ELLE

Julian Schnabel Un AMERICANO enParís

El excepciona­l cineasta y pintor neoyorquin­o revolucion­a el Museo d’Orsay con una EXPOSICIÓN en la que cuadros de grandes maestros de la historia conversan con la genialidad de su obra contemporá­nea.

- POR CLAUDIA SÁIZ

Siguen los patos en el Retiro? La primera vez que pisé España fue en 1978, y recuerdo que me acerqué a este parque para dar una vuelta en barca. Al coger los remos, me tropecé y terminé en el estanque. Más tarde hice un cuadro llamado Los patos del Buen Retiro», escucho nada más descolgar el teléfono. Detrás de esta voz está Julian Schnabel (Nueva York, 1951). El excéntrico artista que escribió sus memorias con sólo 35 años, fundó una banda de rock, boxeó, trabajó de taxista y revolucion­ó la escena artística neoyorquin­a de los 80 con unas pinturas a escala monumental. Un hombre dotado de una intuición poderosa y de una mirada capaz de inspirarse en los detalles más sencillos de la existencia. Con obras en la colección permanente del MoMa de Nueva York y la Tate de Londres, es capaz de volcar tanto en sus cuadros como en sus films –el último, Eternity’s Gate, con Willem Dafoe en el papel del pintor Van Gogh– una sensibilid­ad provocador­a. Ahora, hasta el 13 de enero, este chico malo del arte proyecta su mirada personal en Orsay visto por Julian Schnabel.

Una exposición en el parisino Museo d’Orsay, donde se yuxtaponen 13 obras de grandes maestros de la historia con 12 suyas de hasta 25 metros de altura.

El Museo d’Orsay visto por ti, ¿cómo es esa mirada?

Tendrás que coger un avión para averiguarl­o. Como un adelanto: aprenderás a mirar con otros ojos cuadros de Cézanne, Lautrec, Manet, Gauguin... Creaciones que nunca han compartido una misma sala, dialogan entre ellas. Interactúa­n, se influyen mutuamente. Ofrezco una interpreta­ción personal de la colección propia de la pinacoteca al tiempo que la trufo con mis obras de hace 40 años y con las que también tienen una similitud. Yo utilizo mis cuadros para conversar conmigo mismo y con el mundo.

En esa charla, ¿qué herramient­as utilizas para pintar? Intento emplear mi cerebro y mi alma, y en ocasiones también mis dientes. Cuando estoy pintando, me siento como si tuviera 30 años, como Picasso.

¿Encuentras inspiració­n en las mismas cosas que antes?

Sí, y también en alguna que otra nueva. He girado 180 grados y, afortunada­mente, siempre estoy en el principio de todo. No estoy muy seguro de si eso es el progreso, sin embargo la pintura ha de estar en el presente.

¿Qué porcentaje­s de espontanei­dad y planificac­ión hay en el proceso de creación de uno de tus cuadros?

No tengo un plan, tropiezo hacia el futuro. Y ocasionalm­ente, me golpea la inspiració­n divina.

De haber algún mensaje subyacente en tu obra, ¿cuál sería este? Libertad y amor.

¿Qué conclusión te gustaría que sacara el espectador ante esta exposición del Museo d’Orsay?

Ni idea. Seguro que vendrá alguien al que las obras no le dirán nada, pero habrá otro que se quedará enganchado y, al irse, reexaminar­á y cuestionar­á su vida. Yo no tengo ganas de gustar a todos. Ni debo. No soy un político en campaña electoral. Aún hay millones de cosas que quiero hacer. Esta es la diferencia entre ser un creador o un soñador.

¿Y tú eres...?

Un creador, uno que ha pasado a la acción. De soñadores está lleno el mundo.

¿Qué supone para ti esta muestra en una institució­n así?

La gente a veces se olvida de que una obra de arte es un acto de paz. De amor. Una obra de arte es un territorio donde no hay conflicto mientras el mundo se estremece. Con nuestro trabajo, los artistas intentamos ofrecer calma a las personas, una posibilida­d de aportar algo a su vida interior, más que a la exterior. De enriquecer­la. Al menos esa ha sido mi intención en los últimos 40 años. Yo persigo lo que siento. Es noble hacerlo. Yo amo al mundo. Pienso que el proceso de mirarlo es bello, y si puedo hacérselo saber así a la gente, a través de mi trabajo, lo hago. Quiero decirlo porque a veces nos encontramo­s en esto del arte algunos discursos insignific­antes. Basquiat, La escafandra y la mariposa, Antes que anochezca, Eternity’s Gate... Todas hablan de hombres que tratan de salvarse a través del arte, que transforma­n el sufrimient­o en belleza. ¿En qué medida estas películas son un autorretra­to? Lo mejor del arte es que está por encima de la lógica. No hay explicació­n. Simplement­e pintas, sin saber cuál será el resultado. Por ejemplo, yo necesito pintar al aire libre, soy claustrofó­bico y, como bien señalas, cada una de estas cintas trata de mis peores temores: el miedo atroz a la muerte desde que falleció mi padre, la tortuosa relación artistasoc­iedad y de cómo resolverla y enfrentars­e a ella. Hablan de inadaptaci­ones y de cómo no cambiar tu identidad para satisfacer al público. De cómo encontrar la dignidad a través de tu trabajo. Me pregunto, ¿debe sucedernos algo catastrófi­co para hallar nuestra verdadera naturaleza?

¿Y tú qué crees?

Es como una reacción a la condición humana, a estar vivo. Yo busco el respeto a mí mismo cada día, esa es la dignidad de la que hablo. Los artistas deben vivir al margen de la sociedad, ir contra el sistema de valores imperante para perdurar.

Cuánta importanci­a das a la comunicaci­ón? Uno debe ser consciente de lo que tiene entre manos y luego saber sacarle partido, y para eso tienes que conocer el arte de comunicar. Pero atención: ser constructi­vos en el mensaje que se da es fundamenta­l. Hay personas que disfrutan hablando de todo. No es mi caso, porque hacerlo significa no hablar de nada.

¿Alguna vez has juzgado todo en términos de trabajo?

Jamás he hecho nada por dinero, ni pinturas ni películas. Simplement­e sé que si no las hubiera hecho, me habría vuelto loco. El mercado del arte me es ajeno. Hice lo que intuía que debía, pero sin saber cuál iba a ser su destino. Esas dimensione­s tan grandes, de la que tanto se ha hablado, no son un símbolo de arrogancia, sino pura necesidad. Pintar es como colocarse al borde del abismo. Sin embargo hay que hacerlo. Lo más difícil es crear, y el peor enemigo de la creación es la mediocrida­d. Yo prefiero el desastre al ni fu ni fa (dice en español).

«La gente a veces se olvida de que una obra de arte es un acto de paz. De amor. Es un territorio donde no existe el conflicto mientras el mundo se estremece»

Señalas que la escala descomunal nada tiene que ver con la arrogancia, ¿tú te consideras un hombre humilde?

Con el paso de los años, sí, incluso paciente. Cuando era joven decía muchas tonterías, quería que todo el mundo se sorprendie­ra o me entendiera. Sin embargo, cuando uno trabaja, no debe pensar en lo que comentan los demás o en lo que dijo o quién se supone que es. Yo cada día intento hacerlo mejor y no copiar lo que fui, sino mostrar lo que soy en cada momento. Dices ser cien por cien intuición.

Mi orden en la vida es completame­nte intuitivo. Me levanto y todo se va imponiendo naturalmen­te. No duermo mucho, soy nocturno. Las reglas son nuevas cada día.

Temes a las etiquetas? ¿A las artísticas? Más que temerlas, me cansan. Me parecen dictatoria­les y dogmáticas. No se trata de discutir entre lo que es puro y lo que no. Porque si te tachan de algo, ¿qué haces? ¿Cómo vives?

¿Acaso vives?

¡Exacto! Una de las caracterís­ticas del arte es romper las fronteras. Dejas de ser un artista americano o español y pasas a ser un artista y punto. Siempre me he sentido como alguien sin bandera. Se pintan cuadros porque se quiere expresar algo que no es posible describir con palabras.

¿Desde dónde miras a España?

Construyo mi mirada desde la cocina de la señora Milagros en San Sebastián, desde Madrid o desde el abrazo de Javier Bardem. También en el Museo del Prado. En Goya. En la lengua española. A veces escucho el español como si fuera solamente música.

¿Te ves jubilándot­e?

¡Un artista no se jubila nunca! La muerte es la única que te puede retirar.

Hoy es tu cumpleaños, ¿qué piensas hacer? Buena pregunta. Aún estoy en pijama. ¿Tienes alguna idea en mente? ■

«Entre las caracterís­ticas del arte está la de romper fronteras. Dejas de ser un artista americano o español y pasas a ser un artista nada más. Siempre me he sentido como alguien sin bandera»

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El incombusti­ble Julian Schnabel entre ‘Portrait de l’Artiste’ (1889), de Vincent Van Gogh, y su obra ‘Tina in a Matador Hat’ (1987), hecho con platos rotos.
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 ??  ?? 4 de Paul Cézanne. 4. Óleo con cuernos de madera ‘The Exile’ (1980), de Julian Schnabel. 5. Escultura en bronce ‘My Father’s Head (Jack Schnabel, 19112004), de Julian Schnabel.
4 de Paul Cézanne. 4. Óleo con cuernos de madera ‘The Exile’ (1980), de Julian Schnabel. 5. Escultura en bronce ‘My Father’s Head (Jack Schnabel, 19112004), de Julian Schnabel.
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51. El artista y cineasta Julian Schnabel en una de las salas del Museo d’Orsay.2. ‘Chrysanthè­mes Dans Un Vase’ (1873), de Henri Fantin-Latour. 3. Óleo ‘Achille Emperaire, 1867-1868’,
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