Asómate a las vivencias de la escritora.
Uno de los escasos sectores que se han visto beneficiados del largo encierro que el mundo ha sufrido durante los últimos meses es el de las grandes plataformas audiovisuales. Entraron hace unos años en nuestras vidas con la fuerza de huracanes y, desde entonces, no han parado de crecer y expandirse. Preguntas como ¿qué estás viendo ahora?, ¿qué has visto últimamente? y ¿qué me recomiendas? se han vuelto comunes en cualquier tipo de encuentro: cenando con amigos, entre compañeros de trabajo, en las videocharlas a las que nos hemos habituado por la pandemia. Antes hablábamos así de libros y de películas en cartel. Por respuesta a estas cuestiones, sin embargo, ahora solemos nombrar casi siempre series, en una catarata inagotable de temáticas y géneros.
Por el contrario, raramente nos referimos a los documentales. Parecen el patito feo de la industria para muchos. Hay quien no los soporta, quien prefiere la chispa de la ficción en todas sus vertientes. A otro sector de la humanidad, sin embargo, nos encantan. El catálogo es amplísimo, y dentro encontramos un totum revolutum de lo más atrayente. Desde el día a día de astros del deporte o el mundo del espectáculo hasta ciencia y naturaleza o tendencias en moda, decoración y estilo de vida. De momentos históricos que cambiaron el mundo a asesinos en serie, grandes chefs, personajes icónicos o temas controvertidos, como el terrorismo y las sectas. De todo hay debajo del gigantesco paraguas de la no ficción: una oferta como para soportar con ánimo un centenar de confinamientos.
A lo largo del mío, he visto un buen número de ellos, casi todos basados en peripecias personales. Algunos me han gustado entre poco y nada, como el de Michelle Obama durante la gira de promoción de su biografía. Otros, en cambio, han sido estupendos. Aunque no es un documental al uso, sino una especie de película con base real, me resultó interesantísima, por ejemplo, Brexit, la producción sobre Dominic Cummings, el intrigante asesor de cabecera de Boris Johnson, que se ha convertido en la diana de la opinión pública británica por haberse saltado descaradamente las medidas de la cuarentena que él mismo diseñó. Cummings fue previamente el ideólogo del Brexit, y en eso se concentra esta pieza audiovisual: en escudriñar el alma y las acciones de un tipo implacable, controvertido y brillante.
Otro personaje cuyo documental (The Inventor) he absorbido con enorme fascinación es el de la joven promesa de Silicon Valley que engañó a Estados Unidos –y, de paso, se hizo rica– al garantizar que había creado un revolucionario sistema para analizar la sangre humana. Tan convincentes fueron los empeños de Elizabeth Holmes y su empresa, Theranos, que logró sacarles a sus incautos inversores casi dos millones de dólares. Y tan subyugante resulta la peripecia de esta vendedora de humo, que el año que viene se estrenará una película basada en su caso protagonizada por la superestrella Jennifer Lawrence. Apasionante, ilustrativo a veces y conmovedor en muchas ocasiones me ha resultado el trabajo acerca del dramaturgo Arthur Miller hecho por su propia hija (Arthur Miller: escritor). Ante nuestros ojos se despliega el quehacer y la vida de un autor legendario y un hombre magnético; especialmente reveladora es la parte de su enamoramiento y su matrimonio con la bella, frágil y autodestructiva Marilyn Monroe. De estos y otros muchos documentales están repletas las plataformas. Apurados de tiempo como vamos siempre, y atrapados por el brillo de las series, es una pena que a menudo los desatendamos. Quizá este verano incierto que se abre ante nosotros sea el momento para reencontrarnos con ellos. Yo ya tengo en la recámara los de Natalie Wood (Entre bambalinas) y Joaquín Sabina (Pongamos que hablo de Sabina). De momento.