ELLE

Carme Riera PALABRA de SABIA

La académica de la RAE y Premio Nacional de las Letras celebra con ELLE su nueva novela y nos regala su LÚCIDA mirada sobre el misterio del arte, el feminismo y la vida.

- POR GEMA VEIGA. FOTOS: PATRICIA GALLEGO. REALIZACIÓ­N: SYLVIA MONTOLIÚ

La escritora Carme Riera nos regala su lúcida mirada.

Es una de las damas de nuestra cultura. Carme Riera vive en Barcelona, donde da clases en la Universida­d Autónoma. Cada jueves viaja a Madrid para ocupar el sillón N de la Real Academia Española (RAE). Y tiene su refugio en Mallorca, la isla en la que nació hace 70 años y donde viven sus musas. Acaba de dejarlas volar en forma de una novela que podría ser negra pero que es de color «gris oscuro», como ella dice, casi cortada con espuma de mar. Porque, tras

Vengaré tu muerte (Alfaguara), una historia que denuncia la pederastia y la corrupción humana, hay un homenaje al amor incondicio­nal a las mascotas. A los perros. Quedamos con ella en el renovado hotel Sofia, en la Ciudad Condal; llega sonriente y se presta sin horario a una cuidada sesión de fotos. Entre flash y flash centellea siempre una misma luz: son las circonitas de sus pendientes. «¡Qué bonitos!», observamos. «¿Os gustan? Pues no cuestan nada; los compro en una tiendecita cerca de casa». Bajo el brillo auténtico que le otorga su sinceridad comenzamos esta charla. Hace diez años en España había dos festivales de novela negra. Ahora hay 36. Con tu nuevo libro en la mano, ¿a qué crees que se debe este boom? A que la novela negra en realidad sirve para denunciar un mundo que no nos gusta. Por eso resulta tan válida.

¿Qué denuncia haces en la tuya?

La de la lacra de la pederastia. Vengaré tu muerte es un mensaje a los padres.

Que estén sobre aviso de lo que puede ocurrir en las redes sociales. Quería darles voz a criaturas indefensas. Hablando de dar voz: desde tu amplia experienci­a, ¿hasta que punto el escritor es un canal, un médium del arte?

Se trata de un canal, esa es la verdad. Y no sólo eso: también llega un momento en el que tus personajes son los que te controlan a ti. En esta novela no me pasó, pero sí que me sucedió en otros dos libros.

¿Se puede saber en cuáles?

Para escribir En el último azul, una historia trágica sobre los conversos mallorquin­es, necesitaba un personaje que tuviera la función de esconder a uno de los perseguido­s. Entonces me vino a la cabeza una manceba de un burdel de finales del siglo XVII. No era criptojudí­a, sino cristiana. Yo estaba trabajando tan intensamen­te que casi redactaba un capítulo por día. Una noche me fui a la cama con la voz de esa señora, que me dictó literalmen­te todo lo que ella quería hacer en la novela. Fue una presencia enorme, así que hubo un momento en que le contesté: «Oye, la historia no es tuya, no puedo darte mas espacio en el libro». Recuerdo perfectame­nte que se llamaba Beatriz Mas y que tenía un defecto físico, una cojera. Y, sí, la voz de aquella persona estaba ahí. El fenómeno volvió a darse en el proceso de Las últimas palabras, que va de la figura del archiduque Luis Salvador de Austria. Todo empezó cuando comisioné una exposición sobre su centenario; un día, mientras recogía los trastos para marcharme, pude oír al archiduque: se puso a hablarme. Me senté delante del ordenador y escribí, casi del tirón, todo el texto del libro. De modo que, sí, conectas. Aldous Huxley, el mítico autor de Un mundo feliz, dijo: «Si las puertas de la percepción estuvieran abiertas, lo veríamos todo tal y como es: infinito». Creo en ese papel de médium del artista, aunque, si lo cuentas, te espetan: «¡Estás loca!». Mira, pues un poco sí. Lo defiendo. Entre los llamados locos y nosotros, los artistas, existe una frontera muy débil.

¿Cuál?

Nosotros estamos locos sólo en el momento en el que creamos; luego volvemos a esta... Bueno, llamémosla cordura.

Qué don tenéis los creadores que les falte a otras personas? Los creadores somos gente normal y corriente, el que te diga que es superior es que es un imbécil. Lo que sí es cierto es que vivimos con las antenas abiertas, y eso nos permite captar cosas que el resto de las personas no perciben, aunque podrían. Luego traducimos las señales en forma de novela, de pintura o de canción.

Ya que ha surgido el tema de las conexiones: escribes, impartes clases, debates en la RAE... ¿Cómo lo hilas todo?

Soy hiperactiv­a, duermo muy poco y trabajo muchísimo en el AVE, que, por cierto, me parece una oficina fantástica. También he de decir que mis dos hijos ya son mayores. Cuando eran pequeños llegué a trabajar con un niño sentado en las rodillas mientras rayaba con colores el folio donde yo escribía. Y el mayor odiaba los libros, los pateaba. Era normal: le quitaban a su madre.

¿Cómo escribes ahora?

El feminismo es una cuestión ética, una lucha por la igualdad que no sólo hemos de librar las mujeres: los hombres también deben hacerlo. Que ellos sean feministas es muy importante

En el ordenador y con un solo dedo, el índice derecho.

La auténtica belleza va más allá de lo físico: viene de dentro. Los clásicos decían que tenía que ver con el bien. Una persona buena es siempre una persona bella

No me gusta lo que significa la palabra independen­tismo. Que quede claro mi respeto absoluto hacia quienes tienen esas conviccion­es. Yo no las tengo

¿En serio?

¡En serio! Eso sí: lo hago muy deprisa (risas).

Has llegado a lo más alto en el universo de la literatura y conoces como pocas personas la arquitectu­ra de las palabras. ¿Qué significa para ti independen­tismo?

No me gusta. Que quede claro mi respeto absoluto hacia quienes tienen esas conviccion­es. Yo no las tengo.

¿Y qué me dices de feminismo?

El feminismo es una cuestión ética, una lucha moral a favor de los derechos de las mujeres y por conquistar la igualdad en todos los ámbitos. Precisamen­te por eso, no solamente hemos de librar la batalla nosotras, también tienen que hacerlo los hombres. Esto último me parece muy importante: creo que los hombres deben ser feministas.

La RAE está compuesta por más de 40 académicos, de los que solamente nueve sois mujeres. ¿Has notado alguna vez el techo de cristal sobre ti?

O, como lo llaman las americanas, ese suelo que se mueve bajo tus pies, resbaladiz­o. Sí. Lo que pasa es que yo he sido una persona con mucha suerte. En estos momentos las mujeres representa­mos el 20 por ciento del total de catedrátic­os que hay en las universida­des. Cuando preparé las oposicione­s no llegábamos al 11 por ciento. Ten en cuenta que no hace ni cien años que votamos, y España fue uno de los primeros países de Europa en donde se logró algo así. Por lo tanto, no sólo hemos avanzado: hemos conseguido milagros. Nueve mujeres en 44 sillones de la RAE la verdad es que es poquito. Pero te diré que en la junta de gobierno hay tres, que la secretaria también lo es y que habrá más. No se sí llegaremos a la paridad, pero, desde luego, las cosas van a cambiar, en general, sin duda. Por cierto, se cumplen 50 años de Mayo del 68...

Sí, y yo estuve allí. Fue mi mayo. ¡Soy mayor! (Risas).

Cuando ocurrió estaba en primero en la universida­d. Queríamos cambiar el mundo y luego el mundo nos cambió a nosotros. No llegó la imaginació­n al poder,

que era lo que queríamos, pero se transforma­ron nuestras relaciones. Vivíamos en una dictadura terrible, encorsetad­os, sin libertad, en un mundo donde los homosexual­es eran perseguido­s. Aquel mayo sirvió para que hubiese, entre otras cosas, más color en una España gris.

¿Qué cosas colorean hoy por hoy tu vida?

Me encanta nadar, por ejemplo. Mi oasis es Mallorca. Me gusta tanto el mar que, cuando vivía en Estados Unidos, los sábados viajaba 250 kilómetros hasta un lugar precioso que se llama San Agustín sólo para ver el Atlántico. ¡También te diré que había un bar con unas cervezas heladas y unas vistas maravillos­as! (Risas). El mar es la manera de tocar el infinito.

¿También es infinita la palabra amor?

El amor «es lo que mueve el sol y las otras estrellas», que decía Dante. Yo no podría vivir sin él. A veces, cuando pienso en las guerras, me pregunto: «¡¿Cómo es posible que la gente se esté matando?!». Es ridículo, absurdo. ¡Qué burrada! La falta de amor es lo que nos lleva al desastre. En medio del horror tu protagonis­ta necesita encontrar algo hermoso donde poner los ojos. ¿Opinas que la belleza es una especie de antídoto?

A mí me pasa igual. La auténtica belleza va más allá de lo físico, viene de dentro. Los clásicos pensaban que tenía que ver con el bien: una persona buena es siempre una persona bella.

¿Cómo te llevas con la idea de la muerte?

Necesitamo­s que nos eduquen para afrontarla. La muerte puede ser una liberación. Muchas veces lo es. Y es que, además, aunque nos cueste aceptarlo, estamos aquí de pasada.

Crees en el más allá? Depende del día. Mis conviccion­es son cristianas, pero soy más bien agnóstica. Algunas amigas mías son creyentes y van a misa. Me dan envidia sana porque tienen algo seguro. Lo que sí comparto es el pensamient­o del filósofo Teilhard de Chardin cuando afirma que, en realidad, formamos parte de algo y que en ese algo nos perpetuamo­s. Y no se trata sólo de tus hijos o de tus nietos, sino de un todo importante.

Dime, al final de los finales, ¿para qué sirve la literatura?

Es curioso, porque esa es una preguntar que suelo formularle­s yo a mis alumnos. Te contesto con una frase preciosa de Octavio Paz: «Para recordar lo que somos». Pero recordar etimológic­amente en castellano significa

despertar. Así que la literatura sirve para despertarn­os.

(Días después de la entrevista llega a la redacción un sobre. En su interior, unos pendientes de circonitas brillantes, como la remitente: Carme Riera). ■

En Mayo del 68 estaba en primero en la universida­d. Queríamos cambiar el mundo y luego el mundo nos cambió a nosotros. Sirvió para poner un poco de color en una España gris, encorsetad­a y sin libertad

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 ??  ?? Camisa de Zara.
Camisa de Zara.
 ??  ?? Carme Riera, en un rincón del Sofia Barcelona Hotel, con traje y jersey de Zara.
Carme Riera, en un rincón del Sofia Barcelona Hotel, con traje y jersey de Zara.
 ??  ?? Jersey y pantalones de Marella.
Jersey y pantalones de Marella.

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