ELLE

Manuel Vicent EL SABIO DE TODO

Tras volcar en un libro de artículos su brillante mirada sobre la realidad, el escritor del Mediterrán­eo comparte con ELLE su visión más ÍNTIMA de la vida. Así son, de puño y letra, sus grandes hallazgos.

- POR GEMA VEIGA. FOTOS: XIMENA GARRIGES Y SERGIO MOYA

Su mirada es azul agosto, como el color de su literatura. Las páginas de sus libros, sábanas que ondean bajo el sol del Mediterrán­eo llenas de rostros de personajes captados al verano. Su pluma ha sido reconocida con el prestigios­o Premio Nadal, y el cine ha dado vida a dos de sus novelas: Tranvía a la Malvarrosa y Son de mar. Escribe contemplan­do la calle, siempre en busca del Edén. Estudió Derecho, Filosofía y Periodismo y fue al seminario, pero ejerce como escritor de alto voltaje, columnista de El País y galerista de arte, una de sus pasiones, junto a su mujer. Conoce lo que es crecer en Valencia, criar dos hijos y dar a luz a decenas de obras. Sobre la mesa, Lecturas con Dry Martini (Alfaguara), un nuevo compendio de artículos para beber a pequeños tragos. Porque Manuel Vicent tiene 82 años y toda la sabiduría por delante. Lecturas con Dry Martini... ¿Cómo se bebe eso? ¡También puede ser con un gin-tonic o un vermú! De hecho, son mis bebidas favoritas. Y es que a mí me gustaría que la lectura de este libro haga pensar, pero pensar con placer. Por eso, sería genial que, después de leerlo, la gente se duerma. ¿Que se duerma? Sí, en realidad, los libros se han escrito para ser un puente hacia el letargo. De hecho, se ha demostrado que la lectura está en la misma longitud de onda del sueño. Por eso, de niños nos contaban cuentos antes de dormir. Y por eso lo seguimos haciendo hoy. Lecturas con Dry Martini es una de esas obras para abrir y poder empezar por donde quieras. Yo la imaginé para estar encima de las mesillas de noche. ¿Y cuáles son las que duermen sobre la tuya? Hay varias. Esperando a ser leída está Breviario de saberes inútiles, de Simon Leys, que me ha recomendad­o un buen amigo, y en la que se dan cita personajes imaginario­s y reales tan diversos como don Quijote y el inspector Maigret, Confucio o Mao Zedong. A su lado está La montaña mágica, de Thomas Mann, la novela que acabo de terminar. Precisamen­te, la reencontré, olvidada sobre la mesilla desde el año pasado, con la señal de la página en la que la abandoné y a la que volví con sólo alargar la mano desde la cama. ¿Hay algún libro que duerma siempre a tu lado? Sí, jamás me alejo de los Ensayos de Michel de Montaigne. Ya ves que, más que leer, lo que hago es releer. ¿Has releído alguna vez a Manuel Vicent? Algunas veces. ¡Y te confieso que veo algunas cosas mías de antes y me horrorizo! (Risas). ¿A qué te refieres? A que la sensibilid­ad masculina ha cambiado. Hay cosas que hoy ya no decimos sobre lo femenino. Aunque también es posible que, ahora, en el terreno de la creativida­d, lo políticame­nte correcto sea un corsé demasiado rígido. Porque claro, a Mark Twain no se le podría leer, ni a Faulkner. Y a Nabokov, con Lolita, ni te cuento. Es evidente que hay una visión nueva, y también que los de mi edad somos irrecupera­bles.

Lo crees de verdad? ¡Es que a mí todavía me sale decir «qué guapa eres» a una mujer que me resulta agradable! Esto me hace recordar un día en que iba con una feminista muy radical caminando por la calle del Barquillo de Madrid. La acera era estrecha. Ella iba por la parte de dentro, donde había unos cubos de basura, y yo me cambié de sitio para que no sufriese el mal olor. Oye, ¡pues me echó los perros! Eran los años 80, y le dije lo mismo: «¡Es que a mí me sale ser así!». No. Yo no soy machista, no lo he sido nunca. De hecho, este libro aborda la revolución feminista a través de un artículo que se titula Ser mujer hoy. Dime, ¿qué crees que es ser mujer siempre?

Imagínate que somos mecanos. Pues bien, si tú coges a un hombre, lo desarmas y lo vuelves a armar, todo encaja.

Haces lo mismo con una mujer. La desarmas. La vueles a armar y, de repente, dices: «¡¿Y esta arandela que sobra?!». La pones. Y entonces, exclamas: «¿Y este cable?». Está claro que es más compleja que nosotros, y también más resistente. A pesar de que, desde el Neolítico, ha estado aplastada, ella ha venido al mundo para disfrutar. Por eso, le puede gustar mucho un hombre, pero si no la hace reír, el amor nunca llegará a ser profundo. Y luego, claro, es sacerdotis­a por naturaleza, porque es una médium.

Explícame esto, por favor. Todos hemos atravesado a una mujer para salir a este mundo. De hecho, las primeras diosas son maternidad­es. Por eso creo que los sacerdotes deberían ser mujeres, porque son un canal de verdad... Ahora, dicen que, si a un tío le pones un embrión fecundado en una vena, también puede parir. ¿En serio? ¡¿Dónde has leído eso?! (Risas). ¡Tú hazme caso a mí, que yo, de estas cosas, entiendo un huevo! (Largo silencio). ¿Sabías que, cuando coges una gota de agua en la mano, a la vez coges más átomos que estrellas hay en los miles de millones de galaxias? ¿O que entre el núcleo de cada átomo y los electrones hay tanta distancia como de aquí a El Escorial? ¿Y que una partícula radiactiva te atraviesa sin que la veas? De hecho, ahora mismo, tú y yo estamos agujereado­s por miles de millones de ellas. Y sí, al parecer, una vez que el embrión está fecundado, lo único que necesita es alimento, o sea, sangre.

Dicen que un libro es una criatura. Para ti, que también sabes tanto de esto, ¿qué diferencia hay entre parir un relato corto, como los que integran Lecturas con Dry Martini, y uno largo como Tranvía a la Malvarrosa?

En una novela te permites periodos sin interés, incluso aburridos. En los artículos, no. Son corredores de 100 metros lisos, no puedes perder un segundo. Cada palabra está en función de otra, en un ritmo aceleradís­imo.

Un artículo, entonces, es como la vida misma hoy en día.

Así es. Pero creo que lo que más cansa de una ciudad no es su ritmo frenético. Nuestra verdadera contaminac­ión no es el dióxido de carbono, es la cantidad de sueños rotos que respiramos. En suspensión, en el aire de cada día, hay una actualidad perenne que va más allá de la economía y los políticos. Que está en el sudor de la gente que trabaja, que vuelve a casa con todas sus ilusiones y sus frustracio­nes. Captar ese tipo de actualidad y convertirl­a en un artículo de 300 palabras es lo que yo trato de hacer cuando escribo. El final del libro es un compendio de relatos que muestran cómo ha ido saltando la historia, la sociedad, las costumbres, los placeres, de verano en verano. ¿Por qué no en otoño? Porque la palabra verano es un horizonte. Ha cambiado la literatura, el lenguaje, la manera de comer, de viajar, de entenderse... Ha evoluciona­do el modo de amar. La forma de estar en el mundo. Y es en verano cuando cambiamos de yo. Para hacerlo basta con cambiar de ropa. En realidad, veraneamos dentro de nuestra propia camiseta. Sólo con leer las frases que llevan cada agosto, podemos ver resumido cómo se ha transforma­do la vida. ¿Dónde está tu paraíso de sol? En Denia. Allí tengo una casa, en un lugar que todavía está preservado de la masificaci­ón. Allí es donde me voy desde principios del mes de junio hasta septiembre. Y es donde escribo.

La mujer es una sacerdotis­a por naturaleza; es una médium, un canal de verdad. Todos hemos atravesado el cuerpo de una para venir a este mundo. Es más compleja y más resistente que el hombre, a pesar de que la hemos aplastado desde la era neolítica

Tu escritura es una exaltación del placer. ¿Qué cosas pulsan hoy por hoy tu sentido del gozo? ¡Desayunar! Vivir es desayunar. El desayuno es un cruce de caminos. Está el del aroma del café, el del sabor agridulce del zumo de pomelo, el del tacto del papel de periódico entre las manos... Y el de la tostada hecha con un buen pan de León.

¡De León!

Sí. Además, me gusta ir cada mañana a comprarlo yo mismo. El otro día, me acompañó mi amigo El Roto y, como no quedaba de León, nos lo llevamos de Ávila. Estaba buenísimo... ¿Sabes? Los pequeños placeres son viajes, aunque no te levantes de la silla. Alargar la mano hacia una pequeña zanahoria cruda, que es de las cosas que más me gustan, ya es un viaje. Más aún si piensas qué le ha pasado antes de llegar a tu boca: cuando fue una semilla, cuando estuvo en las manos del agricultor y al lado de los bichos depredador­es que la han respetado. Si al camino que ella ha recorrido unes el que has transitado tú para llegar a este encuentro, ¡ya no te quiero ni contar!

Cuenta, cuenta...

Pues yo creo que es lo mismo encontrar una zanahoria que a la persona de tu vida. Cuando algo es para ti, es para ti. Oye, ¿tú crees que todo esto vale para la entrevista? ■

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