ALMUDENA GRANDES
Entramos en casa de la autora para celebrar su nueva novela.
La prestigiosa escritora recibe a ELLE en su hogar, un dúplex custodiado por un gato donde guarda su Premio Nacional de Narrativa, vive con el poeta Luis García Montero, prepara guisos a fuego lento y cuece suculentas novelas. Así es, a punto de servir su última entrega, una mujer que HACE HISTORIA.
Almudena Grandes (Madrid, 1960) escribe en habitaciones pequeñas. En ellas crea una literatura de alto voltaje que siempre se balancea en el difícil y preciso equilibrio de lo imaginado y la lealtad a la verdad histórica. Así es también La madre de Frankenstein (Tusquets), la penúltima entrega de su ambicioso proyecto narrativo Episodios de una guerra interminable. O lo que es lo mismo: cómo contar en seis novelas la Guerra Civil y la dictadura a través de «héroes, villanos y peripecias que aún no se han llegado a relatar». Su nueva historia rescata la vida de Aurora Rodríguez (Ferrol, 1879-Ciempozuelos, 1956), una parricida a la par que una intelectual avanzada a su tiempo. Está dedicada a todas las mujeres que no pudieron atreverse a tomar sus propias decisiones sin sufrir el peso de una condena moral. Almudena Grandes es una de las siete chicas entre 68 hombres que han ganado un Premio Nacional de Narrativa. Y escribe en habitaciones pequeñas libros que abren puertas. Dime, ¿cómo empieza todo? (Ríe). Dentro de un cuaderno. En ellos perfilo los capítulos, el qué de lo que quiero contar. De esta manera es más fácil porque, cuando me pongo a escribir, sólo tengo que desarrollar el cómo.
¿Siempre ha sido así?
No. Es así desde que nació Elisa. Luis
(García Montero) y yo decidimos que sería mi última hija, que íbamos a disfrutarla y que no la mandaríamos a la guardería hasta los dos años y medio. Antes de ese plazo me vino la idea para Los aires difíciles. Dije: «¿Y ahora qué hago?». Entonces descubrí que, si tenía conmigo un cuaderno mientras la cuidaba o la llevaba parque, yo podía desarrollar la novela.
¿Cómo definirías en una sola frase el oficio de escribir?
Con el clásico eslogan de los neumáticos Pirelli: «La potencia sin control no sirve de nada».
¿Y cómo se logra hacer un libro potente?
Con la estructura. En una novela pasa como en una casa. Una fea y bien hecha siempre tiene remedio. Pero una casa bonita y mal construida se cae. Hay que repartir bien. Tú no puedes escribir un capítulo soso en el que no pase nada y que en otro se arme la marimorena. De todas formas, me encanta complicarme la vida, y mis lectores lo saben.
Si esos lectores pudiesen abrir el cuaderno de La madre de Frankenstein, ¿qué es lo primero que verían?
Colores. ¡Engorrino mucho! Escribo con rotuladores, cada personaje tiene una tonalidad. Así los puedo identificar.
¿De qué color es Aurora Rodríguez?
Rojo.
Es una de las parricidas más famosas del siglo pasado. Fernán Gómez le dedicó la película Mi hija Hildegart
y Fernando Arrabal, la obra de teatro La virgen roja. ¿Qué te cautivó a ti de ella para convertirla en novela?
Yo comprendía muy bien que había hecho una barbaridad matando a su hija prodigio, Hildegart. Una niña políglota, que entró en la universidad con 13 años, se licenció en Derecho y Filosofía y Letras y participó junto a su madre en la Liga Mundial para la Reforma Sexual. Aun así, nunca he podido odiarla. Para mí, Aurora es la metáfora de las virtudes del sueño de la mujer republicana, una intelectual brillante pervertida por una enfermedad mental. No era responsable de sus actos. La paranoia lo trastoca, lo destruye todo.
Esta historia pertenece a la saga Episodios de una guerra interminable, de la que has vendido más de un millón de ejemplares en español. ¿Qué libro ajeno ha marcado la vida de Almudena Grandes?
La odisea. Me lo regalaron en la primera comunión. Todo lo que le ocurría a ese héroe desarmado y que sólo quería volver a casa lo vivíamos juntos. Yo me indignaba, naufragaba y me ataba al mástil con Ulises. Cuando llegó la venganza, yo también vencí. A mí Ulises me vengó por todo lo malo que me había pasado a los 8 años. Y tengo la sensación de que me sigue vengando. Ulises es mi ángel de la guarda. Nunca me abandonará. Nunca le abandonaré.
Ya que hablamos de fidelidades, ¿hay algo que esté siempre presente en tus obras?
En el origen de todo lo que escribo –incluso de los artículos–, hay una imagen. Es difícil de explicar, como un sexto sentido. A veces veo personas que son reales. Otras me pasa por generación espontánea, como en el caso de
Inés y la alegría: en mi cabeza apareció la imagen de una mujer que va por un bosque montada a caballo con los guerrilleros. ¡Bueno...! Y lo que me ocurrió con Los pacientes del doctor García ya fue parapsicológico.
¿Qué pasó?
Está ambientada en Argentina. Mientras la escribía, sucedió algo que no había vivido nunca. Recuerdo que tenía el
Por mi primera comunión me regalaron ‘La odisea’. Es el texto que ha marcado toda mi vida. Ulises es mi ángel de la guarda. Nunca me abandonará. Nunca le abandonaré
balcón abierto porque hacía calor. De repente me digo: «¡Un momento, un momento, un momento... ¡¿Qué me pasa?!». Sentí que mi cuerpo estaba en Buenos Aires, pero, a la vez, yo estaba aquí, sentada ante mi mesa de escribir de la calle de Larra, en Madrid. A mí me ocurren cosas de esas. ¿Por que? No lo sé. Ahora ya no me interesa averiguarlo, aunque he coqueteado con la idea de psicoanalizarme.
Ypor qué no lo has hecho? Te cuento. A Luis, mi marido, a los 18 años le dio por estudiar psicoanálisis. Un día le dije: «Me apetece un montón hacer esa terapia». Él me contestó: «No lo hagas, porque, si tú te psicoanalizas, te acabas como escritora». Y tenía razón. Porque, al final, un escritor se psicoanaliza ya a sí mismo. Escribir es excavar hacia dentro. El origen de toda ficción es tu memoria; por eso, una novela es siempre autobiográfica. Yo armo a mis personajes con pedazos de mi propia vida. Porque yo no sé lo que es el amor para ti, sólo sé lo que es para mí.
¿Y qué es el amor para ti?
Si Freud me hubiese conocido, al complejo de Electra lo habría llamado complejo de Almudena (ríe). Yo estaba enamorada de mi padre y también de mi abuelo, que eso ya es rizar el rizo de Electra. Los dos eran poetas aficionados. Mi destino era casarme con un poeta, y entonces, claro, me enamoré de un poeta. Y lo estoy, que ya llevo 26 años viviendo con Luis.
¿Qué es lo mejor de compartir oficio con tu pareja de vida?
Lo más importante es que él sabe por lo que estoy pasando cuando escribo.
¿Por qué pasas?
Por fases de mucho autismo. Trabajo una media de seis horas al día. Desde que desayuno hasta la comida. Yo soy más lista por las mañanas, por las tardes valgo menos. Es entonces cuando salgo a caminar sola. A veces aparezco en el otro lado de la ciudad y digo: «¿Pero cómo he podido llegar hasta aquí?». Y luego me ocurre que no contesto cuando me hablan. Ese tipo de cosas a él también le suceden. Sobre todo, lo de no contestar cuando le hablan. Después hay otra cosa, y es que un escritor, antes de publicar, es alguien muy frágil. Está muy expuesto. Así que, al principio, los dos decidimos que no íbamos a publicar el mismo año para poder estar cuidando el uno del otro. Ahora da igual. Somos una vieja pareja. Ya no padecemos.
¿Y os pasáis lo que escribís?
Él me lee sus poemas; si hace falta, cuatro veces, pero nunca me deja leerlos a mí. ¡Es acojonante!
¿Tú le dejas leer lo tuyo a él?
A mí me pasa justo lo contrario: sólo le enseño mis cosas cuando la novela ya está terminada. Es un lujo poder tener al lado a un lector de calidad como él. Luis es catedrático de Literatura Española, posee una memora estricta. Yo, en cambio, soy una lectora más montaraz. Eso sí, cuando le conocí, descubrí que no había leído Ana Karenina. Le dije: «¡¿Cómo puedes vivir en este mundo sin haber leído Ana Karenina?!». Después le obligué a leer algunas novelas más, como Cumbres borrascosasy 1984. Ahora los dos sois el epicentro de un amplio núcleo de amistades literarias y tenéis vuestro recreo en Rota.
Sí. Rota es el verano, la felicidad, la desconexión editorial, la compañía de los amigos. Es una maravilla. Nos juntamos Felipe Benítez Reyes, que vive allí todo el año; Joaquín Sabina, que tiene una casa tres calles mas arriba de la mía, Benjamín Prado, que está también muy cerca... Somos una pandilla de amigos muy normal.
¿De verdad?
Bueno, es cierto que muchas veces nos enganchamos a discutir de literatura y que los poetas hacen versos a cuatro e incluso a ocho manos. Escriben uno cada uno y le dejan una rima difícil al que sigue (ríe). Y también es cierto que eso pasa un día cualquiera después de cenar.
Por cierto, me han dicho que eres una gran anfitriona... ¡Es que, después de escribir, lo que mejor se me da es cocinar! Cuando elaboras recetas, tienes que estar pendiente de no quemarte, de no cortarte o de vigilar algo. Pero, a la vez, se trata de un nivel de atención tan elemental que te permite liberar la cabeza. Así que estar en la cocina me va muy bien para pensar cuando estoy inmersa en la fase de los cuadernos. De hecho, en mi casa se come mejor cuando estoy preparando un libro que cuando ya me he puesto a escribirlo.
¿Se puede saber cuál es tu plato estrella para tramar novelas?
El cocido. Porque hay que espumarlo, algo muy importante para que salga bueno. Y eso me da la oportunidad de levantarme de mi mesa cada 20 minutos, abrir la tapa de la cazuela, espumar y volver a sentarme. Sí, los guisos de cocción lenta vienen muy bien para escribir. ■
Me enamoré de mi padre y de mi abuelo, que ya es rizar el rizo del complejo de Electra. Los dos escribían poemas por afición. Mi destino era casarme con un poeta. Y así fue: ya llevo 26 años viviendo con Luis
Después de escribir, lo que mejor se me da es cocinar. Tienes que estar pendiente de no quemarte, de vigilar algo... Pero es un nivel de atención tan elemental que te permite liberar la cabeza para planificar lo que vas a escribir. Me vienen muy bien los guisos de cocción lenta