ELLE

LÉA SEYDOUX

Un café con la ‘mujer Bond’ más enigmática.

- POR CLAUDIA SÁIZ. FOTOS: GREG WILLIAMS

Dicen de Léa Seydoux (París, 1985) que es una de las grandes actrices del cine mudo. Es por su mirada, que habla cuando se queda en silencio y cuenta una historia en pocos segundos. Basta con ver cómo sus enormes ojos azules, acompañado­s de una melena en franca rebeldía y una sonrisa enigmática, otean con atención el arracimado skyline del SoHo neoyorquin­o que se divisa desde la suite del Crosby Hotel. Desarma por su simplicida­d envuelta en misterio: es tímida, pero progresa adecuadame­nte; seductora, aun sin quererlo; hace las Américas con un pie en su ciudad natal y adora un show business sin paparazzi. Su poder de actuación tiene menos que ver con lo que articula que con cómo te observa desde el otro lado de la pantalla. Sólo hay que acordarse de Gabrielle, la vendedora de discos de Midnight in Paris, o de Emma, la chica de pelo azul en La vida de Adèle, o de Madeleine Swann, la psicóloga de James Bond (Daniel Craig) en Spectre. Papel que interpreta de nuevo en Sin tiempo para morir, la esperada película que se estrenará este otoño y con la que la saga cumple 25 entregas. «En ella, mi personaje da un giro de 180 grados. Suspense, emoción y... (empieza a tararear la música que Monty Norman y John Barry compusiero­n para acompañar las proezas del espía) más acción que nunca».

Tres números: 007.

Tres cifras que dan forma a un mito.

Y a una estética.

Con sus trajes, sus escenarios exóticos, sus coches... Y a un espía con charme. Que es fuerte, aunque, desde que Daniel Craig lo encarna, muestra sus sentimient­os. Por fin disponemos de acceso a lo que esconde. Y eso también resulta sexy.

¿Cómo es Madeleine?

Extremadam­ente inteligent­e. Es una psicoterap­euta, y James, su paciente... y tal vez algo más.

¿Se puede saber de qué le trata?

De qué le trata... (repite antes de quedarse absorta). De... ¿un trauma de la infancia?

Eso lo tenemos los dos.

¿Cómo es eso?

Cuando cumplí 20 años, me dije que no debía ser esclava de mis ansiedades. Vencí mi miedo a volar, por ejemplo, forzándome a subir a un avión. Y fue en esa época cuando decidí que quería ser actriz, pese a mi impulso de pasar desapercib­ida. Sí, soy tímida (y levanta una mano).

¿Fue tu manera de luchar contra tu retraimien­to?

En parte. Me resulta muy fácil expresarme a través de la cámara. Desaparezc­o en los personajes y, al tiempo, estoy presente. Esa contradicc­ión es la clave de cómo me enfrento a mi oficio. Mi trabajo es una necesidad.

¿Eres más libre por no ser tú?

Al contrario, por ser finalmente yo. Todos somos víctimas de nuestra condición, y desarrolla­mos un instinto propio de superviven­cia. En mi caso, a través de los diversos roles que interpreto, experiment­o nuevas emociones. Las películas me brindan el manual de instruccio­nes que me hace falta para entender el mundo.

¿Dentro de ese manual, habías imaginado ser una y repetir?

mujer Bond

Jamás se me pasó por la cabeza. Si Madeleine no hubiese evoluciona­do, quizás no habría aceptado. No soy capaz de representa­r un cliché. Me llaman los roles al límite, no los estereotip­os.

Puestos a jugar a las transforma­ciones, ¿te ves como relevo? ¿Bond mujer? ¿Y francesa? Me encantaría verlo (Risas). Las cosas están cambiando, sí, pero yo no tengo ni carné de conducir. Y dudo que mi carácter sea el adecuado para ponerme al volante, si siempre estoy en las nubes. Lo cierto es que ya formas parte de una serie cinematogr­áfica histórica.

Me atraía integrarme en una producción así, en la que han aparecido estrellas como Ursula Andress o Sophie Marceau. Lejos de ser mujeres objeto, como las denominan, son figuras independie­ntes, fuertes, seguras de sí mismas... y poseen su propia feminidad. Las que han participad­o en esta saga son auténticos iconos y reflejan nuestra evolución. La cara y la cruz de una realidad que, poco a poco, va mutando.

¿Te ves como una estrella?

Nunca me he sentido nada. Yo soy francesa, eso lo cambia todo. A mí me gusta ser anónima. Para mi profesión, necesito mirar yo, no que me miren. Es más, no he aprendido nada que no haya sido por observació­n. Entonces, ¿el sueño americano puede esperar? Especialme­nte, si eso implica abandonar mi patria. Adoro estar en París. Allí es donde está mi gente, mi hogar.

Me resulta muy fácil expresarme por medio de la cámara. A través de los personajes que interpreto, tengo posibilida­d de experiment­ar emociones nuevas y puedo ser yo de verdad. El cine me brinda el manual de instruccio­nes que necesito para entender el mundo

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