DETOX DEL PLÁSTICO
¿Cómo superamos nuestra adicción?
El plástico es un material maravilloso. Casi demasiado bueno para ser real. Barato, flexible, impermeable, resistente, moldeable, duradero... Muy duradero. Es tan extraordinario que los humanos nos hemos vuelto adictos a él. Hemos pasado de utilizarlo en algunas cosas en los años 50 –medias, teléfonos, botellas, discos, cepillos de dientes, juguetes y poco más– a emplearlo para todo. Incluso para envolver lo que no hace falta envolver. «En esta cultura del usar y tirar, te encuentras con muchos artículos sobreenvasados, como una mandarina pelada y metida en una bandeja de poliexpán, con un film por encima», apunta Pilar Zorzo, presidenta de la Asociación Española de Basuras Marinas (AEBAM), pintando en pocas palabras algo que vemos cada día en cualquier supermercado. Y remata: «De ahí es de donde viene el problema».
¿Pero qué dimensiones tiene ese desastre que se conocía desde los años 90, y que sólo dio el salto a la opinión pública alrededor de 2015? Los científicos calculan que hemos producido unos 8.000 millones de toneladas de este elemento en 70 años, y que 7.200 millones siguen aquí con nosotros. El resto lo hemos quemado, liberando gases tóxicos a la atmósfera o (en muy pequeñas proporciones) lo hemos reciclado. Porque desaparecer, desaparecer, lo que se dice desaparecer... Es posible que, un día, mientras bucea, el bisnieto del bisnieto de tu bisnieto se tope c on la mis ma botella de agua que tú has tirado hoy. Prácticamente intacta. Aunque la cuestión más acuciante, y que únicamente ahora empezamos a comprender, no es la de los objetos grandes, esos que podemos ver, y que, por tanto, somos capaces de limpiar. Porque, cuando estos se van rompiendo en trocitos cada vez más pequeños, se convierten en lo que llamamos microplásticos, y esos sí que son preocupantes. «Están presentes en todos los ecosistemas acuáticos, en todos los terrestres y, últimamente, también se han detectado en el aire», dice de ellos Alberto Vizcaíno, ambientólogo y experto en esta problemática. De hecho, es el viento el que los está llevando hasta los rincones más remotos del planeta: «En regiones como los polos o altas montañas en las que no existe actividad humana se ha analizado la nieve y se ha visto que hay restos generados en la ciudad», recalca el experto. Eso sí, lo más alarmante es quizás que también están dentro de cada uno de nosotros; entran a través de la respiración y de la comida, y se pueden detectar en los análisis de sangre.