ELLE

STELLA MCCARTNEY

Ecologista convencida desde antes de que estuviera de moda, el compromiso de la británica con las causas sostenible­s y éticas está entretejid­o en su herencia familiar.

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siendo hija de un icono conservaci­onista como Linda McCartney, la vocación de Stella la llevó hasta un mundo tan contaminan­te como el fashion... y decidió cambiarlo de arriba abajo, no usando pieles y buscando procesos menos agresivos. Hoy, cuando por fin sus colegas comienzan a acercarse a sus ideas, ella continúa a la vanguardia, investigan­do tecnología­s que nos permitan cuidar mejor el planeta. Estás en la primera línea ética desde tus inicios. ¿Crees que tus compañeros de profesión están siguiendo tus pasos? Ya existe menos resistenci­a, sí. Cuando empecé, era raro, y casi se reían de mí por mis principios. Sin embargo, he mantenido mi enfoque y, como la juventud actual exige transparen­cia, considero que yo lo logro en el diseño. Debo de ser la única persona que ha estado en esto desde que lanzó su marca. Ahora que todos están sumándose a ello, parece menos extraterre­stre pensar que quizá podemos ser responsabl­es, o conseguir las materias primas y fabricar de una manera más eficiente... Es algo positivo, desde luego.

¿Siguen atrayéndot­e los retos técnicos?

Sí, me fascina trabajar con arquitecto­s y con desarrolla­dores de San Francisco para explorar el futuro de la tecnología. Siento un enorme respeto por las tradicione­s ancestrale­s, pero con ellas sólo estamos usando diez materiales. ¡Y eso está esquilmand­o los recursos! Tenemos que replantear los procesos en cuanto a energías, uso de plásticos... ¡No es necesario emplear tanta agua ni matar a tantos animales! Por ejemplo, nosotros hemos inventado unas zapatillas que no llevan nada de pegamento, ni biológico ni químico. Pero para eso han tenido que pasar muchos años.

¡Mi vida entera! Por desgracia, no nos queda demasiado tiempo. Aun así, confío en que vamos en la dirección correcta. Yo me comporto de un modo que me permite dormir por las noches, ¿sabes? El mercado, sin embargo, se mueve lentamente porque hay una gran cantidad de dinero en el cuero y los accesorios. Sus ganancias se basan en la muerte; así han sido los negocios desde hace muchos, muchos, muchos años. Y los líderes de las empresas deben lograr beneficios... ¡ese es el mecanismo! No lo cuestionan. La próxima generación, espero, va a demandarle­s más. Yo misma veo claramente la evolución; cuando los clientes más mayores se me acercan, suelen comentarme: «Me encanta el diseño, los zapatos...». Que está bien. Pero los jóvenes me dicen: «Gracias por lo que representa­s».

¿Cuál es la peor situación en la que te has encontrado?

Una vez, preparamos una campaña genial en un vertedero de Escocia, un manifiesto contra el consumismo. Fue una sesión de fotos dura, triste y desoladora, y yo pensaba: «Esto no es moda. ¡Esto es política!». Era una referencia a la economía circular, que es una estrategia capaz de solucionar los problemas de la polución. Este sector recicla muy pocos productos, y la fast fashion quema millones de prendas cada día. Es una pesadilla. No se puede continuar así.

¿Cómo reaccionas al ver que un buen número de diseñadore­s está decidiendo dejar de usar pieles?

Matar animales es ridículo, inhumano y completame­nte innecesari­o. Yo he creado un modelo de negocio en crecimient­o sin eso. Nadie se da cuenta al mirarlos de que mis zapatos no son de ante o de que mis bolsos no son de cuero. Ha sido un viaje largo y durísimo, pero es factible. Estoy tremendame­nte orgullosa de mi equipo y de mí por esa lucha. Y soy optimista cuando veo que otra gente toma el mismo camino. Aunque todavía tenemos mucho por alcanzar. La industria de las pieles es opaca y poderosa.

¿Te tienta meterte (aún más) en política?

Es fundamenta­l que, en las firmas de moda, seamos más responsabl­es en asuntos tanto ecológicos como humanitari­os. Yo no pienso dejar de hablar lo más alto posible.

Cuando empecé en la industria de la moda, en los 90, preocupars­e por la ecología era raro, y casi se reían de mí por mis principios. Ahora que todos están sumándose, parezco menos ‘extraterre­stre’

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