Sumba, la isla indómita
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El origen de Nihi es tan fascinante como las historias del lugar bello e indómito en el que se alza, que atrae por igual a los antropólogos, a la familia Beckham y a otros miembros de la jet. A Sumba, la más misteriosa y desconocida de las grandes islas de Indonesia, llegó hace algo más de 25 años Claude Graves, un empresario estadounidense amante del surf. Entonces, recorría el mundo buscando la ola perfecta y un paraíso virgen con la intención de abrir un pequeño hotel para otros apasionados de ese deporte. Y lo encontró en un punto perdido en el mapa, a medio camino entre Bali y Timor, y anclado en el tiempo. «Cuando quise empezar a comprar los terrenos colindantes a esta playa, descubrí que aquí no se usaba dinero. La moneda de cambio eran los búfalos. Y así es como lo conseguí», va recordando.
No2 se me ocurre mejor compañero de cena en mi primera noche. Durante las casi dos horas que duró el trayecto en un 4x4 sin capota –como los que se emplean en los safaris– desde el aeropuerto de Tambolaka al lujoso resort Nihi Sumba (nihi.com), vi búfalos, sí,
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pero tampoco se me ocurrió pensar que hubieran servido durante siglos para realizar intercambios en este sitio recóndito e inaudito. También vi robustos y pequeños caballos nadando en el agua, niños entusiasmados al paso de mi coche por los caminos polvorientos y poblados con una arquitectura singular y única, de largos tejados de paja en forma de capirotes. Sumba, voy comprobando,
tiene algo de insólito, y todo el encanto y la energía de los lugares que aún están por descubrir. Cuando la edad le impidió cabalgar sus queridas olas, Graves decidió dejar su criatura en buenas manos: las de su compatriota el magnate Chris Burch y las del hotelero sudafricano James McBride, por entonces director del mítico The Carlyle neoyorquino. El preferido de los Kennedy. Y empezó así, en 2012, una extraordinaria metamorfosis que ha convertido unas modestas cabañas para surfistas en uno de los refugios mas exclusivos e interesantes del mundo, con tan sólo 27 villas en 270 hectáreas de bosque y con una playa privada de 2,5 kilómetros. Es decir, un paraíso sostenible de exquisito gusto y con gran sabor autóctono.
Los sumbaneses son fantásticos artesanos. En el país entero se reconocen y se aprecian sus telas, sus alfombras y sus objetos hechos con madera y hueso de búfalo. Por eso, todas las cosas en mi villa despiertan mi curiosidad, y un buen número, mi admiración. No falta detalle: cama de teca con dosel, piscina infinita, jardín y un porche que mira a este arenal perfecto de olas de tubo que hipnotizan. Allí, únicamente diez surfistas pueden estar en el agua a la vez. Es necesario reservar spot, como si fueras a jugar al golf.
Chris, un joven jovial nacido en esta tierra al que sospecho que no voy a olvidar fácilmente, hace las veces de mi mayordomo. El alojamiento no sólo emplea en su mayoría a población local, en una de las áreas más pobres de Indonesia; también tiene su propia fundación, con un impresionante historial de proyectos: ha reducido la incidencia de la malaria en la zona en un 85%, ha excavado mas de 200 pozos de agua, ha construido colegios y se encarga de la alimentación de miles de niños de esta isla cuya extensión triplica la de Mallorca. Es realmente modélica... como todo aquí, por otra parte: el trato, la gastronomía, el maravilloso spa, las sesiones de yoga, las excursiones y, en especial, este ambiente tan único. Más que un resort de diseño, parece la imponente casa de un amigo de gusto impecable que se desvive por sus huéspedes. Imposible alejarte de la mente, Nihi. ■
EL ‘SPA SAFARI’ COMBINA EL ‘TREKKING’ POR EL BOSQUE CON CINCO TR ATAMIENTOS EN... UNA PLAYA DESIERTA