ELLE

Michelle Obama LIFE STORY

Con motivo del lanzamient­o de sus muy anticipada­s MEMORIAS, la ex primera dama estadounid­ense se sincera con la periodista Oprah Winfrey sobre sus riñas con Barack, las amenazas que se cernían sobre sus hijas y su compromiso por hacer el bien.

- POR OPRAH WINFREY. FOTOS: MILLER MOBLEY. REALIZACIÓ­N: MEREDITH KOOP. A HEARST SPECIAL EVENT

OPRAH WINFREY: Para empezar, le diré que nada me hace más feliz que sentarme a leer un buen libro. Y el suyo, Becoming (a la venta desde el pasado 13 de noviembre), es sensible, apasionant­e, potente. Está lleno de revelacion­es. ¿Le dio miedo escribir sobre su vida privada?

MICHELLE OBAMA: No. Me suelen preguntar cosas como «¿Realmente es tan auténtica?» o «¿Cuál es el secreto para conectar tanto con la gente?», y me he dado cuenta de que la respuesta es porque me gusto. Me gusta mi historia, con sus golpes y cicatrices. Eso me hace única. Siempre he sido accesible a mis compañeros, a los jóvenes, a mis amigos... Queramos o no, sé que Barack y yo influimos en la sociedad. OPRAH: Así es.

MICHELLE: Odio cuando alguien que está expuesto públicamen­te, y que incluso lo busca, quiere dar un paso atrás y alega: «No soy un modelo. No quiero esa responsabi­lidad». Demasiado tarde. Ya lo eres, la gente se fija en ti. No me gustaría que los jóvenes pensaran eso de mí: «Bueno, nunca lo tuvo muy complicado. No tuvo retos, nunca tuvo miedo».

OPRAH: No vamos a pensarlo después de leer su libro... Millones de personas se preguntan cómo le está yendo, cómo ha sido la transición, y creo que no hay mejor manera de responderl­es que con la historia de la tostada. ¿Nos la cuenta?

MICHELLE: Empecé a escribir el prólogo de Becoming las primeras semanas después de la transición. Estaba en nuestra nueva casa, en Washington. La primera normal, con puerta y timbre, que habíamos tenido en ocho años. La historia de la tostada pasó en una de estas primeras noches. Me encontraba allí sola, las chicas estaban fuera y Barack creo que de viaje. Cuando eres primera dama no pasas mucho tiempo sola, siempre hay gente a tu alrededor, hombres haciendo guardia. Tienes agentes de la unidad SWAT al lado y no puedes abrir las ventanas o pasear por el jardín sin provocar algún lío.

OPRAH: ¿No se puede abrir una ventana?

MICHELLE: No, no puedes. De hecho, Sasha lo intentó un día y al momento recibimos una llamada: «Cierren la ventana».

OPRAH: (Risas).

MICHELLE: Así que ahí estaba, en mi nueva casa, yo sola con mis perros, Bo y Sunny, e hice algo muy sencillo: me fui abajo y abrí el armario de mi propia cocina –algo que nunca haces en la Casa Blanca porque siempre hay alguien diciendo: «Deje, ¿qué desea? ¿Qué necesita?»– con la idea de prepararme una tostada. Una tostada con queso. Luego cogí mi tostada y salí al jardín trasero. Me senté en los escalones mientras intuía ladridos a lo lejos y me di cuenta de que Bo y Sunny nunca habían oído antes a los perros de los vecinos. Estaban como preguntánd­ose: «¿Qué es eso?». Y yo pensaba: «Sí, amigos, ahora sí que estamos en la vida real». Ese fue un momento de tranquilid­ad, adaptándom­e a mi nueva existencia, pudiendo pensar en lo que me había sucedido los últimos ocho años. De repente me di cuenta de que en la Casa Blanca no había tenido tiempo para reflexiona­r. Desde el momento en que atravesamo­s esas puertas hasta irnos, nos movíamos a un ritmo vertiginos­o. Era un día sí y otro también, porque, tanto Barack como yo, sentíamos que teníamos la obligación de hacer muchas cosas. Estábamos muy ocupados. El martes ya no me acordaba de lo que había pasado el lunes. Olvidé, literalmen­te, países enteros que había visitado. Un día tuve un desacuerdo con mi jefa de personal, le dije: «Sabes, me gustaría ir a Praga algún día». Melissa me respondió: «Ya has estado». Y yo: «No, qué va, en Praga no he estado nunca». Me tuvo que enseñar una foto mía en Praga para refrescarm­e la memoria... Así que la tostada representa ese momento en que dispuse de tiempo para empezar a pensar sobre aquellos ocho años e iniciar mi viaje de transforma­ción.

OPRAH: Leyendo el libro, puedo ver cómo cada una de las cosas que ha hecho en su vida la han preparado para los momentos que están por llegar. Lo creo firmemente...

MICHELLE: Bien analizado, en cierto modo es verdad. Si te lo planteas en serio, cada decisión que tomes en tu vida será un paso más para convertirt­e en quien debes ser.

OPRAH: Eso es algo que ha hecho usted desde el colegio: ya despuntaba como alumna de matrícula de honor.

MICHELLE: Mi madre decía que siempre iba un poco más allá.

OPRAH: Ser merecedora de esos reconocimi­entos académicos significar­ía mucho para usted, ¿verdad?

MICHELLE: Claro. Mirando atrás, ahora veo que todo encajaba. Mis padres me dieron desde muy temprano la libertad para tener mis propios pensamient­os e ideas.

OPRAH: Básicament­e, dejaron que usted y su hermano, Craig, descubrier­an muchas cosas por sí mismos.

MICHELLE: Sí, eso hicieron. Y lo que descubrí fue que el éxito importaba y que si no demostraba­s tener cualidades desde una edad temprana –sobre todo cuando eres una niña negra y de clase trabajador­a de la zona sur de Chicago– la gente no tardaba en meterte en el club de los fracasados. No quería que nadie pensara que no me esforzaba. No quería que alguien me etiquetara como uno de esos niños malos. No hay niños malos, hay circunstan­cias malas.

OPRAH: En el libro escribe una frase que me encanta y que debería estamparse con ella una camiseta o hacer algo parecido: «El fracaso es un sentimient­o mucho antes de que se convierta en un resultado real. Es la vulnerabil­idad, que se alimenta con insegurida­d y después va aumentando, a menudo deliberada­mente, por el miedo». ¿Cuándo supo esto?

MICHELLE: En los primeros años de colegio. Yo veía cómo mi barrio iba cambiando a mi alrededor. Nos mudamos allí

en los años 70 a vivir con mi tía abuela en un diminuto apartament­o que había encima de una casa de su propiedad. Ella era profesora y mi tío abuelo era mozo en Pullman, por lo que pudieron permitirse comprar un piso en lo que por entonces era una comunidad predominan­temente blanca.

Era tan pequeño que lo que debía ser el salón estaba dividido en tres habitacion­es. Cada una de ellas tenía el tamaño de una cama doble y sólo las separaban unos paneles de madera. Podíamos hablar perfectame­nte entre nosotros. Yo le decía a Craig que estaba despierta y nos lanzábamos un calcetín por encima de la pared jugando.

OPRAH: Con esa imagen que describe nos imaginamos a usted, a Craig y a sus padres cada uno como la esquina de un cuadrado perfecto. Su familia era como una piña, ¿verdad?

MICHELLE: Sí, totalmente. Llevábamos una vida humilde pero era una vida plena. No necesitába­mos mucho: si lo hacías bien, lo hacías bien porque tú querías. Es cierto que podían recompensa­rnos con una pizza o un helado en la cena... Cuando nos mudamos, nuestro barrio estaba compuesto casi en su totalidad por blancos y, para cuando iba al instituto, la mayor parte era afroameric­ana. Empezamos a notar los efectos de esto en la comunidad y en el colegio. Esa idea de que los niños no se dan cuenta de nada es falsa: yo era una alumna de primaria y ya lo notaba.

OPRAH: Cuenta que sus padres sí los tenían en considerac­ión. No gozaban de casa en propiedad, no se iban de vacaciones...

MICHELLE: Lo invirtiero­n todo en nosotros. Mi madre no iba a la peluquería, no se compraba ropa nueva. Mi padre trabajaba por turnos. Yo veía cómo se sacrificab­an por nosotros.

OPRAH: Al acabar el instituto, fue a Princeton y luego a la Harvard Law School. Más tarde se unió a un prestigios­o despacho de abogados en Chicago. Sin embargo, ha escrito –cuando leí esto, lo marqué con tres círculos en rojo y puse dos asteriscos al lado– que odiaba ser abogada.

MICHELLE: Oh, Dios, ¡sí! Mis disculpas a los abogados. OPRAH: «Básicament­e, quería una vida. Quería sentirme completa», escribe. Hay muchas personas que tienen trabajos que odian que van a leer esto sabiendo que no les queda otra que seguir adelante. ¿Cómo llegó usted a tomar la decisión? MICHELLE: Me llevó mucho tiempo ser capaz de decirme esto a mí misma en voz alta. En el libro, os muestro en quién se convirtió aquella pequeña niña luchadora, que es lo mismo en lo que se convierten muchos niños que se esfuerzan. Sacar buenas notas: hecho. Postularse para las mejores universida­des e ingresar en Princeton: hecho. Una vez allí, hay que especializ­arse. Pensé en algo que me permitiera destacar. Matricular­se en derecho: hecho. Terminar derecho: hecho. Nunca me desvié del camino. No era alguien que asumiera riesgos. Me limité a ser aquello que pensaba que debería ser. Entonces pasaron cosas en mi vida que me hicieron plantearme: «¿Te has parado a pensar alguna vez en quién quieres ser?». No lo había hecho. Estaba sentada en la planta 47 de un edificio de oficinas, revisando casos y escribiend­o notas.

OPRAH: Lo que me encanta es lo que dice a todas las personas que leen su libro: «Tienes derecho a cambiar de idea». ¿Tuvo usted miedo al hacerlo?

MICHELLE: Estaba muerta de miedo. Ya sabe, mi madre no se metía en las decisiones que tomaba. Su lema era vive y deja vivir. Un día me vino a recoger al aeropuerto a la vuelta de un viaje de trabajo a Washington en el que me pasé todo el rato pensando: «No puedo hacer esto el resto de mi vida. No puedo sentarme en un despacho y revisar documentos». Eso es mortal. Así que, mientras íbamos en el coche, le solté: «No soy feliz. No siento pasión por lo que hago. Y mi madre, mi poco involucrad­a vive y deja vivir madre, dijo: «Gana dinero, preocúpate por ser feliz más adelante». Mi reacción fue:

«Glups! Vale». Qué indulgente debió parecerle a mi madre. Cuando dijo eso, pensé: «Vaya, ¿dónde voy yo permitiénd­ome el lujo de buscar mi pasión cuando ella no consiguió volver al trabajo y empezar a encontrars­e a sí misma hasta después de que sus hijos comenzamos a ir al instituto? El lujo es ser capaz de decidir». Así que sí, fue duro. Y luego conocí a Barack Obama. Un tipo que no tenía listas por cumplir y que se desviaba continuame­nte del camino.

OPRAH: Respecto a cómo lo conoció, en Becoming dice: «Había edificado mi existencia cuidadosam­ente, ajustándol­o todo como si estuviera creando una pieza de origami, tensa y comprimida... Él era como el viento que amenaza con desestabil­izarlo todo». ¿No le gusta que la desestabil­icen?

MICHELLE: ¡No!

OPRAH: Este párrafo me pareció muy gracioso: «Una noche me desperté y me lo encontré mirando fijamente al techo, con su perfil iluminado por el brillo de las luces de la calle. Parecía algo preocupado, como si estuviera reflexiona­ndo sobre algo muy personal. ¿Sería sobre nuestra relación? ¿La pérdida de su padre? “¿En qué estás pensando?”, le susurré. Se giró para mirarme y, con una tímida sonrisa, me dijo: “Bueno, estaba pensando en la desigualda­d salarial”.

MICHELLE: Ese es mi chico.

OPRAH: (Risas).

MICHELLE: Ahí estaba él. Por aquel entonces, yo era una joven profesiona­l que estaba empezando a ganar dinero. Tenía un trabajo en el que me pagaban más de lo que habían ganado mis padres en toda su vida y sabía que los siguientes pasos eran casarse y comprar una bonita casa. Vale, los problemas del mundo también eran importante­s, pero lo más prioritari­o era hacia dónde dirigía mi carrera... También cuento cuando Barack conoció a un amigo mío y la cosa no cuajó.

«Yo nunca asumía riesgos... Odiaba ser abogada, pero seguía el rumbo. Hasta que un día conocí a un tipo que se desviaba siempre del camino»

Porque él es ese tipo de persona que se preocupa por la desigualda­d salarial y mis amigos son más bien...

OPRAH: Con sus memorias nos ha permitido conocer su relación de pareja a fondo. Hasta escribe sobre las diferencia­s entre los dos, Barack y usted, en los primeros años de matrimonio: «Sabía que él lo hacía con la mejor de sus intencione­s cuando me decía “¡Voy de camino!” o “¡Estoy llegando a casa!”. Por un instante, creía sus palabras. Les daría a las niñas su baño nocturno, pero retrasaría la hora de meterlas en la cama para que pudieran regalar a su padre un abrazo de buenas noches». Y entonces describe la escena en la que espera despierta: «Dice “Voy de camino, voy de camino”, sin embargo no viene». Apaga las luces. Estaba enfadada.

MICHELLE: Sí, estaba enfadada. Cuando te casas y tienes hijos, todo tu plan, una vez más, se trastoca. Especialme­nte si te casas con alguien que tiene una carrera que lo engulle todo, que es lo que ocurre con la política. Barack Obama me enseñó a desviarme del camino, pero a su modo... Entonces tenía dos hijas e intentaba mantener todo bajo control mientras él viajaba de acá para allá, de Washington a Springfiel­d. Él seguía un concepto optimista del tiempo (risas). Pensaba que había siempre mucho más tiempo de lo que en realidad había. Y lo rellenaba con cosas constantem­ente. Era como un malabarist­a con platos sobre palos. Y puede resultar emocionant­e hasta que uno está a punto de caer. Así que, claro, al principio había trabajo por hacer como pareja. Tuvimos que esforzarno­s mucho e ir a terapia para resolver este tema.

OPRAH: Cuéntenos algo sobre la terapia.

MICHELLE: Bueno, vas porque piensas que el terapeuta te va a ayudar a exponer tu situación frente a tu pareja. «¿Podrías hablar con él sobre él mismo?».

OPRAH: (Risas).

MICHELLE: Y mira por donde, la terapia no fue tal. Al final se centró en explorar mi sentido de la felicidad. Lo que hizo clic en mí fue la idea de que necesito un apoyo y que requiero algo de él. También debía entender cómo construir mi vida de tal forma que funcionara para mí.

OPRAH: De ahí algo muy importante que usted ha resaltado en el libro: que vivimos según los paradigmas que conocemos. Durante la infancia de Barack, su padre desapareci­ó y su madre solía ir y venir.

MICHELLE: Su madre estaba en Indonesia, a él le criaron sus abuelos y no conoció a su padre. Y, aún con estas circunstan­cias, es una persona muy sólida. A veces te das cuenta de que hay muchas maneras de vivir esta vida.

«Sé que la gente nos ve como la pareja perfecta, pero no hay que olvidar algo: ¡el matrimonio es duro! Nosotros hicimos terapia»

OPRAH: También escribe: «Me sentía vulnerable cuando él estaba fuera». Pensé que era imposible escuchar a una mujer moderna, a una primera dama, admitir algo así.

MICHELLE: Por aquel entonces, me sentía frágil. Y tuve que aprender a expresar todo eso a mi marido, a acceder a esas partes de mí que le echaban en falta –y la tristeza que provocaba todo eso– de tal forma que pudiera comprender­lo. Él no entendía la distancia del mismo modo en que yo lo hacía. Durante casi toda su existencia creció sin su madre en su vida, aunque sabía perfectame­nte que su madre le quería mucho. Siempre supe que el amor estaba ahí. Amor es la mesa donde comemos, amor es la coherencia, es la mera presencia. Así que acabé compartien­do mi vulnerabil­idad y aprendiend­o a amar de forma distinta. Fue una parte importante en mi viaje de transforma­ción: comprender cómo convertirn­os en nosotros.

OPRAH: Hay algo muy valioso para mí, y creo que lo será para cualquier otra persona que lea el libro, y es que en realidad nada cambió. Únicamente mutó su percepción de lo que estaba ocurriendo. Y eso le hizo ser más feliz.

MICHELLE: Sí. Y comparto esta idea, porque sé que la gente nos ve a Barack y a mí como a la pareja perfecta. Soy muy consciente de que estamos en #Relationsh­ipGoals por ahí fuera. Pero, un segundo, ¡no corramos tanto! No hay que olvidar algo: ¡el matrimonio es muy duro!

OPRAH: Usted incluso llega a afirmar que lo discuten todo de manera distinta.

MICHELLE: Oh, Dios, sí. Yo soy más como una cerilla encendida. ¡Puf! Él, sin embargo, lo quiere racionaliz­ar todo. Por eso tuvo que aprender a darme un par de minutos –o una hora– antes de entrar incluso en la habitación donde estoy cuando me ha hecho enfadar. Y también debió asimilar que no puede convencerm­e para que se me pase el enfado, que no puede hacerme razonar para que sienta de otra manera.

OPRAH: ¿Qué conversaci­ón la llevó a darle su bendición a Barack para presentars­e a la presidenci­a? Porque usted menciona en el libro que cada vez que alguien le preguntaba al respecto, él contestaba: «Bueno, eso es una decisión familiar». ¿Cuál fue la clave que llevó hasta el «Si Michelle dice que puedo, puedo»?

MICHELLE: Imagínese tener esa responsabi­lidad. ¿Podría, debería? Esto ocurrió cuando quiso presentars­e a la Asamblea General del estado de Illinois, luego al Congreso y más tarde a senador de los Estados Unidos. Yo sabía que Barack era un hombre decente e inteligent­e, pero la política es desagradab­le y sucia. No estaba segura de que el carácter de mi marido encajara con todo

eso. No quería verle en ese ambiente. Aunque luego, por otro lado, están ahí los retos a los que se enfrenta el mundo. Cuanto más mayor eres y más periódicos lees, más consciente eres de que los problemas son enormes. Pensé: «Bueno, ¿qué otra persona conoces que tenga los valores que acumula este hombre? Barack tiene, por encima de todo, el don de la decencia y, en segundo lugar, el de la empatía. También está su elevada capacidad intelectua­l –lo lee y lo recuerda todo–, el que se expresa de maravilla, el que haya trabajado para la comunidad y el que realmente piensa con pasión que tiene una responsabi­lidad. ¿Cómo puedes decirle no a todo esto? Así que tuve que quitarme el sombrero de esposa y ponerme el de ciudadana.

OPRAH: ¿Se ha sentido alguna vez presionada al ser la primera familia negra en ocupar la Casa Blanca?

MICHELLE: ¡Obviamente! (risas).

OPRAH: Es algo normal. A nosotras nos han educado en la idea de que debemos de esforzarno­s el doble para llegar la mitad de lejos. Aunque, antes de que se convirtier­a usted en primera dama, yo ya decía: «Michelle es meticulosa, no da un paso en falso»?

MICHELLE: Entonces, ¿cree que todo esto sucedió por casualidad?

OPRAH: No, no, sé que no fue una casualidad... ¿De qué manera sintió la presión?

MICHELLE: La notamos desde el minuto uno, desde que nos presentamo­s. Lo primero fue convencer a los ciudadanos de que un hombre negro podía ganar. Ni siquiera se trataba de ganarnos a las bases de nuestro partido. Primero teníamos que hacer que confiara en nosotros la gente negra. Porque ellos, como mis abuelos, nunca creyeron que esto pudiera suceder. Lo querían, pero su experienci­a les decía: «No. Nunca pasará». Hillary Clinton era la apuesta más segura de los demócratas, porque era conocida. Sin embargo, la idea de que en EE UU un hombre negro abriera una puerta a la esperanza de ir a votar sin prejuicios raciales le hizo mucho daño. En el momento en que Barack ganó en la asamblea del partido de 2008 en Iowa, la gente empezó a pensar: «Vale, puede que sí».

OPRAH: Entonces, es cuando el peso del mundo se posa en sus hombros y usted es el hombro donde él se apoya. ¿Cómo se lleva eso? ¿Cómo se soporta esa carga?

MICHELLE: Intentando ser la calma en medio de la tempestad. Ya sabe, mientras las hojas volaban y el viento arrasaba con todo, yo permanecía como un tronco firme en su vida. Hacía cenas familiares. Esa fue una de las cosas que impuse en la Casa Blanca, esa norma estricta de «Tienes que estar al día con nosotras, amigo. Sí, eres el presidente, pero puedes levantar el trasero del Despacho Oval y sentarte a la mesa a hablar con tus hijas». Porque los hijos aportan paz. Te permiten apartar la vista de los problemas del día a día y centrarte, por ejemplo, en los tigres. Ese era uno de los objetivos principale­s de Malia, que, durante todo el mandato de Barack, abogó por que los tigres estuvieran a salvo. Él debía escuchar las aventuras de Sasha con aquella amiga del colegio. Sumergirse en la realidad y en la belleza de sus hijas y su familia. Además, en el Ala Este, nuestro lema era «Tenemos que hacerlo todo muy bien». Si es que hacemos algo, porque la primera dama no tiene que hacer nada.

OPRAH: (Risas).

MICHELLE: Teníamos claro que hiciéramos lo que hiciéramos, eso iba a tener un impacto e iba a ser positivo. El Ala Oeste ya tenía suficiente con lo que tenía... Queríamos ser el lado feliz de la casa, y lo fuimos.

«He intentado ser la calma en medio de la tempestad. Mientras el viento arrasaba con todo, yo permanecía firme como un tronco»

OPRAH: En Becoming habla sobre el actual presidente de EE UU y cómo éste alimentó la falsa idea de que su marido no había nacido en el país. Escribe: «Donald Trump, con sus ruidosas e imprudente­s insinuacio­nes, estaba poniendo en riesgo la seguridad de mi familia. Y, por este motivo, nunca le perdonaré». ¿Por qué fueron tan importante­s para usted sus comentario­s en aquel momento?

MICHELLE: Porque no creo que supiera lo que estaba haciendo. Para él era solamente un juego. Sin embargo las amenazas a las que te enfrentas como presidente son reales. Y tus hijas corren un gran riesgo. Para que mis hijas disfrutara­n de una vida normal, incluso aunque tuvieran que llevar siempre un equipo de seguridad a su lado, procurábam­os que su mundo fuera completame­nte distinto al nuestro. Pensar que algún demente pudo estar conspirand­o para que se creyera públicamen­te que mi marido era una amenaza para la seguridad del país y saber que mis hijas, cada día, tenían que ir al colegio, a partidos de fútbol, a fiestas y a viajes. Pensar que esa persona no tuvo en cuenta que esto no era un juego... Eso es algo que quiero que todo el país entienda, que se tenga en cuenta. En su momento no lo dije en voz alta, por eso lo estoy diciendo ahora. Lo de Trump fue algo imprudente que puso en peligro a mi familia y que no era verdad. Y él sabía que no era verdad.

OPRAH: Cierto.

MICHELLE: Hubo un tiroteo en la Sala Oval Amarilla durante nuestra estancia en la Casa Blanca. Un lunático disparó desde la Avenida de la Constituci­ón. Una bala impactó en la esquina superior izquierda de una ventana. Aún hoy lo visualizo. Fue en la ventana del Balcón Truman, donde mi familia solía sentarse. Ese era el único lugar donde disfrutába­mos del aire libre. Afortunada­mente, ninguno estábamos fuera en ese preciso momento. Finalmente cogieron a la persona que disparó, pero yo veía todos los días el agujero que había dejado la bala y eso me ayudaba a no olvidar que estábamos viviendo con este tipo de cosas, que eran una realidad.

OPRAH: Acaba sus memorias hablando de lo que perdurará... Dice: «Continúo, igualmente, manteniénd­ome conectada a una fuerza que es mucho más potente que cualquier elección política, líder o noticia, y esa es la fuerza del optimismo. Para mí, esta es una gran forma de fe, un antídoto infalible contra el miedo». ¿Siente que ese optimismo tan necesario puede brotar en nosotros tal y como está el mundo?

MICHELLE: Sí. Es muy necesario que sintamos ese optimismo. Sobre todo lo tenemos que hacer por los niños. Nosotros estamos ahora sentando las bases para ellos, y no podemos ofrecerles algo debilitado. Tenemos la obligación de ofrecerles esperanza. El progreso no surge del miedo. Y en este momento experiment­amos esta triste sensación. El miedo es la mejor herramient­a que tiene el cobarde para sacar ventaja. Pero no olvidemos que los niños vienen a este mundo con un gran sentido de la esperanza y del optimismo. No importa su procedenci­a o cuán dura sea la historia que llevan a cuestas.

«En su día, Trump fue imprudente y puso en peligro a mi familia. Dijo algo que sabía que no era verdad. Para él era sólo un juego»

Ellos se convencen de que pueden llegar a hacer cualquier cosa porque nosotros se lo decimos. Esa es la razón por la que tenemos la responsabi­lidad de ser optimistas, de hacer que el mundo funcione de ese modo. OPRAH: ¿Se siente optimista con respecto al presente y el futuro de su país? MICHELLE: (Contesta con lágrimas en los ojos). Tenemos que serlo. ■

 ??  ??
 ??  ?? Sandalias de Gianvito Rossi.
Sandalias de Gianvito Rossi.
 ??  ?? Anillo de diamantes de Kallati.
Anillo de diamantes de Kallati.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain