ELLE

EN LA COLA DEL CINE

- @guardian_el_

Lo peor de algunas cosas bonitas es que son tan frágiles que se pueden romper y hacer añicos en cuanto pones un dedo sobre ellas. Es lo que ocurre con las pompas de jabón, con los copos de nieve y con algunos de los futbolista­s más elegantes y delicados. Por eso a veces es preferible mantenerse a una prudente distancia y disfrutar de esos detalles, contemplán­dolos en silencio mientras puedas. Hay algo bonito en conmoverse con la belleza en privado. Ese temor a poder estropearl­o todo fue la razón por la que él nunca le comentó nada al respecto. Pero lo que más le gustaba de ella, por encima de otros muchos detalles, era el hecho de que le encantara la Coca-Cola del cine. Sí, esa CocaCola que es como jarabe: dulzona, sin gas y que deja cierto regusto a plástico en el paladar. Esa Coca-Cola que venden a un precio ridículame­nte alto, propio de un país aquejado de hiperinfla­ción. Esa Coca-Cola aguada y por la que hay que aguantar siempre una lentísima fila que parece nunca avanzar. Pero a ella le chiflaba. No podía evitarlo. Daba igual que él le dijera que eso no era más que agua con polvos. Daba lo mismo si llegaban tarde. No había forma de que entrara a ver una película en el cine sin que ella tuviera ese enorme vaso lleno de aguachirle soldado a la mano. «No sé muy bien qué tiene. Simplement­e me gusta», solía decir ella, sonriendo y encogiéndo­se de hombros, dando sorbos a través de la pajita. Y a él, en el fondo, pese a tener que soportar interminab­les colas y tener que entrar siempre tarde en todas las salas de todos los cines del mundo, le encantaba ese detalle porque pensaba que eso era exactament­e todo lo que él podría llegar a ofrecerle un día: algo imperfecto, no siempre en su mejor versión, pero algo conocido a fin de cuentas. Uno no puede mostrarse chisporrot­eante y fresco eternament­e. Lo importante, pensaba él, era todo lo que rodeaba a esa Coca-Cola del cine. El ritual, la impaciente espera, los pósteres de las próximas películas como fogonazos del futuro y el adentrarse a la vez en la oscuridad de la sala en busca de sus sitios y de vivir juntos una nueva historia. Con su Coca-Cola aguada, sin gas y plasticosa. Pero su Coca-Cola. Y pensaba que, si nunca decía nada en alto, si nunca ponía el dedo sobre esto, nadie podría quitárselo jamás.

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