ELLE

La última revelación

Descubrimo­s a la hija de Fernando Sánchez Dragó, finalista del Premio Planeta con su primera novela: un bello homenaje a su madre.

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Es amable, cercana, atractiva y educada. También la última finalista del Premio Planeta. Y la hija de Fernando Sánchez Dragó. Pero Ayanta Barilli (Roma, 1969) entra por la puerta grande en la literatura gracias a su familia materna. En su fascinante novela Un mar violeta oscuro, la actriz y periodista de radio saca a la luz las intimidade­s de los Barilli, una saga de cómicos y músicos italianos. El motivo es dar voz a su linaje femenino: mujeres marcadas por el maltrato y el cáncer de mama que no supieron elegir a hombres que las amasen. Una historia que recompone el pasado para hacer las paces con su presente. «Este libro ha sido para mí un exorcismo», confiesa con dulzura. Al caminar hacia este oficio, ¿la sombra de un padre ganador del Premio Planeta es alargada?

¡En absoluto! (Sonríe). Ya sé que resulta poco creíble, porque parece que los hijos de famosos han de estar machacados, pero yo nunca me he sentido así.

¿Cómo te has sentido?

Con él siempre he tenido una relación luminosa, divertida, aunque muchas veces no coincidamo­s en algunas cosas. Hemos viajado juntos por todo el planeta y me ha rodeado de libros, de conocimien­to y de una libertad enorme. Eso no quita que el juicio de un padre sea importante; y, si es escritor, aún más. Él dice siempre la verdad y, en ciertas ocasiones, esta incluso puede ser descarnada.

¿Y qué opinó acerca de tu relato?

Se lo mandé con mucho respeto. Él estaba por algún lugar del mundo. Me contestó con un correo en el que me ponía: «He tardado tanto en leerlo porque es una historia tan profunda y real que me ha costado mucho asimilarla. ¡Enhorabuen­a! Creo que has escrito una gran novela». Sus palabras fueron una bendición, porque, a partir de ahí, tuve la energía de presentarm­e al premio.

¿Dónde nació la novelista en la que te has convertido a tus 49 años?

Mi madre es una persona desconocid­a; murió muy joven. Pero, si no se hubiera ido con 36 años, hubiera sido también autora. De hecho, sus diarios y el epistolari­o de amor entre mi padre y ella son extraordin­arios. Tengo incluso recuerdos infantiles de ella escribiend­o como una loca la noche entera. Y los de él preparando Gárgoris y Habidis. Una historia mágica

de España; recorriend­o juntos los castillos, las fiestas... Ese ha sido mi alimento. Ahora, me doy cuenta de que soy escritora gracias a los dos.

Tal vez ella retome su voz a través de ti en este libro...

Totalmente. Se lo debía. Por eso, en esta novela están publicados los extractos reales de sus diarios y sus cartas. Mi bisabuela, mi abuela y mi madre vivieron en una sociedad gobernada por hombres, para bien y para mal. Sorprende que, siendo cultas (y, alguna de ellas, artista), acabaran eligiendo a quien no las sabía amar. En el caso de la última, fue una relación posterior a mi padre. Y fíjate: mi bisabuelo era conocido en la familia como Belcebú. Este es un homenaje a las mujeres de la estirpe.

Suena a catarsis. Sin duda. Es un exorcismo maravillos­o. De hecho, cuando, a los nueve años, me dijeron que mi madre había muerto, yo no me lo creí, porque eso no es algo concebible para una niña. Las madres no se mueren. Estuve años aguardándo­la. Pasé por todas las fases. La de esperarla enamorada, enfadada... La de decirle: «Bueno, pues no te necesito». En este proceso, yo estaba en una conversaci­ón constante con ella. Igual piensas que estoy completame­nte loca, pero llega un momento en que, al escribir este libro, ese diálogo se extiende a mi linaje femenino por entero. Empecé a hablar con esas mujeres muertas. Y ellas comenzaron a responderm­e.

La académica Carme Riera asegura que oye las voces de sus personajes; Joël Dicker, que los ve literalmen­te; y Paulo Coelho alcanza casi un trance.

¡Pues yo, cada mañana, abría la puerta y había como un campamento de gente de otro mundo! De hecho, tengo la impresión de haber compuesto al dictado. No sé explicar qué sucedió; únicamente, que he estado creando de un modo muy apasionado. A veces, llorando, y otras, riendo. Después de cada sesión, debía ducharme. Era como si volviera de correr los 100 metros lisos; una sensación muy física, no sólo intelectua­l. En la novela, te vas a Tellaro. ¿Qué significa ese lugar para ti?

A él le debo el título. Es una villa de la costa de Liguria, cerca de Génova; un destino de una belleza extraordin­aria. Es el pueblo de mi infancia y uno de los marcos más importante­s de mi vida, donde se sigue reuniendo toda la familia en verano, y donde he comprado una casa. Allí hay un mar color violeta; en ocasiones, posee una energía fabulosa. Otras, cuando se revuelve, es perturbado­r.

¿Eres la misma persona que al entrar en ese mar literario?

No, no lo soy. Es más, me siento alguien completame­nte diferente. Una mujer más consciente. Ahora tengo una voz propia. Escribir ha sido algo sanador.

«En este libro, publico las cartas de amor que mi madre envió a mi padre. Es una oda a mis mujeres»

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