paredes que, junto con los cortinajes y alfombras orientales, conseguían que aquel salón fuese regio. Me sentía un verdadero privilegiado por estar allí. El tiempo pasaba despacio pero no pude evitar pensar en los muchos acontecimientos que habrían tenido lugar entre aquellas paredes. Enseguida, sobre la pequeña mesa de laca oriental que había frente a mí, colocaron con discreción una bandejita plateada con una copa de
Jerez y algunos aperitivos al estilo italiano.
En breve fui requerido a pasar al comedor de socios, sintiendo la expectación que supone lo exclusivo, atravesamos un ancho pasillo lleno de esculturas y retratos de soberbios caballeros. Así, entramos en un espacio mediano y tenuemente iluminado, había unas pocas mesas vestidas con manteles largos y blancos. Buena colección de pintura contemporánea contrastaba desde los muros con lo clásico del mobiliario que completaba el comedor. Allí me esperaban… Mientras servían la mesa con sobrias formas, en medio de una animada conversación, no pude dejar de pensar en el valor de aquel momento mágico que me llevaba a estar en aquel lugar exclusivo, bello y misterioso, que me hacía sentir un verdadero privilegiado. Me llevaba a ser partícipe del ocio exclusivo que se esconde tras lo privado. Concluido el postre, pasamos a tomar café y brandy a un nuevo salón donde se permitía fumar. Un magnífico espacio volvía a sorprenderme por su esmerada decoración, muebles e imponentes espejos. Había una buena colección de esculturas de bronce de artistas contemporáneos, un gran piano de cola y muchas personas en animada y cortés conversación. La velada terminó a media noche, aunque el portero del club se ofreció a facilitarme un coche, decidí volver paseando a mi hotel. Y así, bajo el misterio de la noche romana, poder reflexionar y volver a disfrutar de todas aquellas sugestivas sensaciones que había sentido en una velada en la que tuve el privilegio de vivir la esencia de lo más exclusivo.
No pude dejar de pensar en el valor de aquel momento mágico que me llevaba a estar en aquel lugar exclusivo, bello y misterioso que me hacía sentir un verdadero privilegiado