¿Puede el oro ser un básico?
Obviamente no, aunque muchos se lo hayan creído en los últimos tiempos. El oro, el dorado, se merece su respeto y aunque resulta muy valiosa su inclusión cuando se trata de un interiorismo especial, hay que ser un sabio, -una vez más-, para salir airoso de esta prueba. El dorado en toquecitos aquí y allá se queda en un cursi "quiero y no puedo" (una pena), y empleado a mansalva se convierte en vulgar y pierde el misterio. Sin embargo, hay un punto en el que sube la sofisticación y puede llegar a ser tremendamente moderno, exquisito, transgresor y funky. ¿Ejemplos? En esta revista vas a encontrarte por lo menos con cinco: el primero, -que me tiene loca-, está en las puertas industriales del comedor de la casa de Hamburgo, por algo las hemos traído a la portada. A ver, ¿a quien que no sea la interiorista Karin Schandorff se le ocurre teñir de oro lo que podrían ser las correderas de un garaje? Ese vulgar acero galvanizado así tratado subió a una categoría impensable. Segundo ejemplo, el gran armario-panel que hay tras la bañera en el loft brutalista de Maastrich creado por el equipo Nicemakers, un foco luminoso impecable brotando del hormigón. Tercero, la finísima línea dorada que pinta las entremolduras de las carpinterías en la casa parisina del diseñador de moda Alexis Mabille, un detalle potente que reivindica su origen dieciochesco en una revisión contemporánea. ¿Un detalle...? Una declaración de carácter. Cuarto, las cortinas de terciopelo oro viejo vistiendo ¡los ocho! ventanales en el apartamento londinense decorado por Peter Mikic y, ya que estamos, en este mismo lugar encontramos el quinto ejemplo sublimado, un dormitorio donde cama, cómoda, mesitas auxiliares y lámparas se entregan al latón dorado con un exceso de desvergüenza enormemente atractiva. Lo dicho: manejar el oro, por supuesto, pero de básico, nada. Un respeto.
“Hay un punto en el que llega a ser tremendamente moderno, exquisito, transgresor y funky”