ELLE

LOS JAPONESES Y EL HUMOR

- Amaya Ascunce Directora Digital de ELLE.ES

Con algunas novelas pasa lo que a muchos japoneses con París. Llegan tan entusiasma­dos que, al ver que no es exactament­e como han imaginado, se vienen abajo. Tanto que la Embajada de Japón tiene un teléfono 24 horas para atenderlos. Los macarons no están tan buenos, los franceses no son tan simpáticos, se bebe vino malo y en la Ciudad de la Luz está nublado. Pobres. Se llama síndrome de París. Pues con los libros sucede un poco eso; empiezas emocionada por todos los comentario­s y, luego, quieres llorar y que un nipón te diga cosas bonitas, o algo así. Por eso, elegir el primer título para# EL LE Club de lectura me tenía frita; porque no quería partir de unas expectativ­as exageradas, así que he optado por salvarme a través del humor, algo que siempre me funciona. Mi propuesta es Cómo comportars­e en la multitud, de Camille Bordas (Malpaso). Una novela sobre Isidore, un adolescent­e que descubre el mundo junto a una peculiar familia de miembros muy inteligent­es y asociales: «Mi madre decía que no sabía nadar y a mí eso me tenía preocupado. “¿Qué pasaría si me estuviera ahogando?”, le preguntaba. “¿Me dejarías morir así sin más?”. Ella decía que [...] lo más seguro es que uno de mis hermanos se tirase al mar para sacarme. A veces, decía muy deprisa lo de lo más seguro, pero ni una vez se olvidó de decirlo». Está con esos ojos de la adolescenc­ia que viven entre la ingenuidad y el espíritu de un jubilado que va de vuelta: «El presidente se fijó en mi cuaderno y me preguntó si quería un autógrafo, pero yo le dije que no hacía falta. Los del séquito soltaron una risita y una señora dijo “cosas de críos”, como para devolverle al presidente la confianza en que cualquier persona con sentido común querría un autógrafo suyo, pero también en un tono que dejaba claro que había visto a los críos solo de lejos». Y con mucho humor, que, si se cultiva pronto, te puede salvar de casi todo: «No veíamos mucho al padre, pero cuando lo veíamos [...] parecía que no tuviera muchas ganas de vernos a nosotros. Nadaba cada día un poco más lejos. No me lo invento para darle dramatismo ni mucho menos, tenía un aparato atado a la muñeca que medía sus progresos y todas las mañanas nos anunciaba que había batido un nuevo récord». Si no os reís ni un poco, escribidme en el grupo de Facebook; intentaré ser tan amable como un japonés.

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