Estas son las vivencias de la escritora.
HHace 150 años, la entonces desconocida escritora Louisa May Alcott envió el manuscrito de Mujercitas a una editorial de Boston. Ni por lo más remoto imaginaba la inacabable atención que aquella obra acabaría generando. Traducciones a más de cincuenta lenguas, cuatro películas, casi una docena de adaptaciones televisivas, varias obras de teatro y musicales de Broadway, una ópera, montones de trabajos académicos y un número incontable de ediciones impresas en todos los formatos posibles. Y sigue sumando. El año pasado, la BBC estrenó una miniserie que convirtió a Maya Ray ThurmanHawke en la actriz del momento. Para 2019 se prepara otra versión cinematográfica, protagonizada, entre otros, por Emma Watson, Meryl Streep y Laura Dern. En un ámbito más doméstico, esta Navidad la Cadena SER transmitirá una adaptación radiofónica para cuya adaptación han confiado generosamente en mí. La espléndida Belén Rueda será la narradora y en el elenco contaremos con jóvenes actores como Maggie Civantos, Macarena García y Martiño Rivas mano a mano con veteranos de lujo, como Adriana Ozores, Pepe Viyuela y el imponente Josep María Pou, todos ellos dirigidos por Mona León Siminiani, que es una absoluta crack.
Sumergirme de nuevo en esta novela que tanto me sedujo en mi juventud ha supuesto todo un redescubrimiento y un grato desafío. Y me ha dado que pensar. Salvando mil avances obvios y cuantificables, ¿cuánto hemos cambiado las mujeres en el último siglo y medio? ¿Cuánto nos hemos distanciado de las actitudes vitales de aquellas hermanas de Massachusetts, cómo afrontamos la vida cuando nuestros objetivos nunca acaban de llegar? La primera parte de la novela –escrita espontáneamente y sin presiones– nos habla de cuatro jóvenes con personalidades y ambiciones tan dispares como bien definidas. Meg se nos presenta como la futura perfecta ama de casa. Jo es independiente y temperamental, ajena a formalismos y con vocación de escritora. En Beth fluye un espíritu frágil, bondadoso y carente de aspiraciones, mientras que Amy, la más hermosa y fría, anhela ser una pintora afamada. La segunda parte de la obra, que originalmente se publicó a modo de secuela tras el éxito de la primera, nos arrastra a lo largo de los años venideros y nos deja ver qué fue de cada cuál: cómo progresaron y cuántos sueños dejaron por el camino. Y, pese a que la historia concluye con un aparente happy end, lo cierto es que las renuncias de todas fueron cuanto menos significativas. Meg, que se veía en una mansión rodeada de caprichos, con un esposo rico y montones de criados, llega a la madurez agobiada por la presión de sacar adelante un hogar humilde, dos niños tormentosos y un marido que huye de las tareas domésticas. Beth muere a una edad temprana. Amy claudica en su proyecto de convertirse en artista y, aunque la fortuna la lleva a casarse con el adorable Laurie, el nacimiento de una hija enferma la sume en la desesperanza. Y Jo, la icónica Jo, la favorita de la mayoría de las lectoras y un referente reconocido por mujeres de la talla de Simone de Beauvoir, Margaret Atwood y Hillary Clinton, termina contrayendo matrimonio con un profesor maduro y paternalista, abandona por completo su carrera literaria y se convierte en la sacrificada propietaria de una escuelita rural.
Mujercitas está llena de ambigüedades y múltiples interpretaciones. ¿Es una novela feminista? ¿Conformista? ¿Moralizante? Tengo dudas, sinceramente. Pero, ahora que me he separado de las voces de sus personajes, siento una especie de vacío. Con sus contradicciones por un lado y su integridad por otro, las hermanas March merecen siempre una relectura. ¿Qué tal hacerlo antes de que acabe el año?