ELLE

Rossy DE Palma GENIO y FIGURA

La icónica actriz se viste con el talento de los diseñadore­s del sur para mostrarle al mundo el estilo ‘made in Andalucía’ de la pasarela We Love Flamenco. Así ve la vida esta MUJER de bandera.

- POR JULIETA MARTIALAY. FOTOS: MARIO SIERRA. REALIZACIÓ­N: LAURA SÁNCHEZ Y SYLVIA MONTOLIÚ. DIRECCIÓN CREATIVA: INMACULADA JIMÉNEZ

Más allá de lo plástico, la moda es un lenguaje, una manera de comunicars­e y una forma de reinterpre­tar nuestros estados emocionale­s. Y es también un acto de amor hacia uno mismo: le dice al mundo el modo que tienes de quererte

Rossy de Palma (Palma, 1964) es una mujer luminosa, siempre predispues­ta a sacarle el jugo a la vida, a rendirse ante la belleza sin condicione­s. «Sólo con mirar una puesta de sol me pongo contenta. Viendo las flores revivir cada primavera pienso: “¿Cómo puede existir la maldad?”. ¿A que no se entiende?», dice entusiasma­da. Pero, además de la hermosura terrenal, a esta artista de inquebrant­able don de gentes nada le apetece tanto como acompañar y acompañars­e de la energía más potente y creativa. Como la que corre por las puntadas de los 50 diseñadore­s andaluces a los que la top Laura Sánchez mira con ojo de alta costura en el front row de su pasarela We Love Flamenco. Y a los que, desde ahí, empuja y apoya para que algún día paseen por el olimpo de la alfombra roja sus volantes, los mismos que pidieron prestados y movieron sin complejos maestros como Christian Lacroix, John Galliano, Jean Paul Gaultier y Dolce & Gabbana. Musa de todos, internacio­nal y cosmopolit­a y con una personalid­ad poliédrica y difícil de encasillar –«sé que parezco un poco demasiado ecléctica. Me caben muchas cosas y no tengo tiempo de ocuparme de tantas»–, Rossy demuestra, enfundada en estas creaciones, la dimensión infinita que puede adquirir la inspiració­n flamenca. Descontext­ualiza los faralaes, los engrancede y, a su estilo, les da un quiebro de glamour cubista. Es impresiona­nte. «La moda tiene mucho que ver con la plástica –analiza–. Posee una parte lúdica, aunque también es un lenguaje, una manera de comunicars­e y una forma de reinterpre­tar nuestros estados emocionale­s. Y, sobre todo, es un acto de amor hacia uno mismo: le dice al mundo el modo que tienes de quererte». Precisamen­te, de amor propio es algo de lo que ella sabe bastante. Rossy es mucha Rossy, sí. Parte se la debe a un talento innato para reinventar­se. «Soy más conocida como actriz, pero me siento artista y, en especial, artesana –reflexiona–. Algunas de mis Rossys están rabiosas con la De Palma porque es la que más tiempo se coge para ella y la que tiene los proyectos alimentici­os más potentes. Sin embargo, en cuanto las dejo sueltas salen a darse una vuelta por ahí la poeta, la fotógrafa o la escultora». Acaba de demostrarl­o con una exposición fotográfic­a de retratos sin rostro inaugurada a mediados del mes de abril en la Casa de Cultura Las Bernardas, en Salt (Gerona). Pero no es lo único. Poco después del estreno en cines de su comedia El intercambi­o (será el 1 de junio) presentará en la Semana de la Moda de Dakar diseños que fusionan tendencia flamenca y la tela africana wax. Un no parar que evidencia todo lo que le consiente a su personalid­ad creativa.

En cuanto al amor propio de la Rossy mujer, este surge, según confiesa, del tesón de trabajarse la alegría a diario. «Sonreír idiotament­e cuando estás mal funciona muy bien. Es lo que llaman la sonrisa interior: que intentes reírte hasta con tu estómago. Por muy enfurruñad­a o estresada que te sientas, la sonrisa y una pausa para la respiració­n ayudan a darse cuenta de lo mucho que hay que agradecer. Es que las mujeres no nos conocemos tanto como creemos –admite–. Como consecuenc­ia de habernos dedicado a los demás durante generacion­es, no nos queda más remedio que realizar un trabajo de introspecc­ión enorme para alimentar nuestra autoestima. Porque, a veces, somos las peores enemigas de nosotras mismas».

Hablar de lo femenino nunca es forzado en las conversaci­ones con este icono, que ha impuesto, desde la década de los 80, su personalid­ad rotunda frente a estereotip­os de belleza intercambi­ables. Lo es aún menos en esta ocasión, en la que, poniendo cuerpo (y espléndida­s piernas) a los patrones creados por los jóvenes diseñadore­s, apoya la iniciativa de Laura Sánchez. La generosida­d es su fuerte. «Siempre he sido solidaria y muy corporativ­ista con todo lo femenino. Me parece un material muy inspirador por su inclinació­n natural a la compasión, el altruismo y la capacidad de sacrificio. El hombre me interesa, aunque no me sugiere tanto. En cambio, la feminidad es poderosa, hermosa. La apoyo sin fisuras». Y, casi sin respiro, añade a carcajadas: «En mi círculo de amigas decimos: “¡Qué sería de nosotras sin nosotras!”». Fruto de su disposició­n a defender el talento de artistas que por un motivo u otro permanecie­ron en la sombra, recienteme­nte ha impartido una conferenci­a sobre mujeres en Lausana (Suiza) junto a Salma Hayek. Sin embargo, lo suyo no es desplegar consignas. «El feminismo es una chaqueta que

Por muy enfurruñad­a o estresada que te sientas, la sonrisa y una pausa para la respiració­n te ayudan a darte cuenta de lo mucho que hay que agradecer

Por habernos dedicado a los demás durante generacion­es, las mujeres tenemos que hacer un trabajo de introspecc­ión enorme para alimentar la autoestima. A veces somos nuestras peores enemigas

Soy solidaria y corporativ­ista con lo femenino. Es un material inspirador por su inclinació­n a la compasión, el altruismo y la capacidad de sacrificio. El hombre me interesa, pero no me sugiere tanto. La feminidad resulta poderosa

Creemos que el amor todo lo puede y, en ocasiones, es la pasión ciega la que nos impide respetarno­s. El origen de la violencia está en la falta de amor que tiene en sí mismo un hombre: te desprecia porque se desprecia

se me queda pequeña. Tiene pliegues y costuras que no me pertenecen. Hay que inventarse otras palabras». Puede que se deba a que ella siempre ha sido más de hechos, de remangarse. «Prefiero pedir perdón que permiso –corrobora–. Los derechos son míos y me los tomo. No me gustan los victimismo­s, y menos en situacione­s privilegia­das. No es igual el abuso de un productor sobre una actriz que puede decir que no que el de una mujer en la India a la que violan sistemátic­amente y a la que no dejan ni rechistar».

Esta reflexión, quizá a contracorr­iente, tampoco es gratuita; viene de una persona que reconoce que no siempre fue de armas tomar. «Estoy escribiend­o un ensayo que se titula Un tigre en la mesa de la cocina. En él parto de la idea de que, incluso sin querer, alimentamo­s el monstruo. Creemos que el amor todo lo puede y, en ocasiones, es justamente la pasión ciega la que nos impide respetarno­s. El origen de la violencia –continúa– está en la falta de amor que tiene en sí mismo un hombre. Te desprecia porque se desprecia. Un día te encuentras un lindo gatito al que crees que vas a curar y, de pronto, se convierte en un tigre. ¿Quién lo saca de ahí? O peor aún: ¿quién le ha dejado entrar? Hay una correspons­abilidad. Y te lo digo yo porque lo he sufrido». Se interrumpe un momento y enseguida retoma el hilo como lo haría la más almodovari­ana de las Rossys: casi a borbotones. «Una mujer tan fuerte como yo, con tanta personalid­ad ¡y tanto carácter! Pues estuve a punto de traicionar­me pensando que con un amor entre comillas podía ayudar al otro. Y lo único que consigues es que el otro se desprecie más y te humille aún más a ti y que se generen una violencia y una oscuridad con una muy difícil solución». Sin dramas y siempre con el ánimo de una mujer echada para delante, la Rossy completa se reafirma: «Es la autoestima la que protege de relaciones tóxicas. Nos ha costado aprenderlo, pero las mujeres de mi generación hemos demostrado que sí, que podemos estar sin un hombre, que eso es algo que se consigue, y con plenitud. Al ser completame­nte capaces de pasar sin ellos, cuando la vida nos brinda un buen compañero estamos predispues­tas a compartir de manera más saludable». Hoy esta alma libre tiene el corazón feliz. «Al amor le otorgo mucha importanci­a. Es como la alegría: hay que trabajarlo y devolverle su significad­o genuino, que es darlo. Sin expectativ­as, para no frustrarse, y procurando no repetir patrones que duelen, como la posesión o los celos». Pero el amor no es lo único que cuenta. Hay otras fuentes que alimentan la diversidad de mundos de esta actriz que sabe hacer de todo. «De todo no –corrige–. Sé componer, pero no leer ni escribir música. Me habría gustado, lo mismo que tocar el piano o el violín. Habría sido maravillos­o. Intenté el ukelele, eso sí. Me faltó tiempo». En un momento en el que los científico­s ratifican la posibilida­d de que existan agua y vida en el nuevo planeta que casi se llama como ella –Ross 128 b–, esta artista vocacional­mente nómada vincula gran parte de su felicidad a la naturaleza. «Me siento terrestre. Estos que hablan de ir a Marte conmigo que no cuenten. Si la Tierra se va a tomar por saco, yo me voy con ella. Mis raíces están en la naturaleza, que posee un efecto balsámico sobre mí. Nací en Palma, y allá vuelvo de vez en cuando. Pero soy de familia asturiana y vasca, así que el norte me priva, el Mediterrán­eo me cura... Acabo de regresar de Kenia y lo que he visto allí ha sido oxígeno puro: ¡qué viaje tan alucinante! Esa inmensidad... Me gusta impregnarm­e de lo que hay en los sitios adonde voy. Estar alejada de todo... En el tránsito hay una gran sensación de libertad», asegura.

Mis hijos y yo hemos crecido juntos. Me he hecho madre y mujer con ellos y, a veces, soy yo más niña. Te enseñan más de lo que aprenden de ti. Parece que vienen del futuro: su ‘hardware’ es infinitame­nte superior

Definitiva­mente, sin lo que no podría vivir Rossy es sin sus hijos. «Estoy muy contenta de tener una chica –Luna– y un chico –Gabriel–. Hemos crecido los tres juntos. Me he hecho madre y mujer con ellos, y a veces incluso soy yo más niña. Porque los hijos te enseñan muchísimo más de lo que aprenden ellos de ti. Es como si vinieran del futuro: su hardware es infinitame­nte superior –bromea–. He contribuid­o explicándo­les lo funcional, o sea, esto corta, esto quema..., pero lo importante lo he aprendido yo. Los he educado por igual, dejando que ambos se sintieran libres. Sí reconozco que hay algo atávico en la maternidad que te lleva a mimar más al varón. Tiene que ver con la compasión, como si sintieras que carece de recursos. Mi hija es más del mundo, sabe desenvolve­rse; él es más introspect­ivo. Lo que me encanta es que no le teme a su parte femenina y es muy amoroso con las mujeres. ¡Aunque son igual de desordenad­os los dos!». Se para y concluye: «Qué bueno sería que no existieran los géneros, ¿no? A lo que hay que aspirar es a que haya personas». ■

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