Yo, mí, me, conmigo
Desde el momento en que nacemos, y a lo largo de toda la vida, sentimos la necesidad de construir vínculos afectivos. Somos seres sociales por naturaleza. La amabilidad y los gestos afectuosos tienen el poder de devolvernos la esperanza para seguir adelante, especialmente en los momentos difíciles, cuando nuestra seguridad se tambalea, el miedo nos invade o la tristeza nos oscurece. Sin embargo, no siempre gozamos del bálsamo que son las palabras de apoyo ajenas, ni nuestros seres queridos están presentes cuando más los necesitamos. Por tanto, aprender a desarrollar nuestra propia fuente de gentileza es una habilidad positiva muy poderosa que nos ayudará a proteger nuestra autoestima y sustentar la confianza en momentos de duda y adversidad. La clave está en saber escucharnos y hablarnos con amabilidad, respeto y cariño, sin juicios de valor; es decir, practicar el kindfulness.
El objetivo es añadir al estado de mindfulness (estado de conciencia plena, autoconocimiento y autoaceptación) el componente que nos mueve a tratarnos bien, con una actitud afectuosa, comprensiva y paciente hacia nuestras imperfecciones y vulnerabilidades, mediante diálogos internos amables. Estos soliloquios se construyen con palabras de apoyo y consuelo que nos ayudan en momentos de angustia, incertidumbre o vulnerabilidad. Se trata de aprender a hablarnos como lo hacemos cuando intentamos calmar el sufrimiento de otros: «Todo va a ir bien», «tranquila, poco a poco resolveré el problema», «no me voy a exigir tanto»... La finalidad es conquistar la serenidad, proteger la autoestima y lograr el desarrollo personal al que aspiramos calmando a nuestras propias fieras internas.