ELLE

JORGE DREXLER Pincha lo próximo del uruguayo.

El propietari­o del único Oscar a la Mejor Canción Original en castellano se prepara para ‘hacer girar’ su nuevo álbum.

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«VIVIMOS UN MOMENTO DE RUIDO Y DISTRACCIÓ­N. DEBES ESTAR MUY PRESENTE EN TODO LO QUE HACES»

La carrera de Jorge Drexler (Montevideo, 1964) es el premio tardío de un valiente que, con 30 años, mientras hacía el segundo curso de un posgrado en otorrinola­ringología y trabajaba en un hospital con personas sordas, decidió jugárselo todo a la música. Preparó las maletas, se vino a España... y ganó. Había publicado nueve discos cuando le llegó, en 2005, el Oscar a la Mejor Canción por Al otro lado del río, la primera en castellano que lo lograba en la historia. Lo recogió en el Kodak Theatre, donde entonó a capela la estrofa inicial, una imagen que dio la vuelta al mundo. Drexler, que podría haber aprovechad­o el tirón instalándo­se en Los Ángeles, decidió ser fiel a sí mismo y seguir insuflando vida a historias intimistas y comprometi­das. Ahora lanza su decimoquin­to álbum, Salvavidas de hielo, un emocionant­e repertorio de temas grabados con guitarras procesadas digitalmen­te y enriquecid­o con tres voces femeninas de las grandes: Natalia Lafourcade, Julieta Venegas y Mon Laferte. Un regalo para los oídos del que nos habla entre el trasiego de tazas del madrileño (y mítico) Café Comercial.

¿Cuántas letras habrás escrito en las servilleta­s de este local legendario?

Ninguna, es curioso; aunque aquí tuve alguna cita recién llegado a la ciudad. Conozco a gente que sí compone en bares: mi mujer (Leonor Watling), por ejemplo, se pasa media vida en ellos. Los prefiere a la oficina.

¿Cambia tu día a día cuando te sumerges en el proceso de creación?

Sí, me siento como si fuera corriendo por un prado con un pantalón de velcro al que todo se pega. Una mañana, en la radio, oí un debate sobre las migracione­s y, al instante, pensé en contar algo acerca de los desplazami­entos como actos de superviven­cia. Somos una especie en viaje. Yo soy padre, hijo, nieto y bisnieto de emigrantes. De eso trato en Movimiento, mi favorita del nuevo trabajo. Telefonía es el primer sencillo, con el que te estrenaste en Facebook Live.

En otro de tus temas (Silencio),

criticas el griterío que hay en Internet. Sí, el ruido. Las redes sociales son herramient­as, como la escritura: con ella puedes crear Mi lucha o Cien años de soledad. Tú eliges para qué usas los caracteres. Nunca me ha gustado Facebook Live para transmitir un concierto, por ejemplo. Sin embargo, este me ha encantado; sentarte, mirando a 4.000 personas conectadas a la vez, tiene un punto de intimidad curioso, porque sabes que en los días siguientes puede llegar a verlo un millón y medio. Eso sí, te da vértigo porque te encuentras más expuesto.

¿Y qué piensas de las plataforma­s de música gratuitas?

Que nadie la escucha gratis porque a esos servicios accedes al pagar un dispositiv­o y una conexión. La gente dice que las canciones ahora no dan ganancias, y eso no es cierto.

Nunca en la historia de la humanidad han generado tanto dinero. El problema es que se queda entre las compañías telefónica­s y los portales online.

Robe Iniesta, líder del grupo Extremodur­o, ha pedido al público que no use el móvil en sus conciertos para que se divierta en vivo. ¿Tú qué opinas de eso? Puedo entenderlo, aunque los fans también tienen derecho a disfrutar de un directo como prefieran. Sin embargo, da pena ver a todos con el teléfono. Existen lugares en los que el

smartphone no debería entrar.

No te entusiasma la palabra cantautor. Ese combo suena como choripán o

salchipapa. Las definicion­es no son lo mío; si tuviera que escoger una opción, sería cancionist­a. Es abierta. Incluye igual a Verdi que a Björk.

¿Eras más de Silvio (Rodríguez) o de Pablo (Milanés)?

Me encantan los dos. Eso sí, crecí en un entorno en el que intentábam­os mantener una identidad uruguaya y no seguir las pautas de la Nueva Trova... Lo que no significa que no me hayan influido. Principalm­ente, Silvio, que está muy presente en mi manera de tocar la guitarra.

En Quimera me recuerdas a él.

Es posible, fíjate (la tararea). ¡Cierto! De algún modo, lo llevo dentro de mí.

¿Y a quién te has quedado con ganas de ver en directo?

A muchos. No he ido a un concierto de João Gilberto, y creo que ya no toca en vivo. A Bob Marley... Por suerte, he escuchado a otros: a Leonard Cohen, a Caetano Veloso... Hablando del último, tiene que impresiona­r actuar como telonero de alguien al que admiras tanto y que, años después, colaboréis.

¡Ni siquiera eso! Yo era instrument­ista de su telonero, Rubén Olivera. Disfruté aquellas noches maravillos­as en Montevideo desde un sitio de privilegio y vi cómo se manejaban él y su banda con el sonido. Se me ha grabado a fuego. Es un estándar de calidad al que intento acercarme (infructuos­amente) desde siempre.

¿Cambió tu vida después del Oscar?

La profesiona­l sí. De repente, me vi en medio de un vendaval mediático que tiraba de mí. Pero no importa hacia dónde vaya el viento; tú llevas el timón. Tras el premio, saqué 12 segundos de oscuridad, mi disco más triste y melancólic­o. Me acababa de divorciar y de enamorar de nuevo; uno no elige sus plazos. Fue un periodo maravillos­o y duro al mismo tiempo. Un momento de tinieblas. En lugar de dar el salto a Los Ángeles o a Miami, hablé de lo que me pasaba. Fue una decisión ética.

¿Y qué hay del terreno personal?

Siempre he estado poco tiempo solo. He ido de una pareja a otra con unos pocos meses de distancia, así que jamás he podido abrirme una cuenta de Tinder (risas). Antes, te casabas con 17 y era para toda la vida, pero hoy la gente dispone de alternativ­as. La sociedad te dice que puedes ser y hacer lo que desees. Y esa libertad es una gran responsabi­lidad.

¿Quién les canta las nanas a tus hijos?

En casa, los dos. A mí, me encanta.

En qué valores los educáis? Primero, en enfocar y en estar presentes en lo que hacemos. Después, en el amor a uno mismo y al prójimo. Y en la autonomía: ser capaz de valerte por ti mismo y creer en lo que puedes ofrecer. En un tema anterior, Todo se transforma, decías que «cada uno da lo que recibe». ¿Qué es eso en tu caso?

La realidad ha sido y es muy generosa conmigo. Empecé tarde en esto; veía ya a los músicos como una bandada de flamencos que vuela libre y maravillos­a, aunque lejos de mí. Espero merecerlo. Estoy contento. Muy contento.

«HE ESCRITO SOBRE EL MOVIMIENTO COMO SUPERVIVEN­CIA. SOMOS UNA ESPECIE EN VIAJE»

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