UNA JOYA EN LA MEDINA. El riad de Maite y Paolo Bulgari en Marrakech, decorado por Pablo Paniagua, es un crisol de culturas y un sueño personal hecho realidad.
Al estilo de los gabinetes de curiosidades, la casa de Maite y Paolo Bulgari en Marrakech, decorada por Pablo Paniagua, atesora desde taracea granadina, a orfebrer’a siria, ebanister’a marroqu’ o alabastros egipcios.
Todo o nada, con esta frase en la mente, el interiorista Pablo Paniagua dibujó cada detalle de la decoración del riad en Marrakech de Maite y Paolo Bulgari -presidente de la firma de joyas fundada en 1884 en Roma-. Ambos soñaban con darle un giro orientalista a su casa de Marruecos, situada en el corazón de la Medina junto a uno de los tres palacios reales de la ciudad, el Dar El Bacha. Los riad aledaños refl ejaban una tradición decididamente afrancesada y fue en un viaje a Sevilla, admirados por la belleza de La Giralda y su similitud con la Mezquita Kutubía de Marrakech y con la Torre Hasan de Rabat, cuando decidieron que sería mejor buscar referencias andaluzas. “Pensaron que era en Andalucía donde seguro encontrarían ese punto de vista europeo con la memoria puesta en la herencia islámica de la Península y en la historia de Al-andalus”, dice el decorador malagueño que logró hacerse con un magnífico desafío. “Tanto Maite como Paolo han estado muy involucrados en el proyecto y, al tiempo que han marcado una total libertad, su personalidad e indicaciones están presentes en la casa”, continúa. “Para crear un lenguaje diferente a lo que se entiende desde occidente por una casa en Marruecos”, indica, puso en marcha varias líneas de estudio. Por un lado, se propuso conocer a fondo la artesanía islámica y, por otro, acudir a la pintura orientalista francesa “para entender cómo eran los interiores antes de la llegada de los europeos y de que contagiaran un refinamiento afrancesado”, añade.
Tras una aventura de tres años, igual número de celebraciones del Ramadán, otras tantas fiestas del cordero y dos navidades, este fantástico riad ha visto reconfigurada su distribución con la aportación de una arquitectura interior basada en la esencia de Marruecos. El tratamiento arquitectónico, artesanal y de interiorismo, ha alcanzado las altas cotas de calidad que acostumbra a demostrar un interiorista tan profesional y sensible artísticamente como Pablo Paniagua, licenciado en Historia del arte en Málaga, diplomado en Arquitectura interior en Madrid y máster en Artes Decorativas en Roma.
Taracea granadina, orfebrería siria, ebanistería marroquí o alabastro egipcio, ninguno de los elementos ornamentales empleados son ajenos a Marruecos a pesar de su variada procedencia. “Es un crisol de culturas”, indica Pablo Paniagua, y añade: “hemos reunido objetos comprados en cuatro ciudades imperiales marroquíes, Meknes, Rabat, Fez y Marrakech; piezas suyas de colección, como los alabastros egipcios; algunas pinceladas francesas y diseños
adhoc”. Y, fruto de una profunda búsqueda, artesanía de tradición islámica, que borda la excelencia de calidad pedida por los propietarios. Salvo esos ejemplos, los dueños deseaban que todo se quedase en Marruecos, querían una relación de cercanía “no se sienten extraños sino vecinos”, comenta. Del Bajo y Medio Atlas, provienen tejidos de alfombras o cortinas. Entre las hazañas logradas, destaca una tela con pasamanería hecha en Sevilla, con hilo y lana marroquíes, cuyo enrejado mezcla artesanía islámica e influencias de una pieza rondeña, y que supuso ocho meses de trabajo. A los tejidos artesanales, se suman firmas occidentales como Donghia, Fortuny, Gastón y Daniela, Jim Thomson, John Boyd, Loro Piana o Rubelli.
El tratamiento de suelos y paredes constituyen uno de los mayores atractivos, contribuyen a una inmersión total en el más típico ambiente marroquí y responden a la idea de que todo pareciera que lleva allí años. En ello inciden, las paredes de tadelakt, revoco de mortero de cal y arena tradicional marroquí acabado con jabón negro y aceite de oliva, que se combina con zócalos de zellige, otra artesanía típica, a base de teselas cerámicas, también presente en muchos de los suelos, y en algún zócalo, siguiendo patrones tomados de la Alhambra de Granada. Los techos elevan el listón decorativo con modelos de Gustavo Paniagua, basados en artesonados de Marrakech del s. XVI que conectan con diseños españoles de tradición mudéjar. Para el colorido, el decorador ha combinado los clásicos de la artesanía en Marrakech, blanco, verde y burdeos, unidos a su color fetiche, el azul. Y, para terminar, un detalle imperceptible a la vista, y es que gracias a que los artesonados se han dejado a poro abierto, el aroma de cedro se extiende por las estancias. Otro de los sueños de Maite Bulgari, que oliese a Marruecos, hecho realidad.
“MARRAKECH ES UN LUGAR ÚNICO EN TODO EL MUNDO, EL RIAD EN PLENO CORAZÓN DE LA MEDINA ES COMO UN SANTUARIO”