ELLE Gourmet

Jan Taminiau: sobre la decoración, la felicidad y las reuniones en familia.

- JAN TAMINIAU DISEÑADOR DE MODA

Cuando era pequeño, la fondue de queso era el plato que convocaba a mi familia para disfrutar alrededor de la

mesa. El queso me fascina, y siempre lo encontrará­s en mi frigorífic­o, junto con las verduras de temporada. Y, por supuesto, en mi despensa nunca faltan el pan y el vino tinto español. Sin embargo, mi energía se centra no tanto en la elaboració­n del menú como en la puesta en escena. Porque, definitiva­mente, se me da mejor conquistar con la narrativa de una mesa orquestada que con lo que contiene el plato.

Soy el segundo de cuatro hijos de una familia católica del sur de Holanda, un entorno en el que la familia es un núcleo fundamenta­l. Lo que me fascinaba de las grandes ocasiones era celebrar que nos juntásemos los seres queridos. La felicidad, el ruido y el jolgorio que aquellos acontecimi­entos suponían y en cuya decoración, animado por mis padres, me encantaba volcarme ya de niño. Manteles, servilleta­s, platos y flores tenían que transmitir ingredient­es incontable­s Más la velas adelante, alegría se y les los unieron objetos del a estos encuentro. atesorados Todo ello era en presentado mis viajes. con formas diferentes, e intentaba lograr el efecto sorpresa para agradecer y celebrar el acto de encontrars­e.

Juego con los elementos que tengo cerca, ya sean heredados, comprados, regalados, prestados u olvidados. Me considero un loco de los mercadillo­s y las almonedas. La maravillos­a ciudad de Madrid, donde, desde hace seis años, paso una parte importante del tiempo, conserva en el Rastro un tesoro con el que me identifico desde la primera visita. También supone una excusa perfecta para tomar unas porras con chocolate los domingos y, a la vez, escuchar a los vecinos hablar ruidosamen­te y muy rápido. Admito que no entiendo nada, pero me fascina la buena energía que se trasmite.

La naturaleza es otro gran referente en mi laboratori­o creativo, el principal impulso a la hora de decorar una mesa, ya sea con el drama de largas ramas frutales con sus pétalos esparcidos por el mantel y los cubiertos, con la sutileza de docenas (y no exagero, me tienen que frenar: ¡no sé contar!) de vasos pequeños de cristal con las primeras flores de marzo o con el musgo y las hojas, que me ayudan a recrear –estrellas y figuras incluidas– paisajes, aldeas, granjas o estaciones de tren con pasajeros llenos de ilusión para la cena de Nochebuena. Porque flores y ramas dictan el humor y los colores. Determinan el mantel, las servilleta­s, la cristalerí­a y la vajilla. En este proceso me doy el tiempo que sea necesario, es mi gran disfrute. Y, mientras decoro, pongo música (ante la duda, la voz de Nina Simone).

Me gusta dejarme llevar e improviso mucho: es, raro no, rarísimo que haga dos veces la misma mesa.

Últimament­e, la elaborada riqueza narrativa de mis mesas se ha centrado en la vajilla, la cubertería, la cristalerí­a y la mantelería. Esto se debe a un plato que comí por primera vez en la maravillos­a casa de mi dentista en Ámsterdam: rollitos de primavera vietnamita­s de verduras, pollo y queso con crema especiada al jengibre de cacahuete y salsa picante... Me encante el picante. En mi decoración ya no hay sitio para las aldeas, las estaciones de tren, las granjas ni demás fantasías. La mesa se llena de 101 platos de todo tipo de verduras crudas de temporada finamente cortadas y a las que puedes añadirles queso o pollo a la plancha también en tiras. Todo lo envuelves según tu capricho con unas húmedas crepes de arroz que cada comensal se sirve alrededor de una buena conversaci­ón llena de alegría. Los rollitos admiten numerosas alteracion­es y cualquier producto de temporada. Pero, insisto, lo más importante es que te permiten jugar con los colores en torno a la mesa mientras los comensales se divierten preparando su comida. En este ambiente de buen humor solo sale lo mejor de cada uno, y ese es el motivo de que nos juntemos.

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