TAMARA FALCÓ La ‘socialite’ se reinventa.
Natural, ocurrente y aguda, la SOCIALITE más querida por los focos nos descubre su faceta íntima y habla de la experiencia de diseñar para su nueva firma de moda.
Ya quisiera ser como mi madre. Es una mujer fuerte, con un sentido de la estética muy desarrollado. Aspirar a ello me ha vuelto más exigente
Antes de que le pusieran la etiqueta oficial de personaje público, Tamara Falcó (Madrid, 1981) quería ser trapecista. «Tanto es así que mi madre, muy amiga de la dueña del Gran Circo Mundial, logró que me hicieran un precioso maillot bordado igual que el de los artistas», dice quien, a sus 37 años y con la destreza de una funambulista, se mueve entre un mundo lleno de glamour y el terreno de la espiritualidad con una naturalidad desbordante. Precisamente, de Isabel Preysler ha heredado la perspicacia y la sensibilidad estética. De su padre, el marqués de Griñón, la alegría y el carácter disfrutón. Con un don para transmitir felicidad y optimismo allí por donde pasa, la socialite se ha embarcado en un nuevo proyecto: la creación de su propia firma de moda, TFP by Tamara Falcó, con la que le aporta un soplo de aire fresco al armario femenino. El estilo para ti es...
Inteligencia. Ser estiloso significa aceptarse a uno mismo. Y no hablo del físico, sino de ser consciente de qué sitio ocupas en la sociedad, cuál es tu trabajo o qué haces con tu tiempo libre. Para mí es la carta de presentación ante el mundo, y hay que ser inteligente para saber presentarse.
¿Y la elegancia?
Saber escoger. Lo contrario es la mala educación. ¿Fashion victim o a tu aire?
A veces..., ¡víctima total! Pero de todo se aprende.
¿De dónde viene tu interés por la moda?
Empezó en la tienda Dafnis, con María Rosa Salvador. Yo era muy pequeña y me metía en el taller con todas las costureras. De hecho, quería que una de ellas fuera mi niñera. Recuerdo que confeccionaban vestidos para mis Barbies; luego, en casa, yo diseñaba otros, se los hacía llegar y me los devolvían con comentarios. El siguiente paso fue el juego Diseña la moda. Más tarde, tuve una adolescencia marcada por el uniforme de época: pantalones de Levi’s, sudadera de Benetton y las Reebok blancas de bota alta.
¿Qué hizo que te lanzaras con TFP by Tamara Falcó?
Quería ayudar a la mujer a no desesperarse cuando abriese su armario (risas). Echaba de menos, entre tanto look andrógino, una propuesta más femenina, que recuperara el gusto por las técnicas y el saber hacer de la costura con un toque más relajado. Clásicos funcionales. Que estemos guapas, no raras. Antes me decantaba más por las tendencias, pero he aprendido mucho de mi madre, que es una perfeccionista. Es fiel a su estilo y escoge lo que mejor le queda.
¿Tienes algún ritual a la hora de diseñar?
Por un lado, contar con la naturaleza como una motivación constante. Volver a los bosques y abrazar los árboles, como propone Pepe Imaz, el entrenador de tenis que inspira a Djokovic. Y, por otro, crear sobre el maniquí y en un sitio privado y pequeño, como el estudio de Antonio Ramos, un patronista excelente que trabajó con Lorenzo Caprile. Aun así, me queda mucho, mucho que demostrar.
¿Para crecer hace falta equivocarse?
Me estoy dando cuenta de que sí. Si no, es imposible. Hacerlo y percatarse de ello supone tal dosis de humildad, que no estamos acostumbrados. No permanecer fijo en una convicción es enriquecedor, te da fuerzas.
¿Cuál es el mejor consejo que te han dado hasta la fecha?
Mantén el equilibrio. Fundamental.
¿Cómo lo consigues?
Tiempo. Esa es la clave. Quiero dar y recibir tiempo. Es el bien más preciado. Quiero segundos, minutos y horas porque son lo más importante que tenemos y lo más bonito que podemos entregar. Si andas acelerada, mal encaminada vas.
¿No te molesta estar en el ojo del huracán?
Tengo una vida privada que es mía y que comparto con muy poca gente. Y el resto no me incomoda. Un domingo, al salir de misa, me encontré con un fotógrafo y le dije: «Hoy es día de descanso para todos». Me contestó: «Claro, pero es que mi familia tiene que comer». Entiendo su trabajo, así que... ¿A mí qué me cuesta que me saquen una foto? Nada.
Te han puesto el sello de superficial. ¿Con motivo? Los que me critican deberían analizarse primero a sí mismos. Todos somos víctimas de prejuicios que nos persiguen de por vida. Luego pienso: «Bueno, a mí, plin». ¿Quién no tiene sus limitaciones? Mejor conocerlas que vivir de espaldas a ellas.
Lo que sí sabes es reírte de ti misma.
¡Siempre! Lo aprendí de mi tío Miguel (Boyer). Él era de la opinión de Groucho Marx: no se habría hecho de ningún club que lo hubiese admitido como socio. La gente pensaba que era superserio, pero tenía un sentido del humor enorme.
La misma actitud positiva que demostraste cuando tu cuerpo subió de talla. ¿Hay que vivir sin complejos?
Hay que enfrentarse a las adversidades con naturalidad y optimismo. Cuando padecí de tiroides, entendí que soy más que un físico. El sobrepeso no es un estado ideal, pero eso no significa que deba esconderme ni avergonzarme.
¿Cuál ha sido la experiencia que más te ha ayudado a crecer?
¿Honestamente? Descubrir a Jesucristo, su figura hecha hombre y esa idea de sentirse siempre amada. Fue revelador.
¿La religión te ha enriquecido en estos años?
Mucho. Ahora tengo valores de los que carecía, como quererme a mí para querer bien a los demás. Antes notaba un gran vacío; sentía los te quiero superficiales, creía que la felicidad era ganar más dinero, tener el mejor bolso... Y no.
¿Recuerdas el momento exacto de tu conversión?
Cuando acompañé a mi padre al campo un verano tras su tercera separación. Fui en busca de un libro que llevarme y descubrí una Biblia didáctica; al llegar a la parte de los Diez Mandamientos entendí que, si los hubiese practicado antes, no se habrían producido muchas disputas en casa.
¿Qué pasó después?
Volví a confesarme, a ir a misa, a rezar el rosario... De repente, comencé a sentir algo que nunca había sentido: paz.
O sea que crees en el más allá.
¡Claro! Si no, el más acá se me haría imposible.
¿Quién lo entendió mejor en tu círculo?
Fíjate, cuando mi madre se escandalizó por mi costumbre de ir todos los días a misa, el marido de Boris Izaguirre, Rubén Nogueira, rompió una lanza a mi favor en una comida; aunque él no comparte mis creencias, sí las respeta. Bueno, hay quien le encuentra sentido a la vida sin Dios... Completamente. Tío Miguel me enseñó que no se puede ser un buen cristiano sin ser una persona cívica. Él tenía fe en lo científico. La vez que discutió con mi madre fue por un tema espiritual; le dijo: «Isabel, cuando morimos nos comen los bichos». Ella, molesta, le replicó: «Miguel, es que yo siento que tengo alma. ¡Y el alma pervive!». De entre las relaciones de pareja que he conocido, la de ellos es la mejor que he visto. Eran muy buenos compañeros de vida. Un ejemplo por cómo se trataron. Lo que yo aprendí con su enfermedad, con la forma en que mi madre lo cuidó y se preocupó... Ese amor...
Echas en falta a tu tío Miguel? Hablas mucho de él. No sabes cuánto. No hay día en el que no piense en él o no rece por él. Era como mi padre. Una persona extremadamente educada y con curiosidades intelectuales poco comunes. Me acuerdo de que decía: «Es raro, porque cuando muere tu padre o tu madre, te sientes un poco huérfano. No importa la edad que tengas». Y, mira, es una sensación que ahora entiendo muy bien. La sensación de pérdida.
Ser una Preysler es una responsabilidad. ¿Y ser una Falcó?
Mi padre es un prodigio de la naturaleza y un producto nacional. No ha dejado de innovar en viticultura y aceite. Gracias a mi bisabuelo Joaquín Fernández de Córdoba, rompió con la tradición familiar que lo obligaba a ser militar.
¿Es un buen consejero?
¿Mi padre? Cuando quiere, el mejor de todos. Lo que ocurre es que yo no siempre lo escucho (risas)...
¿Has sido rebelde?
Más que nada, peleona. Soy muy testaruda desde pequeña.
Dirías que tu madre reúne todas las cualidades que admiras en una mujer? Ya quisiera ser como ella. Incluso con ese lado de mamá gallina protectora. Es una persona fuerte, con un sentido de la estética muy desarrollado. Aspirar a ello me ha vuelto más exigente. Tal vez discutamos, me regañe... Lo que no sabe es que daría mi vida entera para que nunca me falte. Hoy la que parece una teenager es ella. Como tiene novio... (Risas).
¿Cómo es vivir con un Premio Nobel de Literatura?
Mario (Vargas Llosa) es encantador. Era uno de mis autores favoritos cuando estudiaba literatura. De hecho, una de las camisetas de TFP lleva el título de su novela Travesuras de la niña mala. Tuve la suerte de que fuese amigo de mi tío Miguel y viniese a casa. Conocerlo ahora como persona ha sido un descubrimiento. Siente curiosidad por todo y cree –y te lo transmite– que la ilusión es lo que más puede enriquecer la existencia del individuo.
Así uno puede enfrentarse a cualquier cosa sin temor. Sin duda. Aporta mucha calma. Lo que más les gusta hacer a él y a mi madre es ver películas y mantener largas conversaciones. Se divierten mucho, esa es la verdad.
¿Se llegarán a casar?
Eso preguntárselo a mi mami: ella es la que va a decidirlo. Lo que sí quiere es seguir viviendo este momento único.
¿Qué le pides tú a una pareja?
Amabilidad. No creo que haya que levantar la voz jamás. Pienso que la vida sin amor no vale la pena. Es lo mejor que tenemos. Lo ideal es encontrar a una pareja que te complete. Dar con ella... ¡debe de ser la caña! Y ser riguroso en la elección. ¿Por qué nos apagamos intentando salvar un amor que ya cumplió su fecha de caducidad?
Una buena pregunta para la que no tengo respuesta.
Ni yo. Sólo sé que no puedes forzar una conexión. Vengo de una familia dividida, y, para dar el paso del matrimonio, debes estar supersegura. Nos encontramos con las personas adecuadas en el momento adecuado, bajo las circunstancias adecuadas y a través de vibraciones naturales. Tengo más de 30 años, estoy soltera y no soy un bicho raro: no necesito compartir mi vida con cualquiera para encontrarle un sentido a mi felicidad.
Tu hermano Enrique es padre de mellizos, Ana en breve tendrá un niño... ¿Serías madre soltera?
¡Me aterraría! Es mucha responsabilidad. Por ahora estoy bien en el papel de tía. De mimadora. ¡Ya llegará!