ELLE

ETERNA MUJER

Su voz es parte de la historia de este país. Ahora, REGRESA con ‘Vida’, su primer disco de canciones inéditas tras once años de silencio. Así suena por dentro un icono lleno de musas.

- POR GEMA VEIGA. FOTOS: MARIO SIERRA. REALIZACIÓ­N: MARTHA REVELO

Sabe lo que es bailar un vallenato con Gabriel García Márquez. Estar al lado de Rafael Alberti. Entonar junto a Nicolás Guillén. Dentro de su voz hay 20 discos en solitario, un Grammy Latino a la excelencia musical y un Goya de Honor. Ahora, vuelve a la música con Vida, su primer álbum de canciones inéditas tras once años de silencio. Lo acompañan las letras hechas a medida por los mejores cantautore­s de hoy y de siempre, desde Rozalén a Dani Martín, pasando por Joaquín Sabina, Jorge Drexler y su propio marido, Víctor Manuel. Ana Belén (Madrid, 1951) dice que le gustan los mirlos, quizás porque son como ella: suelen cantar desde un lugar elevado. Y, cuando se le pregunta qué anhela con este nuevo trabajo, contesta: «La necesidad de volar un poco más sola». Así es de cerca una mujer con raíces. Y nuevas alas.

¿Cómo te sientes ante este estreno?

¡Con mucho miedo!

¡Miedo tú, después de 20 discos en solitario y miles de colaboraci­ones!

Lo que pasa es que el temor, en lugar de paralizarm­e, me hace avanzar. Pero sí, sí, miedo. Soy una persona con bastantes dudas, es una tendencia en mi vida.

Esta vez, estás arropada por las composicio­nes escritas para ti por algunos de los mejores autores: Jorge Drexler, Andrés Suárez, Pablo Milanés, Noa, Joaquín Sabina, tu marido...

Y Dani Martín, Juan Mari Montes o Federico Lledó, un cantautor que conocí con Víctor de manera casual, y fue un gran hallazgo. Sí, tengo material muy bueno, ¡espero no estropearl­o demasiado!

¿Qué te gustaría que sintiesen ellos al oírte cantarlas?

Siempre he pensado que, más que regalarme las canciones, me las prestan. Yo únicamente quiero estar a la altura. A partir de ahí, también deseo reivindica­r la parte de creación que aportamos los intérprete­s, que somos los que, al final, entregamos esas melodías al público.

Tu hijo David, que ha producido tus últimos discos, te ha prestado un tema, Cuentos para dormir.

¡Y ha hecho un trabajo estupendo! No me da ningún pudor decirlo. Este es un álbum con muchos frentes, con muchos caminos... Al final, es un poco lo que yo soy.

¿Y cómo eres?

No soy de una pieza. Soy muy poliédrica. Y sí, la canción de mi hijo David es una pincelada para acordarse de esa gente sin nada y que, precisamen­te por eso, son capaces de atreverse a todo. Como atravesar un océano con lo único que poseen, que son sus pequeños niños. Y mueren (se le llenan los ojos de lágrimas). Es una composició­n tan bonita, tan tremenda...

El disco se llama Vida. ¿Por qué le cantas a ella?

¡Tenemos que recordar que es un regalo! Que debemos vivir cada segundo, porque ese en que no lo hagamos, nadie nos lo va a devolver. Ojo, eso no significa estar el día entero sin parar, al límite, sino vivir consciente­s de ello.

Y tú, que eres un icono de la historia de este país, ¿qué tiempos piensas que corren para el arte?

Fíjate que este álbum lleno de talentos es una manera de subrayar el valor de la creación artística en unos momentos en que creo que se la ha devaluado. Se ha convertido en una especie de jungla donde lo que impera es (y denunciémo­slo sin tapujos) el físico. Y cuidado, no solamente es necesario ser joven; además, es obligatori­o también ser guapo. Esto pesa, por encima de todo, sobre las mujeres.

En qué sentido? Se está contratand­o a actrices de treinta y tantos para hacer de madres de chicos de 20. ¡Pero si las hay estupendas de 50! Atención, y esa no es mi edad. Yo estoy en los 67. No me estoy defendiend­o a mí, sino a aquellas que están en la cincuenten­a. A mí, si me dicen: «Es que claro, como tienes unas arrugas...», yo respondo: «Sí, tengo estas arrugas porque me río».

Pues a mí, al salir de la redacción de ELLE de camino a esta entrevista, precisamen­te, me comentaban: «¡Qué se habrá hecho Ana Belén para estar así de estupenda!».

(Risas). Pues te lo digo: nada. Aunque, a veces, pienso: «Igual un poquito por aquí»... (Estira con las manos el arco de la cara. Luego, las retira mientras vuelve a sonreír).

Bueno, ¡yo qué se! Tal vez en algún momento. Eso sí, ¡las cremas, me las bebo! Voy cambiándol­as para que la cara no se acostumbre. Y jamás me he metido en la cama maquillada. Recuerdo noches en que volvíamos a las tres de la mañana de un concierto. Víctor conducía mientras yo, en la oscuridad, me iba quitando el maquillaje.

Cuando empecé a trabajar, mi madre me dijo que, fuera donde fuera, me pagara todo, que no me dejara invitar. O, lo que es igual, que dependiera de mí misma. Y puedo presumir de haber hecho lo que he querido en la vida, incluso si me equivocaba

A tus 67, tienes un cuerpo diez. ¿Cuál es el secreto?

Yo no sé lo que es un régimen. No hay nada que no me guste. Los mismos médicos nos están diciendo que debemos comer de todo. Pero te confieso que, para mí, estar delgada no es un mérito. Es genético. En eso, he salido a mi padre. Y si ves a mi hijo y a mi hija, son también así. La verdad es que, después de tres años, he vuelto a ejercitarm­e tres veces a la semana. Sin máquinas; voy a un estudio de baile y hago pilates. ¡Sienta tan bien!

Te atreverías a confesar tu principal defecto? Que me juzgo con muchísima dureza. Y eso es un arma de doble filo, porque no te permite ni siquiera descansar. Me gustaría acercarte una frase de otra actriz que compartirá protagonis­mo contigo en este número de ELLE. Es Lupita Nyong’o, y afirma que «el feminismo será real cuando pase de moda». ¿Qué dices tú?

Que así es, será real cuando no sea necesario celebrar un 8 de marzo, cuando sólo sea una fecha que esta ahí, sin nada que reivindica­r. Aunque, en realidad, no sólo debemos protestar por nosotras, las occidental­es, sino por lo que ocurre en países como Arabia Saudí; para que sus mujeres tengan identidad, para que puedan ser humanas. Cuando, de repente, resulta que es noticia que les dejen conducir, te dices: «¿De qué estamos hablando?». El machismo existe precisamen­te porque les da miedo que les arrebatemo­s el poder, que ha estado toda la vida en sus manos. Y lo que hay que entender es que no se trata de quitárselo, sino de compartirl­o.

¿Cómo ha sido tu experienci­a? Ser madre de dos hijos, educarlos y lograr la cima como artista...

Soy una persona con suerte. Y te aseguro que he pasado por épocas duras. Cuando la censura prohibía conciertos, Víctor y yo no es que estuviésem­os asfixiados, es que estábamos a verlas venir. Más aún, al nacer David. Pero he podido contar con alguien en casa que, en los momentos en que los dos estábamos de gira, seguía educando a mis niños. Y todavía está con nosotros. Siempre he confiado en salir adelante. Y he creído en mi profesión.

De hecho, empezaste a actuar con 13 años.

Sí, y no fue por mí; era para ayudar a mi familia. Yo me crié en una portería. Mi padre trabajaba en el hotel Palace y mi madre era portera; es decir, una mujer que, en esos tiempos, ya tenía un oficio. Cuando conocí al genial director Miguel Narros y me metió en el Teatro Español, ella me dijo: «A partir de ahora, allá donde vayas, págate siempre lo tuyo; no dejes que te inviten». O, lo que es igual: «Depende de ti misma». Desde entonces, puedo presumir de haber hecho lo que he querido, incluso equivocánd­ome un montón de veces. ¿Y qué te provoca buenas sensacione­s fuera de un escenario? ¡Me encanta coser y hacer punto! ¿Qué dirías que es lo que más te define? Que soy impetuosa. ¡Así me pasa! (Risas).

Muchas se miran en ti. ¿En quién te inspiras tú?

En Juana, en Pepe, en Emilio, en Alberto, en Inmaculada, en Rosa... En toda aquella gente anónima que ofrece su trabajo, e incluso su vida, para que otros cuenten con una mínima dignidad. En otras palabras, los cooperante­s, los misioneros, los que se echan a la mar, los que están en los hospitales, cerca de los que no tienen a nadie... Los héroes, para mí, son esas personas con una generosida­d infinita; estamos rodeados de ellos y, sin embargo, ni siquiera nos damos cuenta. ¿Qué no soportas en los demás? Yo fui una niña pobre. Ahora, no puedo decir lo mismo, pero lo fui. En mi familia, aunque no nos faltaba de nada, carecíamos de bastantes cosas. Así que la prepotenci­a, el afán de superiorid­ad hacia los más humildes, es algo que de verdad no soy capaz de sufrir. ¿Con qué pequeños detalles disfrutas? Siempre he gozado mucho con la amistad. Precisamen­te, porque un amigo conlleva un montón de placeres, desde ir juntos a una exposición de pintura hasta ver una buena película. Yo soy alguien que necesita el calor de la gente. Y, a la vez, me encanta mimar a los míos.

Hablando de los tuyos, llevas una vida con Víctor Manuel. ¿Qué cosas compartida­s te aportan felicidad hoy por hoy? La felicidad son segundos, momentos muy chiquitine­s. Los fines de semana, nos despertamo­s pronto. Víctor y yo nos calzamos las zapatillas y nos vamos a andar por la ciudad sin rumbo, como pollos sin cabeza. Escuchamos la radio, cada uno con sus cascos; nos miramos de vez en cuando y nos hacemos señas para comentar la misma noticia... Al volver a casa, decimos: «¿Cuánto hemos recorrido hoy? ¿Ocho kilómetros? ¿Nueve?». Seguir caminando juntos, ese es el instante de alegría que nos une a nosotros dos.

¿Y qué es lo que, al final de los finales, Ana Belén valora por encima de todo en un hombre?

La ternura. Y también en una mujer. ■

 ??  ?? Vestido con bordados de Angel Sanchez y pendientes dorados con brillantes de OSB Vintage.
Vestido con bordados de Angel Sanchez y pendientes dorados con brillantes de OSB Vintage.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain