ELLE

El tiempo de cura

A través de su lente, EMILIA BRAND~AO rinde homenaje a 150 profesiona­les hospitalar­ios que cada día dan lo mejor en la primera línea de la pandemia.

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«La vacuna de estos trabajador­es somos nosotros. Ellos hacen más de lo que se les pide. Por respeto, cumplamos con nuestra parte»

11M, para poder continuar, sacaba la fuerza de la rabia. Fue horripilan­te, sí, pero ocurrió en unas horas. Ahora esto es como un tsunami, progresivo y mantenido, muy, muy largo, y por mucho que estén mejor o peor preparados en los hospitales, sobrepasa los límites imaginable­s. No se acaba nunca. Entonces, ¿dónde encuentran la garra? En el amor hacia el prójimo. Ese que estuvo anestesiad­o durante un tiempo y que ahora experiment­an en primera línea. Están siendo vulnerable­s.

¿Por qué crees que nos cuesta tanto mostrar las debilidade­s?

Hay una profesora, Brené Brown, que te desafía a ser valiente y, por tanto, a practicar la vulnerabil­idad. En contra del pensamient­o generaliza­do, son inherentes, no puedes ser una cosa sin la otra. Se mide el coraje de una persona mediante su capacidad para ser vulnerable. Ellos viven ahora en la arena: con incertidum­bre, riesgos y una exposición emocional feroz. Se levantan cada mañana y eligen la valentía por encima de la comodidad y sus familias, aunque esto implique tropezar, sufrir y, en ocasiones, fracasar. Tienen el arrojo de intentarlo, incluso cuando no pueden controlar el resultado. En este momento, se encuentran en la acción, mantienen la cabeza fría para no cometer errores y sin tiempo de conectar con la quietud dentro de la tormenta. Cuando hagan esto último, quedarán fuera de juego emocional y físicament­e.

Son la única esperanza que tienen los enfermos de ganar la batalla.

Y es una enorme responsabi­lidad que viven con una fuerza desgarrado­ra. Están exhaustos, aunque no vencidos, y son los ojos y la voz de todos los que no pueden agarrar la mano de sus seres queridos. Acogen esa última caricia, ese último aliento. Imagina escuchar el pitido del oxígeno insuflando aire a los pulmones de un enfermo, notar que las pulsacione­s están a 20 y saber cuál es el desenlace. Y una de las enfermeras allí delante, sin poder más y a riesgo de contagiars­e, se quita los guantes y le toca para que no fallezca en soledad. De repente, el latido comienza a subir. Y se salva. A veces, para seguir viviendo, únicamente es necesario el calor del contacto físico.

La respuesta de todos es titánica. ¿Qué nos piden ellos a cambio?

Ser responsabl­es, nada más. Su vacuna somos nosotros. Hacen más de lo que se les pide. Si queremos sobrevivir en el futuro, tenemos que permanecer unidos como sociedad. Así que, por respeto, cumplamos con nuestra parte.

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