ELLE

DON PERFECTO Chris Hemsworth: el encanto de un superhéroe normal.

Es el amo del cine de superhéroe­s, tiene un potente sentido del humor y su imagen de hombre duro y familiar le ha convertido en el embajador de la fragancia ‘Boss Bottled’. Hablamos con Chris Hemsworth (Thor para los amigos).

- POR GONZALO VARELA

Llueve en la ciudad de Metzingen, en el rincón suroeste de Alemania. «Es lo de siempre», se resigna el conductor, que, con los limpiapara­brisas a todo trapo y muchas ganas de hablar del tiempo y del cambio climático, se adentra en el campus de Hugo Boss y aparca a los pies del edificio principal, moderno, acristalad­o, sin estridenci­as y de espacios diáfanos. En uno de los despachos de la planta noble, me espera Chris Hemsworth (Melbourne, Australia, 1983), con camisa blanca, pantalones de traje y sonrisa panorámica y socarrona. Tiene dimensione­s de armario y un apretón de manos contundent­e, a tono con el personaje que le ha cubierto de gloria: Thor, el semidiós del martillo de guerra, un cachas de tomo y lomo al que ya ha encarnado en cuatro ocasiones y en cuya piel vuelve a meterse en Ragnarok (se estrena en España el 27 de octubre) y en Vengadores: la guerra del infinito (aterrizará en las salas en la primavera de 2018). Por si las rentables sagas superherói­cas de Marvel no constituye­sen la dosis suficiente de adrenalina para él, también se ha embarcado en la enésima entrega de Star Trek, aún en fase embrionari­a. Sí, parece que Hollywood ha encontrado al nuevo rey de ese gallinero que es el cine de acción. Pero Hemsworth no ha viajado hasta Metzingen para exhibir músculo ni formar patrulla con Iron Man, Hulk y el Capitán América, sino para debutar como embajador de la fragancia Boss Bottled; sucede en el cargo al rocoso Gerard Butler (quien, a su vez, heredó el título de su colega Ryan Reynolds), lo que supone tomar las riendas de la célebre campaña #ManOfToday. Se le ve cómodo en el papel. De hecho, se le ve cómodo en general: vive con su mujer (Elsa Pataky) y sus hijos (India Rose, Tristan y Sasha) en Australia, en una casa perdida en el campo; practica surf con su padre, organiza cenas familiares a las que asiste Miley Cyrus (la cantante sale con el menor de sus dos hermanos, Liam), cuelga en Internet vídeos e imágenes tronchante­s de su día a día y de sus salvajes sesiones de entrenamie­nto (esos bíceps no los regalan) y se ríe abiertamen­te de la fama y los rumores. Puedo imaginárme­lo levantando un autobús escolar con el meñique y yendo en chanclas a comprar hielo a la gasolinera, triunfando sobre la alfombra roja y persiguien­do a sus mellizos por la cocina para que se acaben la cena. Porque, más allá de la pompa a la que le obliga su profesión (y de que embolsarse varios millones de euros por película brinda ciertas ventajas), transmite una normalidad poco frecuente en su gremio.

Echado hacia delante en la butaca, con los codos apoyados en la rodillas, el actor se fija en que, además del teléfono, he dejado dos grabadoras sobre la mesita que hay entre nosotros. «Por si acaso», le explico. Frunce el ceño y asiente: «Eres un tío precavido... –bromea–. ¿Dices que vienes de Madrid? Pues, justo ahora, mi mujer está allí». Pataky y él se conocieron en Los Ángeles en 2009, después de que la profesora de dicción de ambos, con evidente buen ojo, se empeñase en que quedasen. En plan cita a ciegas. Sólo una vez, para comprobar si había feeling. Y lo hubo. Sus cuentas de Instagram son un libro abierto donde intercambi­an

cumplidos, chistes y estampas románticas, la versión oficial de una relación sobrevolad­a por miles de chismes. Aprovecho la coyuntura y le enseño un ejemplar de ELLE España en el que la portada la ocupa, precisamen­te, Elsa.

Habías visto esto? Es el número del pasado mes de mayo, uno de los más importante­s del año. Claro. (Coge la revista, la hojea despacio y me pregunta si puede quedársela). Es impresiona­nte, me encanta. Las fotos las hizo Xavi Gordo, ¿verdad?

Muchas gracias por el regalo.

¿Qué tal tu español?

(Se lleva las manos a la cara y se ríe). Nada, se me da fatal. Qué vergüenza. Y que conste que voy a clases y tal, pero... ¡Mierda! (Lo suelta en castellano, con un acento que confirma que no miente). Todos los días, pienso: «La semana que viene me pongo ya en serio». Es como si en mi cabeza no cupiese una página más, como si tuviese la memoria llena de guiones y diálogos de películas.

¿Tu mujer no te enseña?

Sí, lo intenta. Pero debo de ser de aprendizaj­e lento. Aunque, cuando habla con su familia, la entiendo bastante mejor de lo que cree.

Habéis trabajado juntos en

Horse Soldiers (en cartel el próximo enero), una cinta sobre la guerra en Afganistán tras el 11S. ¿Supisteis separar amor y profesión?

Dejamos a los niños con sus abuelos y nos tomamos el rodaje como unas vacaciones sólo para dos. Fue divertido instalarse en Nuevo México y ensayar las escenas con Elsa. Y la experienci­a de sacar adelante un proyecto con tu pareja resulta especial.

Te estrenas como embajador de la fragancia Boss Bottled,

lo que implica ponerle rostro a la campaña #ManOfToday,

un clásico de la publicidad. ¿Cómo es ese hombre de hoy?

Honesto, íntegro y sincero. Tiene claras sus prioridade­s y sabe cuáles son sus metas en la vida. Si dice que va a por algo, va, no se anda por las ramas ni se echa para atrás. Eso sí, tampoco está dispuesto a conquistar la cima a cualquier precio: mide perfectame­nte las consecuenc­ias de su ambición. Es alguien que posee unos valores similares a los que me inculcaron de pequeño, así que, para mí, supone un honor haber sido el elegido por Hugo Boss.

¿Te parece que encajas en ese perfil?

Bueno... Sí... (No termina de convencers­e). Sí, sí (ahora, con rotundidad). Mi filosofía es la misma que la del man of today. Me fijo metas, que es para lo que estamos en el mundo. Lo importante es la actitud que muestras por el camino, no que vayas acumulando tesoros materiales.

Da la impresión de que la fama te resbala y de que intentas llevar una vida normal. ¿Te ha ayudado lo de mudarte con tu familia al campo? Mis diez años en Los Ángeles fueron una auténtica pasada. Se trata de una ciudad gigantesca y a la que le guardo cariño, del sitio donde empecé a levantar mi carrera como actor. Le estoy agradecido por las oportunida­des que me ofreció. Sin embargo, mis preferenci­as y las de Elsa mutaron cuando nos convertimo­s en padres. La idea era que nuestros hijos creciesen en un contexto distinto, evitar que se acostumbra­sen a ciertas cosas. Por eso decidimos trasladarn­os a Australia, a Byron Bay (en la costa este de la isla, con apenas 5.000 habitantes, una vegetación imponente, playas solitarias para surfear e inviernos agradables). El ambiente es más saludable: los pequeños andan todo el día descalzos por ahí, en contacto directo con la naturaleza, aprendiend­o y desarrolla­ndo aptitudes que no se manifiesta­n fácilmente en la ciudad. En definitiva, una existencia asilvestra­da. Yo no pude disfrutar de una infancia así. Quiero que mis hijos sí lo hagan. Vuelves a interpreta­r a Thor. ¿No te cansas? Afortunada­mente, el de Thor: Ragnarok es un superhéroe muy diferente al de sus dos precuelas y al de la saga de Los

«Llevo un estilo de vida saludable y no soy partidario de someter el cuerpo a cambios drásticos. Para ‘En el corazón del mar’, me quedé en los huesos. Nunca más»

Vengadores. Sí me preocupaba aburrirme del personaje y de mí mismo dentro del personaje; necesitaba nuevos retos, que la historia no se limitase a verme repartir leña y salir volando. Entonces, apostamos por imprimirle un giro radical al tono, buscar un estilo más fresco y potente. Me enganchan los roles de este tipo y siento predilecci­ón por el universo que se ha creado en torno a Marvel. Es genial estar ahí dentro, crecer como intérprete y pasárselo bien. Me sorprende que no hayas explorado más el terreno de la comedia: bordaste tu secretario sexy y sin sustancia gris en Cazafantas­mas y tu parodia de la industria del cine en un sketch del programa de televisión Saturday Night Live. Lo de Cazafantas­mas (2016) fue bestial, con un ambiente loquísimo en el set y carcajadas y bromas por todas partes. Era una atmósfera contagiosa. Incluso había momentos en los que el panorama se desmadraba y teníamos que concentrar­nos y decirnos: «Ey, pongámonos serios, que hemos venido a trabajar». ¿Si repetiría? Sin duda.

Qué prefieres, dar martillazo­s o hacer reír a la gente? (Le da vueltas). ¿Qué tal hacer reír mientras sostengo un martillo? Molaría, ¿eh? Definitiva­mente, lo mío es la acción, aunque acabas agotado y corres el riesgo de repetirte. De la comedia me fascina el margen que hay para la improvisac­ión, algo impensable en el drama: te asomas al precipicio, la intensidad es total. Supongo que uno de los inconvenie­ntes de saltar de un género a otro es que hoy te piden ser como un toro y mañana debes perder 30 kilos. ¿El cuerpo se resiente? Siempre me ha gustado el deporte y creo que uno tiene que ajustarse a un ritmo saludable: estar activo, notarse fuerte, comer y dormir bien... Hubo una época en la que, por exigencias del guión, trabajaba a tope grupos musculares muy específico­s, pero soy partidario de un entrenamie­nto general y más equilibrad­o y, principalm­ente, de no someter el organismo a transforma­ciones drásticas. Para En el corazón del mar (2015), por ejemplo, me quedé en los huesos: no volveré a hacerlo. Me recuperé. Diría que nunca me veré tan bien como ahora (risas).

¿Quién escoge la fragancia de Chris Hemsworth?

Elijo yo, pero Elsa es quien tiene la última palabra. Por suerte, le encanta Boss Bottled, con esas notas irresistib­les que recuerdan a la tarta de manzana con canela... ■

«Nuestros hijos están asilvestra­dos: andan todo el día descalzos por el campo, en contacto directo con la naturaleza. Disfrutan de un tipo de infancia que yo no tuve»

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