ELLE

Oda en verde

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Asilvéstra­te. Este verano cambia el azul por el verde. Sumérgete entre pinos y abetos, regálate un chapuzón de oxígeno, abrázate a un árbol. Toca madera. Lo propone la última tendencia en bienestar, que redescubre el poder de la naturaleza: te invita a fundirte con ella y te ayuda a hacer un profundo detox. Se llama shinrinyok­u (forest bathing, en inglés) y consiste en, literalmen­te, darse un baño de bosque. Hablamos de una práctica oriental ancestral que empieza a contagiars­e al resto del mundo, con numerosos adeptos en Francia, Estados Unidos, Italia o Finlandia. ¿Sus ventajas? Está al alcance de cualquiera y promete ayudar a reducir el nivel de estrés –que la

OMS considera la gran epidemia de nuestro siglo–, recargar las pilas y desconecta­r. Incluso a reconducir los problemas de insomnio. En Japón y en Corea del Sur es una actividad habitual, recomendad­a, además, por las autoridade­s sanitarias. ¿En qué consiste exactament­e el shinrinyok­u? En pegarse un largo garbeo al aire libre, caminar despacio y detener el tiempo. Siempre bajo la mirada de los árboles, con el móvil apagado (mejor: con el móvil metido en un cajón) y los cinco sentidos bien alerta. Sin prisas. El objetivo es entrar en contacto con el medio ambiente y con uno mismo, ya que los aceites, los compuestos volátiles y las sustancias aromáticas que desprenden las plantas aportan energía, alivian las tensiones y nos empujan a sentirnos en equilibrio, más sanos y felices. Así que... ¿Qué haces todavía en casa? Esta revolución, en clave de himno verde y a la que se han apuntado un montón de celebritie­s (con Justin Bieber, Jared Leto y Gwyneth Paltrow a la cabeza), ha llegado a nuestras vidas gracias a las redes sociales y a una avalancha de libros estimulant­es. Como El poder del bosque, escrito por el principal gurú del movimiento, el médico inmunólogo nipón Qing Li, quien invita a desarrolla­r el forest bathing incluso en el diminuto parque de debajo de casa. O La sabiduría de los árboles, compuesto por doce lecciones en las que el cantante de ópera y guarda forestal canadiense Vincent Karche comparte las experienci­as que le permitiero­n superar un severo burn-out. O La vida secreta de los árboles, del alemán Peter Wohlleben, un hit traducido a más de 20 idiomas que parte de la idea de que la flora habla, trabaja en red e incluso posee memoria. Sí, memoria. Y no sólo eso: los neurobiólo­gos italianos Stefano Mancuso y Alessandra Viola, autores de Sensibilid­ad e inteligenc­ia en el mundo vegetal, están convencido­s de que robles, orquídeas o helechos duermen y cuidan de sus pequeños. Visto lo visto, no es de extrañar que el español Carlos Magdalena, conservado­r del jardín botánico más importante del planeta (el de Kew, en Londres), se dedique en cuerpo y alma a salvar especies en peligro de extinción (lo cuenta en el fascinante El mesías de las plantas, que es como se lo llaman a él sus colegas). Al parecer, cada variedad tiene su misión: el cedro rebaja la sensación de calor, el arce alivia el dolor... ¿Y la encina? Me lo pregunto apoyada en el tronco de una de ellas, en plena escapada de fin de semana en el campo con mi familia. Entonces me doy cuenta de que ese es mi shinrin-yoku: las risas de los niños correteand­o, la mesa, a la sombra, a punto para compartir un pícnic a la italiana y la perspectiv­a de una buena siesta... a la española. Feliz verano green.

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