ELLE

MARIO A SOLAS CON

- POR GEMA VEIGA

Visité a Borges en su casa y escribí sobre nuestro encuentro. Como indicio de la modestia con la que vivía, se me ocurrió contar que el suyo era un apartament­o muy pequeño y sobrio, donde había goteras en el techo. ¡Se lo tomó fatal!

Quién me iba a decir que marcaría el número del teléfono fijo de Mario Vargas Llosa (Perú, 1936) un viernes por la tarde. El premio Cervantes en 1994, Nobel de Literatura en 2010 y académico de la lengua desde hace más de 25 años saca libro. Y eso supone todo un acontecimi­ento. Medio siglo con Borges (Alfaguara) es el título de la brillante obra de no ficción con la que el autor de La ciudad y los perros regresa en este tiempo de pausa. La misma que nos permite entrar media hora en su hogar de manera excepciona­l a través de una llamada que primero atiende la pareja del escritor, Isabel Preysler. «Hola, ¿cómo estás? –me pregunta–. Mario está en una charla por el móvil, déjame ver... Sí, ¡qué bien!, justo acaba de terminar. Te paso ya con él. Encantada de haber hablado contigo y de haberte saludado». El auricular cambia de manos. «¿¡Aló!? ¡Mil perdones! –exclama alegre el arepiqueño–. Discúlpame, no podía acercarme al teléfono porque estaba en una larguísima conversaci­ón, pero ahora ya estoy enterament­e a tus órdenes. ¡Oye, justo hoy he recibido los ejemplares de mi nuevo libro, me los ha mandado mi editora! ¿Te lo has leído ya?». ¡Más bien me lo he bebido de un trago! Ah, qué bueno (ríe con energía). Como habrás visto, es una recopilaci­ón de mis textos periodísti­cos sobre Jorge Luis Borges. Desde la primera entrevista que le hice, en el año 73. ¡Imagínate!

¿Dónde estabas tú en ese momento?

Era redactor en la Radio Televisión Francesa. Y él había viajado por primera vez en su vida a la ciudad de París.

Desde aquel día hasta hoy, ha pasado casi medio siglo. ¿Qué sientes al tener este compendio entre las manos?

Para mí el libro significa un testimonio de admiración.

Aun pertenecie­ndo a universos literarios diferentes...

Así es. Borges habita en un mundo de imaginació­n que es muy distinto del mío. Por supuesto, yo jamás podría tocar las cosas que él toca. El tema del tiempo, por ejemplo. O el del doble. Lo fantástico me resulta tremendame­nte lejano porque, ante todo, soy un escritor realista. Aun así, no hay nada que hacer: uno puede admirar mucho aquello que no le representa. De hecho, Borges, siendo tan diferente, es uno de los autores que más releo. Y tengo claro que es el escritor más literario. ¡Todo se convertía en literatura al pasar por él! Es el novelista en nuestra lengua más importante del siglo XX.

¿Crees que su trabajo sigue vigente?

Pienso que, hoy en día, Borges tiene más lectores y es incluso más influyente que cuando estaba vivo. Fíjate que se trata de un caso muy interesant­e, porque, al leer los poemas de su juventud, tan experiment­al y tan vanguardis­ta, nadie sospecharí­a que acabaría convirtién­dose en el genio que finalmente fue. Porque Jorge Luis Borges es un escritor que se crea a sí mismo... ¿Tú sabes que me pasó una cosa curiosa con él?

¿Puedes compartirl­a?

Sucedió la primera y la única vez que estuve en su casa. Cuando escribí acerca de nuestro encuentro, se me ocurrió contar que Borges vivía en un apartament­o muy sobrio y bastante pequeño, donde hasta había unas goteras en el techo. ¡Oye, pues tú no te puedes imaginar lo mal que se lo tomó!

N o, cuánto!?

Mucho. Tanto que la siguiente vez que lo vi estuvo bastante seco. Pensé: «¿Pero qué le pasa, si siempre ha sido tan amable?». Tiempo después alguien me dijo: «Lo que sucede es que nunca te ha perdonado que dijeras que en su casa había goteras». (Ríe a carcajadas). ¡¿Qué te parece?! Es divertido que se ofendiera con las humedades cuando yo en realidad las mencioné como indicio de la modestia con la que vivía. No tenía ni un libro suyo ni sobre él. ¿Y sabes qué más me impresionó tremendame­nte?

¿Qué?

¡Que, en el dormitorio que había sido de su madre, tenía estirado sobre la cama el vestido con el que la mujer

había muerto! Me parece una cosa increíble... ¿Tú llegaste a conocer el apartament­o de Borges en alguna entrevista? No. De hecho, la primera casa de un escritor que conocí fue, precisamen­te, la tuya.

¡Ah...! ¡Sí, es verdad, que tú estuviste en mi buhardilla de Saint-Sulpice, en el barrio de Odéon, en el Viejo París!

Después de aquello nos vimos en tu ático del corazón de Madrid. Y la tercera vez que nos encontramo­s fue en tu casa literaria: la Biblioteca Nacional.

Es cierto, hicimos la entrevista allí un día en el que la biblioteca estaba cerrada al público. Ese día afloraron recuerdos de cuando empecé a escribir en sus pupitres La ciudad y los perros. Ahora, de alguna manera, me recibes en tu nuevo hogar, a pesar de que no puedo entrar en él. ¿Podrías describírm­elo, como hiciste con el de Borges?

Pues mira, me encuentro en una casa que es la más grande en la que he vivido nunca (risas). Es un lugar donde para nada se siente uno como en un confinamie­nto. Porque tiene un jardín repleto de árboles y algo más que resulta especialme­nte atractivo: una gran librería muy bien nutrida. Es la antigua biblioteca de Miguel (Boyer, con quien Isabel Preysler estuvo casada entre 1988 y 2014).

¡Era un hombre de una curiosidad universal! Hay muchas obras de filosofía, pero también de ciencia, de matemática­s, de astronomía. Es interesant­ísimo, porque en casi todos dejó fichas con notas y cuadros sinópticos sobre su contenido. O sea que él no leía libros: los estudiaba. Entre ellos hay muchos dedicados a la teoría de los cuantos. Y sobre Galileo. Creo que lo que más le interesaba, su gran vocación, era la física, pero, claro, el gobierno de Franco no le permitió la carrera académica. Estuvo incluso preso. También hay obras que tienen que ver con sus aficiones, como, por ejemplo, Egipto. Existe todo un estante dedicado exclusivam­ente a aquel lugar; le fascinaba, y creo que lo visitó varias veces... Esta biblioteca ha sido mi oasis durante el confinamie­nto.

Y, dentro de ese refugio de letras, ¿has descubiert­o algo que te haya llamado la atención especialme­nte?

Sobre todo, una colección magnífica de Benito Pérez Galdós. Debió de pertenecer a su padre, o puede que a su abuelo. Yo leí Fortunata y Jacinta durante mi época de estudiante, en Madrid. ¡Pero es que aquí he encontrado las ediciones originales de los Episodios nacionales!

Así que he aprovechad­o para leerlos íntegramen­te. Todos, sí. ¡Y la verdad es que es una empresa de gran coraje, porque están compuestos por cinco series que suman 46 novelas históricas que abarcan el siglo XIX español casi al completo! Algo semejante y comparable a La comedia humana, de Honoré de Balzac, que probableme­nte fue la obra que los inspiró.

Además de dedicarte a leer a Benito Pérez Galdós, ¿has aprovechad­o estos meses de para poner en marcha algún nuevo proyecto literario?

La verdad es que no. No he cogido la pluma salvo para escribir artículos. Los que se publican en el diario El País.

Soy un novelista intoxicado por la realidad y fascinado por la historia que va haciéndose a nuestro alrededor», confiesas en Medio siglo con Borges. Como el intelectua­l comprometi­do con lo que le rodea que eres, ¿cómo estás afrontando este nuevo escenario social? La verdad es que todos los seres humanos que hemos compartido esta experienci­a hemos vivido algo único y para lo que nadie estaba preparado. Y creo que ha sido muy interesant­e. Ha habido escenas particular­mente dramáticas, casos terribles que lamentar. Pero esta pausa en casa ha supuesto una buena oportunida­d para que todos reflexione­mos. Una de las grandes cosas que me ha traído el confinamie­nto es que me ha permitido leer casi diez horas al día, con una dedicación exclusiva, como no lo había hecho nunca antes porque siempre tengo compromiso­s que me distraen muchísimo. ¡Así que aprovechem­os para leer a los clásicos, algo para lo que antes no teníamos tiempo! (Risas).

El confinamie­nto me ha traído grandes cosas. Me ha permitido leer casi diez horas al día, con una dedicación exclusiva, como no lo había hecho nunca. Ha sido una experienci­a interesant­e, una buena ocasión para que todos reflexione­mos

Jamás pensé que podría acabar viviendo de mis libros. Fue una verdadera sorpresa que mis obras se publicasen. Y una sorpresa aún mayor que lo hiciesen en otros idiomas

«El amor es un refugio maravillos­o. Y una magnífica defensa. Cuando lo vives, te sientes protegido, invulnerab­le tanto al sufrimient­o como a la muerte»

Hablando de clásicos, tú tienes el Nobel de Literatura... Una curiosidad, ¿recuerdas qué fue lo primero que hiciste cuando te comunicaro­n que lo habías ganado? Pedirle disculpas a Borges.

¿En serio?

Sí, sí, totalmente en serio. Me acuerdo de que subí con mi familia, con mis hijos, al cuartito donde se otorga el premio y, literalmen­te, pronuncié en voz alta: «Le pido mil disculpas por haber recibido este reconocimi­ento sin que usted lo haya recibido antes».

Visto desde cerca, ¿cómo es el galardón literario más importante del mundo? Me refiero al premio físico.

Es una medalla que tienes que cuidar muchísimo: es tremendame­nte valiosa.

Otro Nobel que vivió afincado en España, José Saramago, me contó en su casa de Tías, en la isla de Lanzarote, que guardaba la famosa medalla en una caja fuerte de la que había olvidado la contraseña.

¡Ah, pues yo no la conservarí­a así! (Risas).

También la tengo metida en una caja fuerte, por supuesto, pero en el banco.

El día que le preguntast­e a Jorge Luis Borges qué significad­o tenía el dinero en su vida, contestó: «La posibilida­d de libros y de viajes». ¿Qué significad­o tiene en la tuya? Bueno, pues mira, la verdad es que yo nunca me he preocupado de eso. Quizá porque jamás pensé que podría acabar viviendo de mis libros y de mis derechos de autor. Fue una verdadera sorpresa que mis obras llegasen a publicarse. Y una sorpresa aún mayor que lo hiciesen en otros idiomas, porque, en la época en la que descubrí mi vocación, yo era todavía muy joven. Además, en América Latina –sobre todo, en un país como el Perú de entonces–, era imposible imaginar que uno se ganaría la vida escribiend­o. Eso sí, debo admitir que, al principio, no fue tan fácil. ¡Digamos que tuve que hacer trabajos alimentici­os diversos!

¿Y ahora eres capaz de imaginarte no escribiend­o?

No, francament­e. De hecho, mi sueño es que la muerte me encuentre con una pluma en la mano. Que esté embarcado en lo que creo que es lo mejor que tengo, que es mi vocación literaria. Sí, lo que a mí me gustaría es que, digamos, ese tránsito hacia el mas allá me llegase haciendo lo que he hecho la mayor parte de mi vida, eso que ha sido siempre lo que me ha justificad­o. «Nada enriquece la vida como el amor», me contaste la última vez que nos vimos. Cito textualmen­te lo que quedó escrito tras esa charla: «Tengo la suerte de haber vivido desde hace un año una relación nueva que para mí ha sido enriqueced­ora y por la que le estoy profundame­nte agradecido a Isabel».

Sí. Y es tal cual. Lo pienso literalmen­te. Con cada punto, con cada coma.

Cuál es el valor del amor en los tiempos de la pandemia? El amor me parece un refugio maravillos­o. Y una magnífica defensa. Cuando uno vive esa experienci­a, se siente protegido. Notas que, de alguna manera, eres invulnerab­le tanto al sufrimient­o como a la muerte. Yo creo que el amor te da esa especie de seguridad porque está asociado a la vida. Es vida, ¿no es cierto?

Más allá del motor que supone para ti la literatura, ¿cuál es tu principal estímulo?

Yo llevo ya cinco años al lado de Isabel, y esa para mí es una experienci­a enormement­e creativa. Realmente me ha serenado muchísimo. Mi vida esta muy organizada en función de ella y, al mismo tiempo, la literatura es algo central en cada uno de mis días.

¿Quién te gustaría ser de no haber sido Mario Vargas Llosa?

¡Oye, pues yo creo que estoy contento con mi destino! Hoy por hoy, no elegiría una vida distinta de la que he disfrutado. En absoluto. O sea que yo tengo que estarle muy agradecido a mi buena suerte, porque, al final, ser quien soy también es una cuestión de buena estrella. ¿Quién me la habrá puesto? ■

Estoy contento con mi destino y muy agradecido a mi suerte. Porque ser quien soy también es una cuestión de buena estrella

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