Melinda Gates CAMBIANDO EL MUNDO
ESTÁ AL FRENTE DE UNA FUNDACIÓN QUE ES SINÓNIMO DE GENEROSIDAD Y ALZA LA VOZ POR UN PLANETA MÁS UNIDO Y SOLIDARIO. HABLAMOS CON LA FILÁNTROPA DE FEMINISMO Y LIDERAZGO Y DEL ENORME PODER DE LOS PEQUEÑOS ACTOS DE BONDAD.
Son las siete de la tarde en Madrid, las nueve de la mañana en Estados Unidos, cuando empiezo a hablar con Melinda Gates (Texas, 1964) por teléfono. Se encuentra en su casa, en Seattle, junto a su familia, y ahora mismo está mirando hacia el jardín por la ventana. Ingeniera informática, empresaria, madre de tres hijos y feminista apasionada, es una de las mujeres más influyentes del planeta, una persona sorprendentemente cercana y espontánea, muy entusiasta y que se vuelca al cien por cien en aquello en lo que cree. Desde hace alrededor de 20 años, dirige con su marido (Bill Gates) la fundación que lleva el nombre de ambos, la entidad solidaria más grande, poderosa y generosa en materia de salud global y educación a escala internacional. Una organización que, pocos días atrás, decidió destinar 250 millones de dólares a plantarle cara a la Covid-19 y a encontrar una vacuna contra el coronavirus. Con una única condición: que el resultado sea accesible para todos, no sólo para los países ricos. Porque Melinda va en serio: quiere cambiar el mundo de verdad y está convencida de que la clave reside en recordar que ninguna vida vale más que otra y en impulsar el liderazgo de las mujeres. «Cuando nosotras despegamos, la sociedad entera despega», asegura. A lo largo de nuestra conversación, abordamos desde la solidaridad hasta la educación y hablamos incluso de la acción de ELLE en apoyo a los Bancos de Alimentos, una iniciativa que ella aplaude con cariño.
¿Crees que el difícil momento actual nos ayudará a construir un mundo mejor, más empático, más humano, más sensible...?
Sí, y para eso necesitamos que haya más mujeres en puestos de liderazgo y una mayor diversidad de voces en la toma de decisiones. En este contexto, han saltado al primer plano tres verdades que estaban ahí pero que no parecían una prioridad: que las mujeres asumen casi todas las tareas que tienen que ver con los cuidados, que son mayoría entre los sanitarios y que la violencia doméstica sigue presente.
Asumamos esas realidades y centrémonos en gestionarlas de forma correcta. Entonces podremos cambiar las cosas.
Los países con mujeres al frente, como Alemania y Nueva Zelanda, han respondido de manera más efectiva a la pandemia. ¿Ellas marcan la diferencia a la hora de gobernar?
Saben que la gente merece ser tratada desde la bondad y que necesitamos soluciones válidas para la sociedad en su conjunto. Hay que garantizar que cualquiera pueda cuidar a sus seres queridos y que hacerlo sea compatible con el desempeño de un trabajo productivo. Es una perspectiva que nosotras llevamos más interiorizada porque tradicionalmente hemos asumido las dos grandes tareas: cuidar y trabajar. Las mujeres son las que están en casa con sus hijos, las que les dan cariño y, a la vez, los empujan a ser independientes, las que se aseguran de que completan sus deberes y son respetuosos en el colegio. Eso es lo que vemos en las líderes actuales: piensan en las necesidades de todos.
Insistes en que sólo venceremos a la crisis si entendemos que se trata de una lucha global. ¿Cuál es el camino?
En primer lugar, tenemos que recabar información que nos permita conocer la verdadera situación de las mujeres en el mundo. Resulta decisivo que cuenten con un sistema de salud que las apoye y que sepamos qué carga de cuidados soportan. Así, en función de lo que aprendamos, sabremos en qué problemas específicos hay que concentrar los esfuerzos. Algunos países, con los escandinavos a la cabeza, poseen medios excelentes en este sentido. En cambio, en otros, como el mío, la situación es terrible... Ya sabes: los permisos para atender a un familiar no son retribuidos. Es muy importante que cada sociedad se analice y compruebe en qué parcelas se debe invertir.
Has dedicado los últimos 20 años a trabajar para erradicar la pobreza y mejorar la educación. Ahora tu fundación adquiere un papel de gran relevancia en la búsqueda de una solución a la Covid-19.
Sí, en varios sentidos. Por un lado, hemos puesto el foco en el diagnóstico y en el desarrollo de medicinas y vacunas. Estamos volcados en esa labor, en contacto permanente por videoconferencia con numerosos científicos. Por otra parte, es prioritario avanzar en cómo se va a facilitar el acceso a unos medicamentos que, antes que a los países ricos, deben
Formamos parte de una comunidad global y, ahora más que nunca, tenemos que sumar fuerzas con los demás. No olvidemos que las decisiones que tomamos como país afectan al resto, que no vale eso de pensar: «Yo en mi casa estoy bien»
llegar a las zonas más vulnerables. Muchas de ellas se encuentran en África; allí una pandemia tiene consecuencias que van ligadas al género, como ya observamos durante la crisis del ébola: entonces se dispararon los embarazos y se incrementaron las muertes durante el parto.
¿Piensas que la independencia económica de la mujer es importante para que las naciones se recuperen?
Es crucial. Desde la fundación, hemos dedicado varios años a investigar algo que, aunque ya lo sospechábamos, no se había estudiado: que una mujer con ingresos puede encontrar salidas en una situación de violencia doméstica o invertir en la salud de sus hijos, ya que dispone de recursos para alimentarlos. Hemos visto que, con la Covid-19, las plataformas que facilitan gestionar los pagos desde el teléfono móvil han permitido a muchas mujeres no caer en la pobreza. Piensa en una madre aislada por riesgo de contagio en una aldea remota en Kenia: gracias a una app, sigue administrando los subsidios que recibe de las autoridades. Gobiernos como los de la India y Paquistán son conscientes de que, si las ayudas que ofrecen se las ingresan por transferencia a mujeres, estas gastarán el dinero correctamente, con el consiguiente beneficio para las familias y para la sociedad. Quiero que, más allá de las circunstancias actuales, aceleremos en esa dirección.
Digamos que las mujeres invierten tanto lo que aprenden como lo que ganan en su propia comunidad, ¿no es así? Exacto: invierten en los demás. Es la pura verdad: benefician a su familia y a su entorno más próximo, y eso beneficia a su barrio, a su ciudad y al país entero.
¿Este es un momento excepcional para las entidades como la que diriges?
Vivimos un momento excepcional en general, y creo que la filantropía debe estar a la altura. Nuestra misión es ejercer de catalizadores, de avanzada que señala y abre caminos para resolver problemas. Las organizaciones nos planteamos: «Vale, ¿cómo ha afectado esta crisis al planeta? ¿Estamos dispuestas a aprovechar las circunstancias para hacer del mundo un lugar mejor? ¿Cómo podemos ayudar a los gobiernos a detectar las áreas en las que necesitan invertir y cuál es la manera más eficiente de hacerlo?». Porque no hay que olvidar que, al final, son los gobiernos lo que más dinero destinan a la recuperación. Una organización como la nuestra tiene que redoblar esfuerzos, y yo me siento especialmente motivada porque he mantenido conversaciones con multitud de representantes políticos y de donantes dispuestos a remar hacia la salida. Me preguntan: «Quiero implicarme, pero ¿cómo? ¿Dónde pongo mi dinero para encontrar un antiviral, para lograr una vacuna, para apoyar a las personas vulnerables de mi barrio, de mi ciudad?».
Quizá otra de las lecciones que hemos aprendido sea la de que en Occidente no somos imbatibles.
Exacto. Estás en París, en Madrid o en Nueva York, oyes hablar de pandemias y piensas: «Bueno, eso aquí es imposible». Porque siempre hemos salido adelante sin problemas de situaciones así. Sin embargo, esta vez, nos toca decir: «No, no, no. Somos vulnerables y tenemos que sumar fuerzas con el resto del mundo». Si acabamos con este tipo de enfermedades en Occidente pero no luchamos contra ellas en África, en Paquistán o en la India, volverán. Somos una comunidad global, no lo olvidemos. Y tampoco olvidemos que las decisiones que tomamos como país afectan al resto, que no vale pensar eso de: «Yo en mi casa estoy bien».
Cinco años atrás, tú y tu marido ya advertisteis a los líderes globales del riesgo de que apareciesen nuevas infecciones. Sin embargo, pocos –por no decir que ninguno– os escucharon. ¿Por qué crees que reaccionaron de ese modo?
Bueno, es complicado... El ser humano es cortoplacista, le cuesta concentrarse en aquello que no conoce o no puede ver. Pero sí hubo personas que nos prestaron atención, como la canciller alemana, Angela Merkel, que nos ayudó a poner en marcha la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias.
¿La solidaridad se puede enseñar?
Desde luego. Se puede enseñar con sencillos actos de bondad hacia los demás. Mis cuatro hijos y yo, inspirados por una idea italiana, llenamos de comida una cesta y la sacamos por la ventana con una cuerda para que llegase a la calle. Escribimos un mensaje que decía: «Si puedes, deja algo en la cesta; si no puedes, llévate lo que necesites». Me pareció una forma bonita de explicar a los niños qué significa compartir.
Lo que yo les propongo a mis hijos es lo siguiente: «Piensa cada día en dos personas que quizá necesiten apoyo –un anciano que viva solo, un compañero que esté pasándolo mal porque han cerrado el colegio...– y haz algo por ellas. Basta con un mensaje de cariño,
Desde nuestra fundación, hemos puesto el foco en el desarrollo de medicinas y vacunas. Una vez que las tengamos, la prioridad será garantizar que lleguen a las zonas vulnerables antes que a las más ricas
una llamada de teléfono, un vídeo de ánimo...». Es como el juego de la caza de osos de peluche, que empezó en Reino Unido y que ha llegado hasta Seattle: la gente los pone detrás de las ventanas para que los niños los cuenten cuando salen a pasear. De esa manera, la ansiedad se aplaca y los pequeños participan en un gesto de generosidad. Ahora que pasamos más tiempo en casa, tenemos la oportunidad de estar juntos y hablar sobre ello. Sobre la solidaridad y sobre la gratitud. Nosotros, por ejemplo, cuando nos sentamos a cenar, realizamos este ejercicio: compartimos en voz alta tres motivos por los que nos sentimos agradecidos. Así, mis hijos van tomando conciencia de lo afortunados que son, del privilegio que supone que cada noche haya algo en el plato.
En mi casa hacemos algo parecido: a la hora de acostarse, los niños recuerdan tres momentos buenos y otro un poco peor al que intentar darle la vuelta al día siguiente.
Eso es muy bonito...
Concediste una entrevista a ELLE en 2018 en la que dejaste una frase que es una mantra para mi familia: «Nadie sale de la cocina hasta que mamá haya terminado».
¡Oh, es genial, me encanta!
No sé si estarás de acuerdo conmigo, pero estoy convencida de que, ante esta situación dramática, la respuesta de la sociedad ha superado cualquier expectativa. ¿Seremos mejores dentro de seis meses, o un año o un lustro?
Desde luego, lo que ha ocurrido puede hacernos mejores. Que lo consigamos depende de nosotros. Recuerdo ese movimiento que empezó en Europa, con los vecinos aplaudiendo desde los balcones a los sanitarios... Incluso había personas que salían a cantar, ¿no? Aquello tocó el corazón de la gente, la empujó a responder y a unirse para reconstruir la sociedad. Cada uno, desde su posición: la prensa, los políticos, los padres, los trabajadores... Parémonos un momento y preguntémonos unos a otros: «¿Qué tal estás?». Es sólo un minuto. Y, después, volvamos a la rutina. De todos modos, creo que es una actitud hacia la que las mujeres tenemos una mayor inclinación que los hombres, así que está más en manos de nosotras que fluya la solidaridad que tanto deseamos. ■
«Cuando nos sentamos a cenar, hacemos con nuestros hijos un ejercicio de Así ellos toman conciencia gratitud. del que es que cada noche haya algo en el plato» privilegio