ELLE

Vicente Amigo El corazón del FLAMENCO

Viajamos hasta Córdoba para entrar en la casa estudio de este andaluz universal, el lugar desde el que lanza al mundo un disco de raíz lleno de grandes colaboraci­ones. Así es, de cerca, el alma de un mito de la guitarra.

- POR GEMA VEIGA. FOTOS: JUAN ALDABALDET­RECU. REALIZACIÓ­N: CRISTINA P. HERNANDO

Vicente Amigo (Guadalcana­l, Sevilla, 1967) es para muchos el mejor guitarrist­a vivo del planeta. Una capacidad de composició­n exquisita que reconcilia la calma con el arrebato y la audacia para conectar el flamenco con las músicas del mundo le convierten en un mito. Cuatro años después de Tierra, grabado en Londres con iconos como Mark Knopfler, este andaluz universal vuelve al ruedo con Memoria de los sentidos. Un disco de raíz lleno de colaboraci­ones estelares, de Miguel Poveda a Niña Pastori. Viajamos a su casa, en Córdoba, la ciudad en la que vive desde los cinco años y donde guarda su flamante Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Mientras camino del porche a la entrada principal, veo una silueta a lo lejos, enmarcada por olivos y cantos de pájaros. Es un hombre con una guitarra en la mano. Él. Me recibe con la puerta abierta. Nos sentamos en el salón con la tele encendida pero sin voz. «Ahora vuelvo, voy a por dos cervezas frías», me dice. Y le miro doblar la esquina de la cocina sin soltar el mástil de su guitarra, ese que es un remo entre las dos aguas que abrió para la historia del flamenco su amigo Paco de Lucía. El mismo con el que ahora su heredero nos lleva hasta la orilla de la belleza en estado puro para poder sentir, mientras lo toca, durante un instante, la eternidad que vive bajo nuestra piel fugaz, la mirada de los dioses. ¿Cómo se pasa de Dire Straits a Potito o Arcángel? Este disco era lo que me pedía el cuerpo. Tierra, el anterior, para mí era muy flamenco, aunque en él había colaborado gente de otras culturas. Me gusta abrirme a la sensibilid­ad musical, venga de donde venga. Ahora he hecho un trabajo sin aditivos. He vuelto al origen.

¿Cómo ha sido el casting?

Tengo la suerte de contar con amigos que son grandísimo­s artistas. No quiero olvidarme de nadie: Poveda, el maestro Pele, Arcángel, Pepe de Pura, Niña Pastori, Pedro el Granaíno, que aún no ha grabado pero es un tío al que le suena la voz increíble. Y Potito, otra de las joyas del flamenco, y Rafael de Utrera, que estuvo en el sexteto de Paco de Lucía.

Para mí, el arte es Dios. Yo siempre quiero mirar a las cosas a la cara, pero al arte le miras a los ojos y no le aguantas la mirada ni dos segundos

Y aparece incluso Farruquito, que hace un zapateao. Cierto, ha bailado en una canción. Pocos saben que, antes que bailaor, Farruquito es un gran músico. ¿Recuerdas la primera vez que viste una guitarra? Dice mi madre que, de muy niño, me ponía a tocar con palos que me hacía mi abuelo. La primera guitarra la vi en blanco y negro: fue en la tele. Era la de Paco de Lucía. Tenía 3 años, pero el recuerdo es imborrable.

Más tarde, Paco sería uno de tus grandes amigos.

Sí. Le conocí a los 15, cuando vino a verme tocar junto a Manolo Sanlúcar al Teatro Real. Y flipé. Luego colaboró en mis discos y nos volvimos muy amigos, hasta el punto de ser compadres. Él bautizó a mi hijo Marcos y yo bauticé a su hija Antonia. Fue aquí, en Córdoba, en la Mezquita.

En tu disco hay un hermoso Réquiem. ¿Se lo dedicas a él?

Sí, pero no he querido poner nada porque no me han gustado muchas de las cosas que han pasado después de que él se fuera. Es un tema muy sencillo pero muy de verdad. En una entrevista me contó que sufría, que le costaba «fatiga» tocar. ¿Te pasa a ti lo mismo? Las expectativ­as que uno mismo se marca a veces no existen. No es fácil mirarse al espejo y sacar algo nuevo de ti cuando te tienes tan visto. La fatiga más grande es cuando debes demostrarl­o a las cinco de la tarde en un teatro donde están los que te quieren... y los que desean darte leña. Yo cobro por pasar miedo. Si cobrara por horas, sería rico. Ahora, también es verdad que, una vez que consigues superar esa barrera y estás tocando sobre un escenario, no te cambias por nadie. Pero, hasta que llega ese momento, todo son fatigas para mí. Creo que Paco se refería a eso.

Yqué me dices del duende? Que no tiene que ver con que hoy te llegue una idea maravillos­a sin haber trabajado. El duende es un estado de libertad interior en el que no existe el miedo. Por eso puedes volar. Un día estaba aquí sentado y se me ocurrió esta melodía (se pone a tocarla con los ojos cerrados). Después, la quise grabar y no me salía. Y era porque no lograba estar en ese lugar de la conciencia que conecta con el universo que yo siempre busco. ¿Cómo es ese universo? Un sitio que no es de nadie y donde dos y dos no son cuatro. Donde dos más dos da lo mismo lo que sean. Porque yo no busco sumar dos más dos, yo busco tirarme a esa manera de tocar que casi no voy a poder repetir. Así que, cuando al final conseguí volver a interpreta­r aquella melodía, me jarté de llorar y se lo agradecí a Dios. Lo mismo me pasó cuando la saqué. Dije: «¡Qué bonito! ¡Esto no es mío, esto es un regalo!». Yo creo que es más un encuentro de la música conmigo que mío con la música. Por eso me gusta tocar en soledad, y también por eso el aplauso que más vale es el que yo mismo me doy.

No has soltado la guitarra durante toda la charla, ni siquiera cuando has ido a por las Mahou. ¿Cómo es posible?

La guitarra es un instrument­o que puede ser como una cárcel, ¿sabes? Llega un punto en el que vas a bañarte y no va a bañarse Vicente, va a bañarse el guitarrist­a Vicente. Estás preso. Creo que tiene que ver con el ego, con que, si nos desapegáse­mos de él, diríamos: «Ahora no voy a ser guitarrist­a, no quiero saber nada de la guitarra durante un tiempo».

Igual es que ya es parte de ti, una extensión de tu cuerpo.

Debe de ser. Aunque te pierdes muchas cosas grandes de la vida, y eso es una putada también. Menos mal que yo no

La fatiga más grande se siente al tener que demostrar lo que haces frente al público. Yo cobro por pasar miedo. Eso sí, cuando rompes esa barrera y estás tocando, no te cambias por nadie

renuncio a pasarlo bien y salir por ahí con los amigos, pero incluso hasta eso, a veces, es un parapeto para esconder el dramazo que es esta cárcel (mira la guitarra y se ríe).

Tienes tu estudio en casa? Sí. Pienso que el futuro está en estudiar un poco más y poder grabarse a uno mismo. Eso es lo más potente, porque puedes estar en absoluta intimidad, que es como realmente me gusta trabajar. Yo tengo guasa para un montón de cosas, pero con el arte siento muchisíma vergüenza. ¿Por qué? Para mí el arte es Dios. Yo siempre quiero mirar a las cosas a la cara, pero al arte le miras a los ojos y no le aguantas la mirada ni dos segundos. Con el arte hay que agachar la cabeza, cerrar los ojos y verlo con el corazón. ¿Cómo se lleva el hombre que está aquí, frente un vaso de cerveza y la tele sin sonido, con el mito que supone ser uno de los mejores guitarrist­as del mundo? Algún día, a lo mejor exploto, pero hasta ahora he mantenido el tipo yendo de la mano con los dos. A veces no sé cómo repartir mi vida. Lo que sí hago es cambiar de número de teléfono. Si no lo he hecho cien veces, no lo he hecho ninguna. Lo saben todos mis amigos (risas). Un día me dice Alejandro Sanz: «Quillo, ¿este móvil es el bueno? Es que tengo aquí una lista de Vicente, Vicente Bueno, Vicente Bueno Bueno, Vicente Auténtico...

¿Te acuerdas de aquella vez que te llamé y se cortó porque no había cobertura y cuando te volví a llamar ya habías cambiado de teléfono?». (Recorre el pasillo la silueta de su mujer, que lleva unas bolsas de la compra llenas de mil cosas verdes). Es que le he pedido que traiga verduritas porque estoy con la dieta del tao.

¡Cuéntame eso, por favor!

Es un sistema de alimentaci­ón en el que tienen mucha importanci­a las combinacio­nes de alimentos. No mezclas hidratos y proteínas. Y las frutas las divides en ácidas y subácidas. Con este régimen, llegué a perder diez kilos.

Por algo este año eres la imagen de los patios de Córdoba...

(Risas). Ya ves tú: la imagen. Será una foto donde salgo con los ojos cerrados, porque la imagen de verdad es la música. Pero es algo por lo que le estoy muy agradecido a esta ciudad. Es otro abrazo que me da. La verdad, siempre recibo el apoyo de la gente de aquí, venga quien venga a gobernar. Por fin encuentro a un profeta en su tierra.

No he entrado nunca en política. Amo esto. Aquí hay que venir en primavera, con los patios llenos de flores. Es una ciudad muy bonita, a media hora en Ave de Madrid. Yo voy en mi bici y descubro rincones nuevos cada día. Córdoba es como el agua en calma. Y la gente es transparen­te. ¿Cuál es el pequeño gran placer de Vicente Amigo? ¿Uno na más? Te diré dos: agradecer y encomendar­me. Pido estar fuera de las garras de los miedos y serenidad para expresarme como realmente soy.

Esa paz la transmites. Disimulo bien, la procesión va por dentro. Lo que pasa es que, con los años, uno se va conociendo y decide si quiere tomar Orfidal para dormir o buscar nuevos caminos. Últimament­e, hago ejercicios siguiendo una técnica que me enseñó un maestro en Barcelona, un hombre que me demostró que podía ser feliz sólo respirando. Sin guitarra ni nada. Cuando alcanzas eso, es cuando piensas: «Aquí me quiero quedar». No te hace falta nada, ni comer. Yo he llegado a llorar de felicidad meditando. El otro día compuse una letra que dice: «El rostro de la libertad es el rostro de cualquiera cuando se pone a llorar». Y creo que es verdad, que, cuando uno rompe a llorar, se permite ser libre.

Dice el mindfulnes­s que no hay nada que nos haga más fuertes, más poderosos, que ser vulnerable­s.

Yo lo soy. Lo he sido toda mi puta vida. Y, por más que luche conmigo, no hay nada que hacer. Eso sí, he aprendido a tomar el Orfidal de vez en cuando sin sentirme culpable. ¿Qué tiene el flamenco que no tenga otra música? (Rasguea las cuerdas de la guitarra antes de contestar). La mala leche. Sí, tiene una mala leche que quizá no la tengan otras músicas. Y una parte de esa mala leche le sobra, además. Sólo una parte, ¿¡eh!? (Risas. Se queda en silencio. Vuelve a tocar). Vamos a tener que tomarnos otra cervecita, ¿no? Y ya otro día, si eso, hacemos la entrevista. ■

«Soy vulnerable. Lo he sido toda mi vida. Y, por más que luche conmigo, no hay nada que hacer»

 ??  ?? Abrigo y jersey de Paul Smith para Yusty, pantalones de Hermès y zapatos de Emidio Tucci para El Corte Inglés.
Abrigo y jersey de Paul Smith para Yusty, pantalones de Hermès y zapatos de Emidio Tucci para El Corte Inglés.
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Jersey de Hermès.

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