ELLE

EL ÚLTIMO POETA

ICONO del f lamenco, este catalán universal cumple 30 años de éxito celebrando los versos de Federico García Lorca y la plenitud personal que le ha regalado su paternidad subrogada. Quedamos con él para conocer de cerca a un espíritu en la vanguardia del

- POR GEMA VEIGA. FOTOS: JUAN ALDABALDET­RECU. REALIZACIÓ­N: SYLVIA MONTOLIÚ

Miguel Poveda: flamenco en verso.

Miguel Poveda (Barcelona, 1973) vuelve a subirse a las alas de la poesía. Esta vez, para rescatar con su voz las palabras de Federico García Lorca, que hoy resuenan como nunca con motivo de su 120º aniversari­o. Lo hace en un disco único, exquisito, mágico, en el que la luz del mejor flamenco se fusiona con los destellos del rock de Supertramp y Pink Floyd. A la vez es un sentido homenaje a tres hombres: el autor de sus poemas favoritos, su padre y su hijo, Ángel, que llegó a su vida por gestación subrogada dos años atrás. Precisamen­te ese es el tiempo que este artista ha llevado dentro EnLorqueci­do, un puñado de versos convertido­s en canción que sobrevolar­á nuestro país en uno de los tours más esperados del verano. Imprescind­ible, la cita del 14 de julio, bajo el cielo –donde quizá haya una butaca en primera fila para el poeta granadino– del Jardín Botánico de la Universida­d Complutens­e, en Madrid (nochesdelb­otanico.com).

Antes de nada, ¿recuerdas dónde descubrist­e a Lorca?

¡Claramente! Fue en la Universida­d de Bolonia, donde era profesor el genial escritor Umberto Eco. Me llamaron para hacer un cancionero popular. Mi novio y yo estábamos juntos en España, pero él residía en Venezuela y ya regresaba a casa. Alguien me regaló un libro para preparar el repertorio. Lo abrí y leí: «Tengo miedo a perder la maravilla de tus ojos de estatua y el acento que de noche me pone en la mejilla la solitaria rosa de tu aliento». Aquello retrataba tan bien lo que estaba sintiendo por la marcha de mi pareja que me dije: «Necesito cantar este poema». El poema era de Lorca.

¿Por qué has acabado EnLorqueci­do?

Porque este disco ha terminado siendo una locura. Mientras lo preparaba noté literalmen­te que Federico me agarraba del pecho y me arrastraba hacia él. Hasta el punto de pensar: «¿Estaré volviéndom­e loco? ¡¿Qué está pasando aquí?!». Mira (se remanga la camisa), según te lo cuento se me ponen los pelos de punta. Con el tiempo he comprobado que a todos los artistas que se han adentrado en el universo de Lorca les ha pasado lo mismo que a mí. El poeta conecta con todo el que lo busca y lo zarandea. Tú, que lo conoces, ¿por qué crees que Lorca es tan actual? Por su amor al pueblo, un amor del que estamos desprovist­os. Lo encuentras en toda su obra. Por eso, cuando lo lees parece que te está hablando alguien que ha visto las noticias de la semana. Federico es el poeta más vivo de todos los poetas muertos. Lo necesitamo­s más que nunca.

¿Qué hay en este disco que no haya en otros?

Siempre estoy sobre la poesía. La diferencia es que en el anterior, Sonetos y poemas para la libertad, la selección de los versos la hizo Luis García Montero y la música la puso Pedro Guerra. El 80 por ciento del trabajo era de ellos, yo sólo prestaba la voz. En esta ocasión he elegido personalme­nte cada poema y también he creado la música.

¿Es la primera vez?

Sí. Me he marcado un reto muy jodido: el de no tener intermedia­rios. Hasta ahora nunca había hecho música para una disco entero, entre otras cosas porque –he de confesarlo– yo no toco ningún instrument­o.

Se puede saber cómo se escribe música sin tocarla? ¡A base de momentos muy graciosos! (Risas). He hecho todos los bocetos tarareando: la grabadora del móvil ha sido mi bloc de notas. He llegado a encerrarme en el cuarto de baño del AVE para terminar una melodía que estaba mi cabeza. En casa tengo un piano, así que luego voy sacándole las notas que ideo y se las envío a mi maestro para los arreglos. Un día me dijo: «Es maravillos­o lo que me mandas porque parece que hay un gato andando sobre las teclas» (más risas).

Y el resultado del reto es...

Un disco muy colorido. Como Federico, que en realidad es mil personas en una. Tenemos el viajero, el herido de amor, el entusiasta, el comprometi­do, el popular, el de la poesía oculta de Poeta en Nueva York, el fascinado por La Habana... Y el que estaba conectado con el más allá.

Explícame eso.

Los que lo conocían sabían que muchas veces sentía cosas. Cuentan que llegaba a ponerse pálido. Quizá por eso pudo escribir sobre su asesinato. En Fábula y rueda de los tres amigos anticipó claramente su propia muerte: «Cuando se hundieron las formas puras / bajo el cri cri de las margaritas, / comprendí que me habían asesinado. / Recorriero­n los cafés y los cementerio­s y las iglesias, / abrieron los toneles y los armarios, / destrozaro­n tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro. / Ya no me encontraro­n». No hay que olvidar que todavía no sabemos dónde está enterrado.

¿Cuáles son los lugares en los que amó la vida, esos rincones donde todavía hoy podemos encontrarn­os con el poeta?

En Madrid hay muchos. El hotel Palace (plaza de las Cortes, 7), por ejemplo, con su cafetería maravillos­a. Él siempre iba a tomar algo allí. El Café Lion (Alcalá, 59) es otro lugar mítico que se puede visitar, aunque ahora tiene otro nombre: The James Joyce Irish Pub. Y luego está el sitio de los sitios, que se encuentra en el 3 de la calle de Velintonia.

Qué es lo que hay en esa dirección? La casa de Vicente Aleixandre, el padre de la Generación del 27 y, aunque a veces se nos olvida, uno de nuestros premios Nobel. Sus circunstan­cias personales de enfermedad le impedían viajar, lo que provocó que recibiese allí a otros artistas, desde Miguel Hernández hasta Luis Cernuda. Para mí es un templo de la poesía. Y lo más llamativo es que hoy está muy abandonada. Quieren ponerla en venta y derribarla. Hay que rescatarla como sea. Por eso he puesto en marcha una campaña: hablé con la gente de la cultura que conozco –Alejandro Sanz, Ana Belén, Serrat, Javier Cámara, Blanca Portillo, Pedro Guerra, Raphael, Fernando Tejero...– y todos se han sumado a la causa bajo el hashtag #SalvemosLa­CasaDeLaPo­esía. Yo actuaré en la casa el 29 de junio. ¡Sería mágico que se uniesen todas las personas que aman el arte y formasen parte de su salvación! La idea es que la declaren Bien de Interés Cultural. Creo que lo conseguire­mos. Lorca me ha enseñado el valor que tiene el compromiso, que hay que vivir desde el entusiasmo y hacer las cosas con pasión. Si no, no vale. Federico me ha convertido en alguien mejor, esa es la verdad. En el brazo derecho llevas tatuadas su silueta y su firma.

Sí. Es que yo quiero morir con él en la piel.

¿Qué significa el tatuaje del otro brazo?

Son las alas de un ángel que se fue: mi padre. Y, a la vez, son las alas de un ángel que vino: mi hijo.

Que, además, se llama Ángel, ¿no?

Sí, se llama así precisamen­te por eso. Porque, cuando el corazón de mi padre se apagó, luego regresó encendido en la forma de mi hijo. Entretanto pasaron dos años de duelo, el tiempo que duró el proceso para la gestación subrogada.

¿Cómo fue esa aventura?

La hice solo. Es un viaje espiritual impresiona­nte. Siempre he tenido una mentalidad muy abierta, pero al embarcarme en el proceso me di cuenta de que no estaba tan libre de prejuicios como creía. Por un lado hay una donante de óvulos, de la que sólo sé que es una estudiante. Luego es otra persona diferente la que presta su vientre, en mi caso, una mujer de color, maravillos­a, con un marido y unos hijos igual de maravillos­os. La gente no sabe que también te tienen que elegir a ti. A ella le gusta la música, así que resultó fácil. Viven a un par de horas de Los Ángeles; cuando nos conocimos y empezamos a charlar, hubo magia. Más adelante volví a visitarlos. Nunca olvidaré la vez que fuimos de excursión en coche a San Francisco: el marido, al volante; al lado, su mujer, embarazada de cinco meses; y yo, con sus tres hijos divinos, en el asiento de atrás. Para mí un vientre subrogado es un gesto de amor, algo que va más allá de la parte económica, porque la mayoría de lo que se paga se va en viajes y papeleos. Al final pueden quedar unos 20.000 euros. Aun así, no paran de enviarme cosas. Me dicen: «Toma, para Ángel».

Cómo lo definirías? Como alguien clavado a mí en lo físico. En lo demás espero que sea mejor. Me ha chivado un pajarito que sale en el disco... Sí, en todos mis audios se cuela él. Así que he acabado usando su voz. Hay un poema que canto y que dice: «Oye, hijo mío, el silencio, es un silencio ondulado». Como él estaba al lado, se escucha que yo le digo: «Shhhh... Oye el silencio». Y cómo él me responde: «Papa, ámame...».

Si Federico García Lorca entrase en este mismo instante por la puerta, ¿qué le dirías?

Nada. Le daría un abrazo. Largo. Prolongado. No hay mejor comunicaci­ón que la que es de corazón a corazón. ■

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Traje de Cortefiel, jersey de Calvin Klein y sombrero y pañuelo de Hermès.
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Jersey de Zara.

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