LA ROMA MÁS NOBLE
Decoradora, modelo, diseñadora... La incansable aristócrata nos enseña algunos de sus RINCONES secretos de la Ciudad Eterna. Primera parada: un auténtico ‘palazzo’ del que ha hecho su hogar.
«MI NEGOCIO DE BOLSOS ME HA AYUDADO A MANTENERME OCUPADA EN LOS INSTANTES MÁS DUROS QUE HE VIVIDO»
Uno de esos clásicos (e idílicos) patios interiores de los palazzi de Roma esconde de los ojos curiosos la residencia de la familia Windisch-Graetz Habsburgo en la capital italiana. En él nos recibe Sofía (París, 1959), con una amplia sonrisa y esos ojos azules que hace décadas coparon tantas portadas. «Mi casa es tu casa, como decís los españoles», saluda en castellano mientras nos invita a cruzar la frontera que protege su intimidad. Adentrarse en este lugar con vistas a los tejados del Vaticano es como pasear por la memoria de la anfitriona, gracias a una infinidad de fotos, objetos con historia, revistas antiguas... «Un hogar lo es gracias a tu marido y a tus hijos», sentencia esta interiorista que fue musa de Valentino, habla cinco idiomas y comparte raíces con la emperatriz Sissi. Aunque, desde el inicio, nos pide que obviemos el término princesa: «Ya no tiene mucho sentido. Es algo regalado; por eso, debes dar más en tu faceta social. Sin embargo, la principessa ahora es una mujer que trabaja, es madre... No queda sitio para los cuentos». Aún recuerda cómo, cuando era adolescente, una monja le dio el mejor consejo tras una fechoría: «Me dijo: “Tú cuentas con un nombre, una cara y dinero. Pon atención a lo que haces con eso”. Lloré tres días, pero se me quedó grabado». Quizá por ello, ha aprovechado cada oportunidad para sentirse parte de un mundo más grande. Como en los 80. Entonces, ante la presión mediática que sufría en París, sus padres le recomendaron cambiar de aires. Así llegó España. «Sin un duro y sin saber el idioma. A los diez días, ya tenía casa y trabajo. Fue un inicio fantástico, pero era una niña perdida con mis demonios internos», relata. En esa época, la fama se mezclaba con el sufrimiento de sentirse tan expuesta. «Yo no me gustaba nada», reconoce. Fue en Italia donde halló la paz gracias al amor. La historia con su marido, el aristócrata Hugo de WindischGraetz, es digna de un cuento de esos que no la convencen. Empezó a los 18 años, aunque las circunstancias jugaron en su contra. «Me dejó. Fue dramático, a pesar de que dijo que volvería», confiesa. Una década después, sus caminos se cruzaron cuando él la vio en la televisión, en un desfile en la piazza Spagna. «Yo me sentía dolida, pero, tras seis meses, le planteamos la decisión de casarnos a la madonna, a la virgen. Y hasta hoy», sonríe. Esas creencias, junto al amor incondicional y al respeto, son lo esencial para mantener su matrimonio, dice. «La fe pone los valores justos; lo demás es superfluo. Es importante en la relación con mis hijos; perder a uno de ellos es lo más determinante que me ha sucedido. Entonces, sentí que la madonna estaba ahí», sostiene emocionada. Durante la entrevista, nos presenta a su pequeña Larissa, mientras nos comenta que su primogénito, Maximiliano, acaba de pasar por Roma. Eso sí, la presencia de Alexis, fallecido hace ocho años en un accidente, es constante. Quizás sea por las fotos que lo recuerdan y por la tranquilidad con que habla de él. «Lo que ocurrió supuso mucha unión familiar; pasamos juntos por ese dolor. Ahora, estamos bien, sabiendo que él está en un sitio mejor... Hay que sacar la lectura más favorable posible del sufrimiento», subraya. En la búsqueda de lo positivo, recuerda cómo Alexis la animó a convertir en negocio su hobby de diseñar bolsos: «Creía en mí. Tanto que me organizó una entrevista con un medio francés. Aunque murió justo después, este proyecto ha sido un regalo que me ha ayudado a estar ocupada». Así nació la marca que lleva su nombre (sophiehabsburg.com), con la que canaliza su creatividad. A punto de cumplir 60 años, por fin está satisfecha, según afirma entre risas: «Las inseguridades siguen ahí, pero las veo de otro modo. Y menos mal que una las tiene, porque si no, resultaría todo demasiado perfecto». ■