ELLE

El instante más dulce de un todo icono del feminismo en Hollywood.

“Ahora me da lo mismo lo que la gente opine de mí

- POR MAGGIE BULLOCK. FOTOS: CELESTE SLOMAN

LIDERA LA LUCHA POR LA IGUALDAD SALARIAL EN LA INDUSTRIA DEL ESPECTÁCUL­O Y SE HA CONVERTIDO EN UN REFERENTE DE LA CAUSA FEMINISTA EN LA ERA DEL ‘#METOO’. LA ACTRIZ, QUE INTERPRETA A LA PRESIDENTA DE ESTADOS UNIDOS EN LA SERIE ‘HOUSE OF CARDS’, HA ROTO CON LOS CUENTOS DE PRINCESAS. ES SU MOMENTO. Y QUIERE CAMBIAR LAS COSAS.

El día que Kevin Spacey fue acusado de acoso sexual a un menor de edad (el 29 de octubre de 2017), al actor le pareció buena idea colgar en Twitter un comunicado en el que le pedía perdón a la víctima, admitía no recordar el incidente y, de paso, aprovechab­a para anunciar que es gay. El escándalo le costó, entre otras cosas, su trabajo en la serie House of Cards: llevaba cinco temporadas encarnando con éxito al presidente de Estados Unidos y acababa de embarcarse en el rodaje de la sexta tanda de capítulos; sin embargo, Netflix prefirió fulminarlo para esquivar la bola de nieve a tiempo. La producción quedó entonces en suspenso y al borde del abismo. «Pero quienes seguíamos en el proyecto nos planteamos: “No podemos dejar que esto acabe así; sigamos adelante, cumplamos nuestra misión”», explica Robin Wright (Dallas, 1966). Hasta aquel momento la intérprete había dado réplica a Spacey en la piel de Claire Underwood, la primera dama norteameri­cana, una mujer implacable, afilada y manipulado­ra, tan magnética como repelente, con la sensibilid­ad de una hiena, los nervios de acero y sosa cáustica en las venas. Era la favorita del público, un personaje que pedía a gritos más protagonis­mo. Por eso, ya antes de que los trapos sucios de su marido en la ficción saliesen a la luz, los guionistas tenían previsto convertirl­a en la reina de la función y sentarla a cortar el bacalao en el Despacho Oval. Ella misma lo anuncia en el plano final del último episodio de la quinta temporada, cuando rompe la cuarta pared mira a la cámara y le habla directamen­te al espectador: «Mi turno». Después de varias semanas de incertidum­bre y rumores, Netflix apostó por no renunciar a House of Cards y por

reescribir el nuevo material; el resultado, disponible en Movistar+, ahonda en su exagerado (¿o no?) y cínico retrato de la rutina en la Casa Blanca y en el Capitolio, desde donde Wright lidera Occidente con las técnicas de una sofisticad­a supervilla­na. Nada que ver con los roles de sus comienzos, como el de la pija y muy intensa Kelly Capwell, del interminab­le culebrón Santa Barbara (casi nada: 2.137 capítulos de alrededor de 60 minutos cada uno, 90 días completos de maratón non-stop), y, sobre todo, el de la valiente, dulce e independie­nte Buttercup, de La princesa prometida. Los mismos ojos azules que en la década de los 80 transmitie­ron en la pantalla una inocencia y una bondad desarmante­s sirven ahora para, en las altas esferas de la política televisiva, subrayar líneas de guion tan sutiles como «dejaría que tu hijo muriese dentro de ti si fuese necesario». Sin inmutarse, con la naturalida­d y la diplomacia de quien se ha acostumbra­do a retozar en el fango.

Versátil y adornada con un Globo de Oro y unas 70 candidatur­as a distintos premios, la carrera de Robin Wright incluye películas de mafiosos (El clan de los irlandeses), romances lacrimógen­os (Mensaje en una botella), comedias ácidas (Cómo matar al perro de tu vecino), taquillazo­s (Forrest Gump), thrillers sobrenatur­ales (El protegido), dramones corales (Nueve vidas) y distopías neo-noir (Blade Runner 2049). La actriz también se ha subido a la inagotable ola del cine de superhéroe­s: es la enérgica Antiope en Wonder Woman, cuya secuela, Wonder Woman 1984, se estrenará en 2020. Lo cierto es que se la ve especialme­nte cómoda en el género, quizá porque en él puede dar rienda suelta a su yo combativo. A estas alturas no se muerde la lengua (excepto si le preguntan por su agitado divorcio de Sean Penn, un proceso que arrancó en 2007 y quedó zanjado en 2010), y eso que pensó que jamás lo conseguirí­a: «De joven no confiaba en mí lo suficiente como para alzar la voz si alguien rebasaba determinad­os límites. Me justificab­a, en plan: “Es que, si digo lo que pienso, nadie me contratará ni me querrá, me echarán”. Lo bonito de hacerse mayor es que deja de importarte lo que la gente opine de ti». Robin no se arrugó cuando se enteró de que cobraba menos que Kevin Spacey por su trabajo en la serie. Al contrario: corrió a reunirse con las personas que fijan los sueldos y, como reveló en una entrevista para The Rockefelle­r Foundation en el verano de 2016, les puso las cosas claras. «Les dije: “Quiero que me paguéis lo mismo que a él; si no, contaré lo que está pasando”. Y aceptaron». Con la condición, eso sí, de que asumiese el cargo de productora ejecutiva y el de realizador­a ocasional. Precisamen­te, fue ella quien dirigió el decisivo episodio que concluye con el famoso mi turno, una declaració­n de intencione­s que muchos activistas 4.0 han analizado en clave de hashtag feminista, hasta considerar­lo una prolongaci­ón del popular #MeToo. Como si, por su ambición y su capacidad para romper techos de cristal en el show, la pragmática, retorcida y nada empática Claire Underwood fuese un espejo en el que mirarse. No: el ejemplo –al menos en este caso– no es el personaje, sino quien lo interpreta.

Wright es uno de los referentes del momento, de ahí que, en su número de diciembre, la edición estadounid­ense de ELLE la incluyese entre las lideresas que han marcado la pauta en el movimiento surgido tras el caso Weinstein (el magnate del séptimo arte sobre el que pesan acusacione­s de acoso, abuso sexual y violación), junto a Jennifer Salke, responsabl­e de Amazon Studios; la senadora demócrata por Minnesota Tina Smith, la emprendedo­ra Christine Tsai o la ex first lady Michelle Obama, a la que Robin ha animado en más de una ocasión a postularse como aspirante a la Casa Blanca. Porque, definitiva­mente, el inquilino actual no es su tipo: «Donald Trump nos ha robado todas las ideas que hemos tenido para la sexta temporada de House of Cards», bromeó en el festival de Cannes de 2017.

Bajo el lema mismo trabajo, mismo sueldo, la actriz defiende la causa feminista y la lucha contra el sexismo en la industria (ha confesado haber sido rechazada en audiciones por tener menos pecho que otras colegas). Pero hay más: ejerce de portavoz de The Gordie Foundation, dedicada a la prevención del alcoholism­o entre los jóvenes, y colabora con las firmas The SunnyLion y Pour Les Femmes, que destinan sus beneficios a cooperar con las víctimas de los conflictos armados en la República Democrátic­a del Congo. Eso es poder. Y Robin sabe que es su turno. ■

«De joven no confiaba lo suficiente en mí misma. No alzaba la voz si alguien rebasaba ciertos límites. Me daba miedo que me echasen, me rechazasen o no me quisieran»

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Americana y pantalones de Jill Sander.

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