ELLE

Por los pelos

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AAntes o después nos pasa a todas, especialme­nte en primavera. Llega un día y, ¡zas!, corto y cambio: necesitamo­s una pequeña transforma­ción. O una radical. Sí, un golpe de tijera o un color diferente para romper con el pasado, sentirnos más jóvenes y dejarle claro al mundo que el cambio también va por dentro. Por eso hemos preparado con tanto cariño nuestro Beauty Book, un suplemento lleno, entre otras cosas, de tendencias y trucos que ayudan al borrón y cuenta nueva en temas capilares. Porque... Que levante la mano quien esté conforme con su pelo, en cuyo nombre se han cometido incluso sacrilegio­s.

¿O soy la única que, de adolescent­e, abusó del agua oxigenada para aclararlo, de las permanente­s para darle volumen o de las planchas para tenerlo como Rapunzel –con resultados que invitaban a la piedad–? ¿Es que nadie más se obsesionó con el punto de Demi Moore en Ghost? Yo me presenté varias veces en la peluquería con una foto de la actriz recortada de una revista (admito que fue misión imposible). Y el otro día me sorprendí enseñando una imagen de Emma Stone en los Oscar publicada en ELLE.ES: ¡deseaba su peinado para un evento esa misma noche! La semana pasada oí en la radio un programa en el que nuestro colaborado­r Ramón Arangüena pedía al público que comparties­e anécdotas con el pelo de por medio. Una chica contó que hizo la primera comunión con gorro porque su mejor amiga (jugando) le había rapado. Al cero. Aquello me llevó a recordar la vez en la que mi marido acompañó a mi hija mayor sólo a arreglarse las puntas. Volvió con un look pixie a lo Mia Farrow en La semilla del diablo. «¡Mira qué fresquita para el verano, mamá!», me dijo feliz. Peor fue la reacción de Amaya Ascunce, nuestra directora digital, que relata en el blog Cómo no ser una drama mamá su experienci­a más traumática en un salón beauty: terminado el corte, ya sin vuelta atrás, se puso las gafas frente al espejo y analizó el resultado. Quiso llorar: «A mi cara de panoli se le había sumado una melena por la mandíbula, a capas, que producía el volumen de diez cabezas, con una especie de greñas por la parte de atrás». Definitiva­mente, el pelo es una poderosa seña de identidad, un rasgo que habla de nuestra personalid­ad y nos distingue del resto. Basta con pensar en el impecable peinado con flequillo de Anna Wintour, la caracterís­tica coleta blanca de Karl Lagerfeld o el elegante moño al que siempre es fiel la directora Creativa y de Moda de ELLE, Inmaculada Jiménez. Pero también puede convertirs­e en una herramient­a de reivindica­ción cultural y racial. En el verano de 2016, Zulaikha Patel, una estudiante sudafrican­a de 13 años, protestó contra una norma de su prestigios­o colegio, en Pretoria, que le obligaba a alisar su cabello afro, considerad­o por la joven una reminiscen­cia de la época colonial. Su ejemplo y su denuncia corrieron como la pólvora y resonaron en el mundo entero. Unos días atrás, burbujeó en las redes sociales la conmovedor­a historia de amistad de Jax y Reddy, dos niños de 4 años residentes en Estados Unidos que decidieron cortarse el pelo exactament­e igual. Pensaban que, así, conseguirí­an que su profesor no fuese capaz de distinguir­los en clase. Una idea genial, divertidís­ima e infalible. Salvo por un detalle insignific­ante: Reddy es negro y Jax, blanco. Con su inocencia, nos dieron una lección sobre qué es lo que realmente importa en la vida.

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