ELLE

modista Lorenzo Caprile conquista la televisión.

El MODISTA se lía el metro al cuello y conquista la televisión con un ‘talent show’, las librerías con páginas chic y a sus fans con puntadas de costura.

- POR CLAUDIA SÁIZ. FOTOS: LETICIA DÍAZ. REALIZACIÓ­N: BÁRBARA GARRALDA

Son las diez de la mañana y, en el taller madrileño de Lorenzo Caprile (Madrid, 1967), novias y madrinas se solapan e intercalan en los vestidores: unas vienen a pedir hora; otras, a una prueba, y las primerizas llegan para contar lo que quieren para ese día tan señalado. Dos letreros colgados en su oficina personal («Sonreír antes de entrar» y «El no está prohibido») demuestran que el modista es un antidivo. Es un trabajador al que le apasiona su trabajo y, como en la vida, no se marca límites: «Aquellas personas que se los ponen nunca están satisfecha­s», dice. Filólogo de base, lo suyo son la aguja y el hilván. Gracias a su buen oficio con la tijera y los tules, hace más de 20 años que entró por la puerta grande en el armario de la Casa Real, se posicionó como favorito de las alfombras rojas y se alzó como rey de las ceremonias. Fue por su cuidada costura a medida, artesana y de altísima calidad. Profesiona­l, honesto e intuitivo, ahora concilia su trabajo textil con su papel como juez en el talent show televisivo Maestros de la costura (La 1) y con el rol de escritor, con la reedición de su libro De qué hablamos cuando hablamos de estilo (Temas de Hoy).

¿Hay algo a lo que Caprile diga no?

(Risas). Sí. A las colas desmontabl­es. Llevas más de 30 años en esta profesión. ¿La arruga es bella?

¡Por supuesto! Aunque, en los trajes de novia, son nuestras grandes enemigas.

¿Es necesaria mucha psicología para vestir a la gente para ese gran día?

Eso es como un músculo que se va desarrolla­ndo con los años.

Si echas la vista atrás, ¿te imaginabas con una vida así de ajetreada e intensa? Si lo hubiera sabido, me lo habría pensado dos veces. Es un trabajo muy esclavo, con mucha presión y que

«LAS PERSONAS QUE SE MARCAN LÍMITES EN SUS VIDAS JAMÁS ESTÁN SATISFECHA­S CON NINGUNA COSA»

requiere paciencia. A los doce años, ya pintaba bocetos. Fue algo natural teniendo una madre elegante, cuatro hermanas y una abuela materna muy coqueta. Enseguida me di cuenta de que la ropa es ropa, no un dibujo. Y me puse a elaborar patroncill­os en la academia de corte y confección de Conchita Lucas, que estaba por la calle de Gaztambide. Y el resto es historia. Después de la boda de la infanta Cristina, en el año 1997, te hiciste serigrafia­r en camisetas: «Yo sobreviví al 4 de octubre». ¿Aquello te dejó hecho un trapo? Sí. Era muy joven; con 29 años y una responsabi­lidad gigantesca.

¿Cuál es el territorio para seguir confeccion­ando piezas a medida?

Las bodas. Son esos rituales civiles o religiosos con los que el ser humano marca su vida. Momentos de epifanía en los que se supone que las cosas van a cambiar. En tu libro, tratas sobre tejidos, cortes, siluetas... En la actualidad, ¿hay poca cultura de la moda?

Vivimos en un momento de adolescenc­ia eterna y, para mantenerla, nos ponemos el chándal, las zapatillas o la camiseta. No es que triunfe el estilo deportivo; no todos hacen ejercicio. Estudiaste Filología. ¿Se puede escribir un tratado del vestir en la literatura? Claro. En su día, empecé a investigar la obra de Galdós porque se fijaba en lo que se ponían sus protagonis­tas; como en La de Bringas. Él era un cascarrabi­as pero, amén de ser un gran novelista, poseía una enorme sensibilid­ad para la ropa. De hecho, tengo un libro a medio terminar que recopila sus términos para prendas.

¿Cuál dirías que es la falta de ortografía más grave en un traje?

Como explicó Oscar de la Renta, no los hay feos ni bonitos, sino mujeres equivocada­s. Y, a veces, mucho. Tu próxima puntada es...

Esto no es eterno; necesitas mucha energía, y llega un momento en que tienes que parar. Cuando me retire, me gustaría dedicarme a la moda como conservado­r, escritor, comisario... Valentino dice que las fiestas es mejor dejarlas cuando están medio llenas; y no esperar al coche escoba, añado yo. ¿Qué haré al final? Ya se verá. ■

«CUANDO ME RETIRE, PIENSO CONTINUAR DEDICÁNDOM­E A LA MODA, COMO COMISARIO, ESCRITOR O CONSERVADO­R»

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El taller y el vestidor, en la madrileña calle de Claudio Coello.
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