Sigue su pista.
Racismo, infancias complicadas, migración, desamor, abusos, alcoholismo... Repasando los últimos temas de las novelas del Club de Lectura he pensado que íbamos directos a una ruina emocional, y el verano no es para ruinas. A mí la sombrilla y la cerveza fresca me piden a gritos algo sencillo, bonito, esperanzador... Algo que me diga que el verano no se acabará nunca, no. Que vamos a seguir con los pies al aire y con este olor a higuera pegado en la piel. Para mí el verano es un poco como tener 20 años, cuando crees que tu vida cambia radicalmente a cada momento y que todo es posible, como no volver a la oficina y establecer tu residencia permanente junto al mar o, qué narices, en un barco en el mismo mar.
Lo sencillo, bonito y esperanzador no es tan frecuente como puede parecer, ni en la vida ni en la literatura, sobre todo cuando lo es de verdad. Me ha costado dar con una novela que reúna esos tres adjetivos, pero he recordado La sociedad literaria del pastel de piel de patata de Guernsey, recién reeditada por Salamandra. Bueno, en realidad sólo he recordado sociedad de patata, porque la rareza de su título me hace tener que buscarlo en Google cada vez que quiero recomendarla. Y ahí no se queda la única rareza de este libro. Está escrito en dos tandas: lo empezó Mary Ann Shaffer y, cuando falleció, lo continuó Annie Barrows, su sobrina, que conservó el tono naíf y amable de su tía. Otra de sus peculiaridades es que está compuesto por cartas que se dirigen entre sí los personajes de una pequeña isla del canal de la Mancha, Guernsey, que fue ocupada durante la Segunda Guerra Mundial, y por las misivas enviadas a la protagonista, Juliet Ashton, una escritora que vive en Inglaterra y que busca una idea para su futuro libro. Los relatos de sus habitantes sobre la ocupación y una visita le cambiarán la suerte como si tuviera 20 años y fuera verano.
No busquéis intensidad ni drama en esta historia amable y que aterriza en octubre en las salas de cine. Es una novela sobre la bondad, el amor a los libros y la capacidad que tiene la literatura de servir de defensa, de agarre, de pegamento o incluso sólo de entretenimiento frente al mar. Ya llegará el otoño, que siempre llega.