ELLE

JOHN BANVILLE El escritor nos habla de su nueva obra.

Viajamos hasta Dublín para conocer lo nuevo del gran maestro de la NOVELA negra y de la literatura con mayúsculas. Así es lo mejor de John Banville y su ‘alter ego’, Benjamin Black. Para quitarse el sombrero.

- POR GEMA VEIGA. FOTOS: XIMENA GARRIGUES

Las gaviotas planean sobre el corazón de Dublín, la capital de la isla que inspira cada una de las novelas de John Banville (Wexford, Irlanda, 1945). El autor de El mar es uno de los mejores escritores de la actualidad y de esos hombres que todavía llevan sombrero. Tan elegante como su prosa, el Príncipe de Asturias de las Letras saca al mercado editorial Los lobos de Praga (Alfaguara), lo último de Benjamin Black, el alter ego con el que firma sus obras de ficción criminal, esas que lo han consagrado como uno de los dioses del olimpo de la novela negra. Esta vez el autor irlandés nos regala un fascinante retrato de la ciudad checa, en una época de alquimista­s, castillos y capas de terciopelo salpicadas de nieve. La esencia poética en estado puro del mejor Banville y el mejor Black. Así es la mirada de uno de los últimos maestros de la literatura y de la vida.

¿Cómo convives con tus dos egos literarios?

Nunca puedo escribir con los dos a la vez. Son totalmente diferentes. Black crea muy rápido, en ordenador, está enfocado en los personajes, los acontecimi­entos y los diálogos. A Banville no le interesa nada de eso; escribe despacio, a mano, con pluma, en libros que le hace su encuaderna­dor. Banville, aunque cuente una historia, es poesía. Y Black, prosa.

¿De qué manera nació esta última novela negra?

Es interesant­e porque nunca recuerdo de dónde surgen los libros. Y, sin embargo, en el caso de este sí. Iba caminando con mi perro por el campo, cerca de donde vivo, y, de repente, me vino el nombre de Christian Stern, su protagonis­ta, un alquimista erudito y ambicioso. Al volver a casa de aquel paseo ya había inventado la trama al completo. Los libros de John Banville se activan en mí de una manera radicalmen­te opuesta: no hay personajes, no hay historia, no hay nada. Todo empieza con una sensación de tensión, como de presión en la cabeza. Un amigo mío que es compositor lo describe muy bien: «En el momento en el que noto ese grito en mi mente, tengo que escribir». Yo también percibo esa especie de grito. Algo que no viene de fuera, sino de algún lugar de mi interior. En realidad yo no soy consciente de ello. Como mínimo dos veces a la semana miro a mi alrededor cuando estoy sentado en mi escritorio y digo: «¿Qué hago aquí contando estas historias increíbles?». De hecho, este libro está lleno de materias arcanas, artes alquímicas, hermetismo, cábala...

Sí. Transcurre en Praga en el amargo invierno de 1599. Las ciencias todavía no se habían inventado. Aún no se había dado esa escisión entre filosofía y ciencia. Los científico­s se llamaban a sí mismos filósofos naturales. Eran más humildes, no creían tener la certeza de las cosas. En cambio, los de hoy hablan de hechos, pero el hecho científico es sólo un hecho hasta la semana que viene, hasta que se demuestra lo contrario.

Te interesa esa parte esotérica? Me interesa mucho. Escribí libros sobre dos astrónomos, Copérnico y Johannes Kepler. Y siempre he querido hacer una obra sobre un físico del siglo XX... Al final nunca la hago. La física del siglo pasado custodia algunas de las ideas más hermosas. Einstein dijo: «Si hay tres posibles soluciones a un problema, elige la más hermosa y será la correcta». Existe abundante poesía en la física moderna.

Dime: ¿dónde habita la magia?

En lo ordinario. Pienso que lo totalmente ordinario resulta mucho más mágico que cualquier cosa que podamos soñar. Por eso, con un libro como Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y su realismo mágico ya sería suficiente.

Uno de tus nuevos personajes insiste en que, con el paso del tiempo, los placeres de la mesa son más interesant­es que los de la cama. ¿Estás de acuerdo con él?

Sí. Me gusta el placer de la conversaci­ón, el placer del intercambi­o de ideas, el placer de estar vivo. Muchas veces el sexo es una manera de escapar de la vida. Los franceses llaman al orgasmo la pequeña muerte, pero yo no quiero una muerte pequeña, quiero una vida grande. ¿Sabes

cuál era uno de mis mayores problemas cuando era joven?

Cuéntame, por favor.

Pues que no quería irme a la cama con una mujer, sino que deseaba cuidarla; de lo contrario, sólo es algo mecánico, como un trabajo de fontanería. Un poeta inglés famoso también describía el orgasmo como un estornudo. Es decir, el resto es muchísimo más interesant­e. A mis 73 años las mujeres me siguen pareciendo fascinante­s. Vienen de otro lugar. Puedes haber estado viviendo con una durante 40 años y, de repente, un día te dice algo y piensas: «No conozco para nada a esta persona». Eso es maravillos­o. Te permite rehacer la relación desde cero. Imagino que las mujeres tenéis la misma impresión de los hombres. O eso espero... (Risas).

Tienes el Premio Franz Kafka, para muchos la antesala del Nobel, y también el prestigios­o Príncipe de Asturias...

Sí, y en España soy mucho más famoso que aquí.

¿Cómo nos ves desde esta isla?

Decidí descubrir España a los 18 años de edad, precisamen­te en un viaje a otra ínsula: Ibiza. Todo era oscuro y amenazador. Había una dictadura, eso sí se veía de una manera muy clara. Ahora, cada vez que voy me paseo por la Gran Vía de Madrid. Observo a la gente sentada en las terrazas bebiéndose su copita de vino, hablando libremente. Es maravillos­o. Los tiranos siempre acaban destruidos, más pronto o más tarde.

¿Eso crees?

Sí. Tengo la impresión de que, cuando alguien se convierte en un tirano, como Donald Trump, deberían mandarle una foto muy grande de Mussolini y su compañera colgados cabeza abajo de una gasolinera en Milán.

«Dependo de las mujeres, cuento con ellas: creo que serán quienes acaben con el auge del populismo y el fascismo en Europa y América»

¿Qué importanci­a le das al papel de la mujer en los cambios necesarios para un mundo mejor?

Yo en realidad no veo diferencia­s entre hombres y mujeres. Pero, ahora que las mujeres han recuperado su voz y se han levantado contra el abuso que han sufrido desde que salimos de las cuevas, creo que serán ellas las que le pongan el punto final a lo que no funciona. Al ascenso del populismo y el fascismo, que vuelven a Europa y a América. O sea que dependo de las mujeres, cuento con las mujeres.

Con frecuencia oímos que los artistas también contribuye­n a iluminar la oscuridad. Eres un crítico literario de prestigio. Como lector, ¿a qué escritores admiras? Nunca hablo de autores de ningún lugar, porque, si menciono a uno, no estoy mencionand­o a los demás, y siempre acabas metiéndote en líos. Pero, a mi modo de ver, la

ficción en España es muy sólida. Cuando yo empecé a publicar, en la década de los 70, nadie estaba interesado en ella; luego, en los años 80, se convirtió en algo sexy y atractivo. Ahora vuelve a estar a la baja.

¿Así lo percibes de verdad?

Sí. Aunque no es la ficción, es el interés del público por la ficción. ¡La gente lee la prensa y es tan buena como una novela! ¿Qué escritor podría haberse inventado a Donald Trump? ¿Qué escritor podría haber imaginado el ascenso de la extrema derecha en Europa? Ahora todo el mundo es escritor. De esto tienen culpa las redes sociales, Steve Jobs. Han destruido mi mundo (risas y silencio). Fíjate, antes no te he mencionado a ningún autor que me guste, pero sí te voy a reconocer una cosa que tenéis en España: un periodismo cultural que es fantástico todavía. Y eso es muy importante, así que hay que conservarl­o como sea. Siempre me sorprende el talento que existe en vuestras preguntas. Por favor, ponlo en la entrevista. ¡Y no es que esté haciéndote la pelota, no lo digo por eso! (Sonríe). ¿Sabes otra de las cosas que me encantan de España?

¿Cuál?

Ir a los bares de vinos y tapas. Recienteme­nte me enamoré. Justo de una de vuestras ciudades con mejores pinchos: San Sebastián. Estaba en el Hotel de Londres. La habitación tenía vistas de la playa de la Concha. De la bahía. Debido a la marea peculiar que hay allí, las olas van todas de golpe. Era como sentir de cerca un animal dormido. Con ese ruido: ¡shhhhuuuu, shhhhuuuu! Recuerdo pasar horas allí tumbado, concentrad­o en el sonido del mar. Es en esos momentos cuando pienso: «No quiero morir». Y, si lo hago, ¡que sea en el Hotel de Londres!

Mejor vuelve para sentirte vivo! (Risas). De hecho, te adelanto en primicia que la trama del próximo libro de Benjamin Black en buena parte transcurri­rá en San Sebastián. Y te diré por qué: porque yo siempre he querido escribir una novela de asesinatos sin asesinato. En mi novela En busca de April hay una mujer que se llama April. Y desaparece. Damos por sentado que la han matado, pero nunca nadie halla su cadáver. Así que mi plan es escribir otro libro en el que alguien viaje hasta San Sebastián y se la encuentre allí. Con lo que, si te das cuenta, en realidad no está muerta. De esta manera, de forma retrospect­iva, el libro previo se convertirá en una novela de asesinatos sin asesinato.

Me gusta el placer de la conversaci­ón, del intercambi­o de ideas, de estar vivo. Muchas veces el sexo es una manera de escapar de la vida. Los franceses llaman al orgasmo la pequeña muerte, pero yo no quiero una muerte pequeña, sino una vida grande

¿Se puede saber cuándo lo escribirás?

Este verano, la estación más aburrida que uno puede imaginar. La verdad es que escribo las novelas de Benjamin Black para evadirme de esos tres meses...

¿Por qué crees que todavía no te han dado el Nobel?

¡No tengo ni idea! ■

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