MARÍA DUEÑAS
Estas son las vivencias de la escritora.
HHa vuelto a suceder este otoño: el vestuario elegido por Melania Trump para su reciente visita a África ha levantado protestas en aluvión. Tras ser duramente criticada con anterioridad por subirse al Air Force One para visitar los destrozos del huracán Harvey en Texas con su larga melena al viento y stilettos de 12 centímetros, de nuevo ha surgido el clamor. Se trataba de su primer solo travel –como suelen decir los americanos–, y el recorrido la llevaría por cuatro países distintos con la inocente misión de acudir a colegios, orfanatos y hospitales, respaldar causas benéficas y dar el biberón a crías de elefante. Su controvertida elección de outfits, sin embargo, la ha puesto en el punto de mira de las redes sociales como si fuera una hermosa gacela en el más feroz de los safaris.
Aunque no hay duda de que con todos ellos resultaba atractiva, sus peculiares estilismos a lo Memorias de África han desatado reproches desde los frentes más variados. Zapatos en animal print –de los de taconazo y con estampado de leopardo de Manolo Blahnik a unos mocasines de Zara imitación a piel de serpiente–, prendas en tonos caqui, saharianas con amplios bolsillos, pantalones color arena, botas de cuero... Y, lo más chocante, un impoluto salacot blanco: el tipo de sombrero usado por los militares y exploradores europeos durante sus estancias en la India y las colonias africanas en tiempos de arbitrarios dominios imperiales. Probablemente ella lo desconociera, pero no se trata de un accesorio inocuo y favorecedor, sino de un icono del más rancio colonialismo. Sin duda jamás pensó en presentarse públicamente con una imagen supremacista a través de su elección de vestuario, todo fue una involuntaria torpeza por su parte y la de sus asesores. Sin embargo, perpetuando esa imagen del mundo blanco adentrándose en lo más profundo de la esencia africana con estudiados estilismos ad hoc, se le reprochó no haber mostrado una sensibilidad más acertada. Y de ahí al apedreamiento público vía Twitter y compañía, todo fue un pestañeo. La pregunta que me surge es: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a machacar a alguien por un error estético? Ropa, pelo, postura, maquillaje... La inmediatez de las redes sociales y los nuevos formatos de los medios de comunicación nos permiten estar al tanto de casi todo, de una manera instantánea, y opinar al respecto. Y si cualquier humano es sujeto de escrutinio, las mujeres que ostentan puestos de relevancia pública son vigiladas con exigentes lupas que van mucho más allá.
Sin llegar a estar siempre en el ojo del huracán como Melania, Meghan Markle, la reina Letizia y tantas otras, los desaciertos son el pan nuestro de cada día. ¿Quién no ha sentido alguna vez la sensación de haber metido la pata hasta el fondo? ¿Quién no ha tenido la impresión de estar absolutamente fuera de lugar? Por aparecer más sofisticada de lo necesario en un evento informal, por ir de camiseta y con vaqueros a algún sitio donde todo el mundo acude arreglado con exquisitez. Por enseñar más piel de la cuenta en según qué circunstancias. Por un asesoramiento desacertado o por dejarnos llevar. Por confundir equivocadamente lo profesional y lo privado. Por usar algo desfavorecedor, mal coordinado o inapropiado para nuestra edad.
Más allá de modas y tendencias, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Por exceso o por defecto, por desconocimiento, por despiste o por falta de tiempo. O por ignorancia social e histórica, como Melania Trump. Todas –todos– hemos errado más de una vez. ¿Cómo lo resolvemos? Difícil pregunta. Supongo que reconociendo los fallos de una manera honesta, pero sin explicaciones innecesarias, con una pizca de gracia y naturalidad.