ELLE

Les seguirás la pista.

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Esta es mi verdadera historia, con mentiras a diestra y siniestra porque así suele ser la vida». Como Olivier Bourdeaut, autor de Esperando a Mister Bojangles, soy partidaria absoluta de la exageració­n, una forma de mentira, en la literatura y en la vida también. No entiendo por qué habría que destinar palabras para deciros que el otro día vi un perro normal por la calle. En cambio si era enorme como un elefante, diminuto como un gorrión, cojo, de color azul, ladraba en la menor o quizás era el más simpático que me he cruzado nunca, entonces sí, el perro y mis palabras merecerán tu atención y tu tiempo. De perros normales está el mundo lleno. La historia de amor que se cuenta en esta novela, la de los padres del protagonis­ta, es así: intensa, exagerada, surrealist­a, mágica... Y más a los ojos del hijo que se educa bajo una maravillos­a hipérbole. «Mi padre me había contado que, antes de que yo naciera, se dedicaba a cazar moscas con un arpón. Me enseñó el arpón y una mosca aplastada. “Lo dejé porque era muy difícil y estaba muy mal pagado”, me explicó».

Todo parece mentira. Desde ese amor tan entregado y esa realidad tan despegada: una grulla que se llama Doña Superflua como mascota familiar y un castillo en España; un padre que cada día llama a su esposa con un nombre nuevo; una madre que interpreta a una mujer distinta al despertars­e; una pareja que baila sin parar Mister Bojangles, la preciosa versión de Nina Simone: «Aquella canción era realmente loca, triste y a la vez alegre, y hacía que mi madre se pusiera igual. Duraba bastante, pero siempre acababa demasiado pronto, y mamá, aplaudiend­o entusiasma­da, exclamaba: “Pongámosla otra vez”». La excentrici­dad es una de las escasas constantes de esta familia entre la que el lector va poco a poco detectando la ruina y el dolor a pesar de la total admiración del hijo: «¿Cómo se las arreglan los demás niños para vivir sin mis padres?», dice el protagonis­ta.

La exageració­n nos salva de los perros normales, los lunes idénticos a sí mismos y las visitas al dentista. A veces sólo es cuestión de contarse la historia de otra manera, e imaginarle al protésico dental un armario lleno de vestidos de plumas y un perro con bigote que se llame Empaste. A veces la historia te la cuenta otro en un buen libro.

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