La hija de Jane Birkin utiliza la música para evadirse de su nombre.
La música es el espacio donde se libera de la dictadura de la FAMA y es ella misma. Su tercer disco lo certifica: está en plena forma.
Durante años, a Lou Doillon (Neuilly-surSeine, Francia, 1982) le pesó más de la cuenta el apellido. Hija de la artista Jane Birkin y el cineasta Jacques Doillon y hermana (por parte de madre) de la actriz Charlotte Gainsbourg, se dedicó a capear la fama quemando la noche y dando tumbos, actividades que compaginó con apariciones puntuales en películas y posados como modelo. Había demasiados ojos pendientes de esa chica a la que la popularidad le había
llegado vía árbol genealógico, de la que se esperaba que fuese tan cool y creativa como sus padres... y que se comportaba como el patito feo del clan. Sin embargo, en 2012 encontró su camino: la música. Hoy, con su tercer disco recién salido del horno (Soliloquy, sembrado de folk pero más enérgico que las dos entregas anteriores), Lou Doillon es una de las mayores estrellas de la canción francesa.
¿Cómo describirías tu trabajo más reciente?
Quería que hubiese violines y teclados para crear un ambiente cinematográfico, épico, en contraste con
mi segundo disco, que es realmente austero, sin floritura alguna. Esta vez la idea era resaltar el lado teatral, otorgarle el protagonismo a la puesta en escena en lugar de proponer un enfoque tan intimista.
¿Qué te empujó a darle a tu carrera un giro así de intenso?
Sencillamente, he entrado en una nueva etapa de mi recorrido. Durante mucho tiempo, en la época en la que posaba y actuaba, era una persona maleable, que daba prioridad a lo que pensaban los demás. Pero, al convertirme en cantante, decidí exponer mi verdadero yo, ser lo más auténtica posible. Gracias a la música he comprendido que puedes ser tú misma a través de un personaje.
Con eso quieres decir que has ganado en confianza? Sin duda. Hace un año y medio pasó algo que transformó mi manera de ver las cosas: el músico Richard Hawley me invitó a cantar en Sheffield, una ciudad industrial del norte de Inglaterra. Yo sola con mi guitarra. Nadie me conocía allí. La actuación era en una fábrica abandonada reconvertida en pub. Richard me advirtió: «El público aquí es bastante directo: si no le encanta lo que le ofreces, te tira la cerveza a la cara». Estaba aterrorizada, pero
estaba. Y salió genial. Pensé: «Vale, ahora te dedicas a esto de verdad. Ya no se trata de un hobby». Fue igual que una revelación. En el tema que da nombre a tu nuevo disco, Soliloquy, proclamas: «Estoy harta de mi nombre». ¿Por qué este rechazo?
Hablo de las ganas de ser otra persona. Nadie está exento de sentirse así. Nuestro nombre es un rasgo que nos acompaña desde que nacemos, una etiqueta que te pegan en la piel para toda la vida, lo queramos o no. En ocasiones oyes una voz interior que se rebela contra esa identidad impuesta. Este es un tema que me apasiona: ¿cómo se escapa de lo que los demás han planificado para ti? ¿De qué manera podemos reinventarnos y hasta dónde estamos autorizados a hacerlo? Porque, muchas veces, el guardián más estricto de las tradiciones resulta que eres tú.
¿En qué te has concentrado en los tres años que han pasado desde que lanzaste tu anterior álbum?
Mi hermana Kate entraba en un sitio y se hacía notar. Sí, estaba muy presente entre nosotros. Para mí su ausencia es como si me faltase el sol
¡En la música! Para mí ese es el ritmo perfecto. Se trata, como has dicho, de un ciclo de tres años: el primero lo pasas escribiendo canciones en un rincón, tú sola; es un proceso bastante introspectivo. Luego hay doce meses en los que trabajas con los músicos y los productores: te ayudan a darles forma a las canciones, a grabarlas. Son momentos mágicos de complicidad. Por último, la tercera fase implica abrirse de cara al exterior: haces la promo, sales de gira –una etapa que, por cierto, me encanta– y conoces a un montón de gente. Entonces, vuelves al punto de partida.
¿Cómo es la rutina cuando estás gira?
Pues la verdad es que se sigue un estilo de vida un pelín raro. Todo se organiza con la mirada puesta en el concierto que haya ese día, aunque luego las actuaciones sólo duren una hora y media. Me gustaría poder dar un paseo por las ciudades, conectar
con la gente... Pero apenas disponemos de tiempo. Además, no solemos estar muy disponibles, ya que necesitamos nuestro espacio para concentrarnos antes de salir a tocar. La gira también me brinda la oportunidad de dormir: me levanto a las once de la mañana, me tomo un café... y enseguida llega la hora de la prueba de sonido. Después practico yoga y me preparo para el concierto. Así, cuando salto al escenario estoy llena de energía, me iría de fiesta. Aunque evito los excesos: necesito encontrarme en plena forma para la noche siguiente. Este oficio exige tanta dedicación que no puedo permitirme estar cansada.
Tienes algún proyecto pendiente como actriz? Ojalá, pero la música consume el cien por cien de mi tiempo. Resulta muy complicado compaginar la carrera de cantante con las colaboraciones en iniciativas ajenas. Es por lo que te he contado antes: escribo las canciones, me involucro en la grabación y en la producción y voy de gira. Es que incluso cuando no estoy haciendo nada sigo pensando en la música.
¿Has madurado?
Por supuesto. Aunque tengo que decir que madurez es una palabra que me suena rara... ¡La asocio siempre a los quesos! (Risas). Conforme pasan los años te conoces mejor y aprendes a relajarte un poco –lo cual ya es bastante–. Al verme en fotos antiguas, me doy cuenta de que puede que fuera más guapa a los 18, pero me noto cierto temor hacia la vida en la mirada. La naturaleza es así de extraña: te regala la belleza justo en el momento en el que más insegura te sientes y te la quita cuando empiezas a confiar en ti. Yo antes soñaba con gustar, con que me amasen. Me embarqué en las fantasías de otros, en proyectos que no eran necesariamente los míos. Intenté ser todas las Lous que los demás querían que fuera. He tardado mucho tiempo en volver a ser yo. Tu hijo, Marlowe, tiene 16 años. ¿Cómo lo lleváis?
Es bondadoso y sereno, algo que me parece sorprendente, sobre todo cuando pienso en cómo era yo a su edad... Supongo que por eso he intentado imponer límites y ciertas reglas. Su padre (John Ulysses Mitchell, que rompió la relación con Lou en 2003) y yo pasamos por adolescencias complicadas, y a Marlowe no le apetece experimentar las mismas cosas; sabe que pertenece a una familia en la que algunos miembros han cometido excesos. No quiere ponerse en peligro. Ha pasado ya más de un lustro desde la tragedia, ¿te sigue pesando la muerte de tu hermana Kate (hija de Jane Birkin y el compositor John Barry)?
Por supuesto. Existen sufrimientos personales y familiares que permanecen muy vivos. Pero, más allá de esta cuestión de fondo, lo que me duele en el día a día es, sencillamente, la ausencia de mi hermana, el hecho de que ya no está aquí. Era alguien muy presente entre nosotros, que siempre andaba de un lado para otro. Cuando Kate entraba en un sitio, se hacía notar. Es como el sol que te falta. Ha dejado un vacío inmenso y no nos queda más remedio que asumirlo.
Araíz de aquello, ¿ha cambiado la relación que mantienes con tu madre y con Charlotte Gainsbourg?
La verdad es que no. Creo que el duelo es algo muy personal: cada uno lo pasa a su manera, y hay que respetarlo. Existe gente que siente la necesidad de ver fotos en bucle, otros no hablan de ello y algunos necesitan incluso marcharse lejos. Pertenezco a una familia en la que, por desgracia, se han desencadenado numerosos dramas. Cuando falleció mi primo Alexander (en un accidente de tráfico), observé que su madre, su padre y su hermana sufrían de maneras muy distintas; sin embargo, intentaban sincronizar el duelo, cosa que no les funcionó. Recientemente, tu madre ha publicado Munkey Diaries, un diario íntimo que abarca el periodo entre 1957 y 1982. Es un relato divertido y, al tiempo, impúdico. ¿Lo has leído? No. Ya es bastante complicado formar parte de esta familia, con la mezcla constante de escena privada y escena pública, como para añadir otra carga... ¿Acaso a ti te gustaría leer el diario de su madre? La gente no se da cuenta de que, aunque nuestros padres tengan una profesión y una imagen de cara al exterior, seguimos siendo sus hijos. Hijos como los demás. No tengo ningún deseo de saber lo que hacía mi madre en las discotecas ni de conocer los detalles de su vida amorosa. Sigue siendo mi mamá. ■