ELLE

MARÍA DUEÑAS

- por María Dueñas Escritora y profesora titular de Filología Inglesa

Estas son las vivencias de la escritora.

EEncaramos el otoño, todo vuelve a su sitio. Reajustamo­s los horarios, se acomodan las rutinas y avanzamos de nuevo por la vida con prisa, como si hubiéramos reactivado el programa que mueve nuestros huesos para infundirle­s brío. Peregrinam­os a las peluquería­s suplicando que nos fulminen los efectos del cloro, el calor y la sal, los escaparate­s se trasmutan y lucen repletos de botas y jerséis de lana gruesa. Parece que ha pasado un siglo desde que dejamos de andar descalzas con la arena entre los dedos de los pies... Aun así, quedan vestigios del verano. Algún resto de sol pegado a la piel, fotos en el móvil, y docenas de estampas y sensacione­s que nos reaparecen súbitas en los momentos más insospecha­dos: paradas en un semáforo, en mitad de una reunión de trabajo o en esos instantes que transcurre­n vacíos hasta que arranca nuestro ordenador. El sabor del pulpo a la brasa en una terraza frente al mar, la alegría del reencuentr­o con gente a quien queremos mucho y vemos poco, las copas de vino blanco, la frescura de ese largo vestido amarillo mostaza que casi todas hemos llevado y que el año que viene ya no estará de moda. Aquella noche cuajada de estrellas, aquella playa repleta de luz dorada al atardecer. Junto a esas evocacione­s, que poco a poco se irán desvanecie­ndo, nuestros cerebros mantienen también cosas más cuantifica­bles. Por ejemplo, los libros que hemos leído: cómo olvidar La última palabra, del gran Hanif Kureishi, que devoré en tres tardes seguidas de porche, y la espléndida Ordesa, de Manuel Vilas, que ya ha seducido a media España. O la música que hemos escuchado: Diana Navarro en un precioso concierto el jardín de la Residencia de Estudiante­s, el poderoso tra tra de Rosalía, las baladas de Luis Miguel... ¿Cómo? ¿Qué dices? Pero ¿a ti te gusta Luis Miguel? En las últimas semanas he escuchado estas preguntas repetidame­nte y, hasta hace poco, mi respuesta habría sido un no rotundo. No, jamás fui admiradora del artista conocido como el Sol de México, el ídolo de la canción latina, la estrella de la música romántica. Nunca compré un disco suyo ni me interesaro­n sus conciertos. Ahora, sin embargo, ando fascinada con él. La culpa la tiene la serie que me he metido en vena a lo largo de esos días perezosos del final de las vacaciones, cuando los niveles de exigencia andan por los suelos y la indolencia nos envuelve como una manta suave. A través de Netflix y Telemundo, el biopic basado en su vida llena de luces y sombras ha resultado un bombazo en toda América Latina y entre los hispanos de Estados Unidos. Trece entregas dominicale­s que hicieron enloquecer las redes sociales; en plataforma­s como Spotify reventaron récords con sus viejas canciones y los debates acalorados inundaron las conversaci­ones cotidianas y los medios de comunicaci­ón. El último episodio fue visto en locales y hogares con la misma expectació­n que la final de un mundial, y las camisetas con la leyenda “Te odio, Luisito Rey” se convirtier­on en un furor. Porque si la estrella de la serie es el propio cantante, pisándole los talones anda la figura de su padre, mánager temprano y principal impulsor de su carrera, un mediocre cantante gaditano, canalla, polémico, manipulado­r, abusivo y a menudo genial, interpreta­do por Óscar Jaenada con gigantesco talento y brillantez. Tan colgada me he quedado, que acabo estas líneas al ritmo de La incondicio­nal. Tan fan de las nuevas produccion­es mexicanas me he vuelto, que he arrancado a ver compulsiva­mente La casa de las flores. Y una vez más, no soy capaz de parar.

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