Iris Apfel
Vestir es como el jazz: hay que improvisar y reinterpretar». Así lo certifica –y predica como un mantra– Iris Apfel (Nueva York, 1921), un icono global a quien, a sus 98 años, se rifan las marcas. No hay inauguración en Manhattan que no cuente con ella, ha participado en campañas de & Other Stories y Elizabeth Arden, ha diseñado una línea vibrante de cosméticos para MAC, las publicaciones más prestigiosas se pelean por tenerla en sus páginas, cuenta con sus propios emojis y en 2005 fue objeto de una gran exposición en el Museo Metropolitano de Arte, Rara Avis, en la que se podía obsevar parte de su peculiar vestidor (ocupa un apartamento completo). Su estilo inconfundible, sin embargo, rompió moldes mucho antes, en la década de los 50, cuando su gusto maximalista demostró que la moda era intuición y fundó con su marido, Carl, la exquisita firma de textiles y diseño de interiores Old World Weavers. Llegó a tener clientes como Greta Garbo, Jacqueline Onassis y Estée Lauder y a ser la decoradora oficial de la Casa Blanca durante nueve mandatos presidenciales, desde Harry S. Truman hasta Bill Clinton. Ahora, coqueta e indomable, con una energía desbordante y una mente rápida, la agencia IMG, la misma de Karlie Kloss y Gigi Hadid, la ha fichado para trabajar como modelo y se dedica a formar a las nuevas generaciones interesadas en su visión de la industria como profesora invitada en la Universidad de Texas. Como ella dice en el documental de Albert Maysles Iris, que la siguió a lo largo de nueve meses repartidos en cuatro años: «No hay otro secreto que saber quién eres realmente». Y ella es así. Ilumina cada lugar en el que entra.