(Des)madres
Escuché a Amy Tan en un podcast hablar de desastres y de su madre desde su refugio del fin del mundo, en California, cantos de sirena para una apocalíptica que lee con insistencia libros de madres y que incluso ha escrito dos sobre la suya. Amy se prepara para cualquier tipo de desastre, y, como a mí, la pandemia la pilló con mascarillas, litros de gel hidroalcohólico y la compra hecha. No conocía su obra más famosa, El club de la buena estrella. Situada en 1949, cuenta la vida de cinco madres chinas y sus cinco hijas –ya nacidas en Estados Unidos– y aborda el salto generacional y cultural que hay entre ellas. «Mi madre tenía la superstición de que los niños están expuestos a ciertos peligros en determinados días, que dependen de su fecha de nacimiento. La explicación estaba en un librito chino titulado Las veintiséis puertas malignas [...]. Ya era muy inquietante pensar que un niño pudiera correr cualquiera de aquellos peligros y aunque la fecha de nacimiento sólo correspondía a uno, a mi madre le preocupaban todos [...]. Así pues, tenerlos todos presentes era la única manera de estar absolutamente segura de que podía prevenir cada uno de ellos».
Yo buscaba cualquier hilo que uniera nuestras obsesiones ante las catástrofes y, en realidad, hay algo que compartimos. Esas cinco madres tienen una pedagogía del estilo patrio, tipo «si te tragas un chicle, se te pegan las tripas» o «si duermes con el pelo mojado, te va a dar un aire». Una pedagogía exagerada y con poca base científica. «Tu futuro marido tendrá la marca de viruela por cada grano de arroz que dejes», le dice una de ellas a su hija. «Pensé en aquellos bocados de arroz sin terminar, en los granos pegados al cuenco el día anterior y los demás días, y mi corazón de 8 años se encogió más y más, aterrorizado por la creciente posibilidad de que el ruin Arnold estuviera destinado a ser mi marido y que, debido a mis malos hábitos alimentarios, aquel rostro horrible acabara pareciendo la luna llena de cráteres». El tremendismo maternal es más universal de lo que creemos. Apuesto a que vivir con tanta profecía del drama inminente ayuda a convertirse en un preparador del fin del mundo. Ya sabéis, cosas como: «Lleva siempre ropa interior limpia por si acaso tienes un accidente». Eso imprime carácter en China y aquí.