UNICORNIOS Y MOSQUITOS
Siempre me ha perseguido un cierto sentido de permanente insatisfacción. Cada vez que consigo algo o que vivo un momento que llevo un tiempo persiguiendo, inmediatamente pienso desde los rincones más oscuros de mi ser: «¿Eso era todo? ¿Dónde están los fuegos artificiales? ¿Por qué no soy mucho más feliz ya? ¿Dónde están los unicornios corriendo al ritmo del Canon de Pachelbel?». Al principio esto me asustaba, claro. Temía no estar valorando en su justa medida las cosas buenas que me ocurrían, ser un desagradecido y, por extensión, un desgraciado. Tampoco es que fuera una persona triste, ni mucho menos, disfrutaba enormemente de esos momentos de inesperada felicidad cuando ocurrían. Pero cada vez que lograba uno de esos objetivos vitales que todo el mundo se marca –amor, reconocimiento profesional, cosas materiales...– una sensación de insatisfacción me invadía poco después. Con el paso del tiempo y la repetición de ciertos patrones, he terminado aprendiendo que esto, lejos de ser una condena, puede ser algo positivo si sabes cómo utilizarlo. Esa voz interior que te dice «¿Esto es todo lo que tienes?» me resulta de una gran utilidad. Porque no me permite las palmaditas en la espalda por lo que logro. Tampoco siento la necesidad de vender a nadie mi felicidad, ya que todavía sigo detrás de ella. Porque siempre quiero más. Pienso que todo es susceptible de mejorar. Que sacrificándome, analizando con sentido crítico, mejoraré en los distintos aspectos de mi vida. Es como un mosquito zumbando que no me permite que me duerma. Disfruto del momento, pero no me recreo. Siempre he huido de eso que los expertos llaman la felicidad condicional, esto es, pensar que consiguiendo algo, sea cual sea ese algo, obtendrás a continuación un sentimiento inmediato de felicidad: «Si me caso, entonces seré feliz», «Si me compro este coche, habré llegado». Porque, tras esto, sólo queda el precipicio. La verdad es que no tengo muy claro dónde quiero llegar, aunque sí sé que todavía no estoy ahí. Y que me queda mucho camino por recorrer. Lo importante es seguir sintiendo hambre, ese mosquito zumbando. Los unicornios, de momento, pueden esperar. El conformismo y las falsas ilusiones matan más sueños a diario que todos los despertadores juntos.