VITAMINAS Cuándo hacen falta y cuándo sobran.
Sometemos las vitaminas a examen para saber dónde están, cuáles son sus funciones y si es necesario tomarlas en formato comprimido.
En la edición más reciente de sus Guías alimentarias, la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria incluye por primera vez los suplementos en la pirámide de la alimentación saludable. Arriba del todo, en la cúspide, aparecen las vitaminas, catalogadas como de «consumo opcional, ocasional y moderado». Surgen algunas dudas: ¿no obtenemos las obligatorias a partir de lo que comemos? ¿Tan importantes son para el organismo? ¿Debemos tomarlas como un extra? Como punto de partida, sí, «las vitaminas resultan decisivas para vivir», afirma con rotundidad Francisco Botella, endocrino y vocal de comunicación de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (Seen). «Controlan muchas reacciones bioquímicas –continúa el especialista–, y, si no las adquirimos, corremos el riesgo de sufrir enfermedades graves e incluso de morir». Hablamos de una serie de compuestos que ayudan a metabolizar las grasas, las proteínas y los hidratos de carbono y que son fundamentales para el crecimiento y el desarrollo y en la construcción de células, tejidos y órganos. «Son esenciales por definición», subraya Botella, de ahí que necesitemos todas las que existen... aunque sólo seamos capaces de sintetizar dos: «La K, que se forma a través de la flora intestinal, y la D, que lo hace con la exposición de la piel al sol», subraya la psicóloga y nutricionista Itziar Digón. El resto (las vitaminas A, B, C y E) se consigue por medio de la dieta.
MALA COMIDA Y POCA LUZ
Es en este punto donde surgen los problemas. Porque, como advierte Francisco Botella, «la alimentación de la gente en general es bastante mala. Además, existe una tendencia creciente hacia el vegetarianismo y el veganismo, prácticas que, por muy saludables que sean, implican déficits de B12». Por no hablar de la falsa dieta mediterránea que sigue la mayoría de la población o de la baja calidad
de lo que acaba en nuestro plato. Y, por mucho que disfrutemos de alrededor de 3.000 horas de sol al año en las grandes ciudades del país (con la excepción de Oviedo, Bilbao y San Sebastián, que se quedan en torno a las 1.800), parece que preferimos los planes de interior (casa, coche, oficina, gimnasio, cine, centro comercial...), lo que significa que nuestra piel no ve la luz lo aconsejable. Es normal, por lo tanto, que experimentemos carencias de algunas vitaminas. ¿De cuáles? Principalmente, de los tipos A, B y D. «El déficit de vitamina A, o retinol, produce alteraciones graves del crecimiento y del sistema inmunitario y causa enfermedades infecciosas y mortalidad infantil. La falta de vitaminas del grupo B, en personas que abusan del alcohol, provoca insuficiencia cardiaca y trastornos cerebrales y neurológicos importantes. Por último, la ausencia de vitamina D, consecuencia del abuso de protectores solares y de un escaso consumo de grasas saludables, puede desembocar en osteoporosis y en osteomalacia, es decir, en el reblandecimiento de los huesos por falta de calcio», enumera Francisco Botella, que subraya que, en estos casos, resultan necesarios los suplementos. También en el de vegetarianos y veganos y en el de personas con obesidad mórbida que se someten a cirugía bariátrica y sufren una mala absorción intestinal de los alimentos. Por su parte, Itziar Digón añade como momentos provitaminas «las épocas de desarrollo en los niños, el embarazo y la menopausia en las mujeres y los periodos de cansancio y estrés intensos».
HAY CONSENSO: A MENOS QUE EXISTA UNA PATOLOGÍA, ES SUFICIENTE CON SEGUIR UNA DIETA SANA Y EQUILIBR ADA
Ya son un 30 por ciento los españoles que recurren a esta clase de productos indiscriminadamente (los complejos multivitamínicos y las vitaminas B, C y D figuran entre los más demandados). Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones los expertos insisten en que esa carga extra no está justificada. La Organización de Consumidores y Usuarios va un paso más allá: los suplementos, siempre que no exista una patología asociada, son completamente innecesarios y suponen un gasto de dinero inútil. Así que, visto lo visto, hay consenso en que lo ideal es ceñirse a una alimentación sana y equilibrada, lo que se traduce en tomar diariamente ciertas cantidades de una serie de productos concretos, tal y como explica Botella: «Cinco raciones de frutas y verduras (dos de ellas, crudas) aportan suficientes vitaminas A, C y E. Además, si tomamos de manera variada carne, pescado y huevos, cubriremos las necesidades de B y D, y una o dos porciones de cereales no refinados, de frutos secos y de semillas contienen la carga idónea de B y E. Por último, el aceite de oliva en los platos también es una carga importante de vitamina E».Conviene recordar que los suplementos son preparados químicos, y su sobredosis no está exenta de efectos secundarios. «Es posible que quien los use tire el dinero y, a lo peor, se intoxique», advierte el endocrino. Por ejemplo, los excesos de vitaminas A y C están asociados a la caída del pelo y la aparición de piedras en el riñón, respectivamente. Afortunadamente, los complejos «que se venden sin receta suelen poseer dosis bajas, con lo que son raras las intoxicaciones; sólo aquellos con concentraciones muy potentes de A, C y D han acabado siendo perjudiciales», añade Itziar Digón. El único método eficaz para asegurarse de que los suplementos constituyen una opción recomendable consiste en acudir al médico de cabecera y solicitar una analítica. De hecho, las soluciones de este tipo «aprobadas por la Agencia Española del Medicamento deben ser indicadas y prescritas bajo supervisión del especialista y siempre con receta, estén o no financiadas», concluye la endocrinóloga Julia Ocón, miembro del área de Nutrición de la Seen. ■